Por qué Gabriel García Márquez no querría que Netflix adaptara "Cien años de soledad"

Para los cinéfilos y lectores que amen con locura Cien años de soledad, la impresionante novela publicada por el escritor colombiano Gabriel García Márquez en 1967, saber que Netflix trabaja en su propia adaptación como serie televisiva les habrá dejado probablemente una sensación agridulce.

Una mezcla de gran alegría por que el momento haya llegado por fin, un temor enorme de que los cineastas encargados la pifien sin remedio y la confirmación de que la negativa rotunda del novelista a permitir que trasladaran al cine su obra maestra, superventas mundial, traducida a unos cuarenta y seis idiomas y una de las principales razones de que la Academia Sueca le otorgase el Premio Nobel de Literatura en 1982, no podría sobrevivir a su fallecimiento en abril de 2014.

No hay muchos libros cuya posibilidad de ser trasvasados a imágenes en movimiento se nos antoje tan sumamente jugosa como el inconmensurable Cien años de soledad, a los que sentimos auténtica veneración por él y a los productores y curritos del séptimo arte —como Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, La leyenda del pianista en el océano)— que lo han intentado durante unas cuantas décadas sin conseguir más que darse de bruces contra un muro: el obstinado Gabo les decía que ni loco estaría dispuesto a permitirlo. Y era una cuestión que le planteaban a menudo, por lo que sobran declaraciones suyas al respecto.

(Ricardo Mazalan/AP)

Verdad es lo que se repite de que dos de los motivos para no acceder a las solicitudes eran su miedo más que comprensible a que no le hiciesen justicia a una novela tan estimada, ese que muchos tenemos ahora, y que lo que antes habría sido una película no fuese rodada en español. Que los productores ejecutivos de la serie sean no sean otros que sus hijos Gonzalo y Rodrigo García (En terapia) tal vez empuje a la plataforma de streaming hacia el mayor respeto en la adaptación de Cien años de soledad.

Los motivos de Gabo

Y, según The New York Times, el segundo explica que "Netflix fue uno de los primeros en demostrar que las personas están más dispuestas que nunca a ver series que se producen en idiomas extranjeros con subtítulos", de manera que "todo lo que parecía ser un problema ya no lo es”. Y Francisco Ramos, el vicepresidente de originales en español en la compañía de vídeo bajo demanda, el éxito de otras series como Narcos (Carlo Bernard, Chris Brancato y Doug Miro, 2015-2017) o los recientes premios Óscar para Roma (Alfonso Cuarón, 2018) demuestran que "podemos hacer contenido en español para el mundo".

Pero estas dos condiciones que pondría García Márquez no son las únicas de las que habló ni las de más importancia, por lo que quizá los hijos del novelista se han agarrado a lo que les resultaba más conveniente en su asociación con Netflix para justificar el proyecto de una vez por todas, al que la familia se había resistido incluso ante propuestas anteriores de la plataforma de streaming. En agosto de 1989, por ejemplo, el literato dijo también al Times que nunca habría adaptación porque "los lectores de Cien años de soledad siempre se imaginan a los personajes como ellos quieren, como su tía o su abuelo, y en el momento en que lo llevas a la pantalla, el margen de creatividad del lector desaparece".

Y una solución satisfactoria para este supuesto problema es imposible de encontrar.

(Eduardo Verdugo/AP)

Por otra parte, en una conversación con su colega uruguayo Danubio Torres Fierro reflejada en el libro Contrapuntos: medio siglo de literatura iberoamericana (2016), Gabo confesó: "Escribí Cien años de soledad para demostrar que el cine no es todopoderoso, que en literatura uno puede llegar mucho más lejos y dar al mismo tiempo un impacto visual, auditivo y de toda índole". De modo que, si estuviera de acuerdo con traducirla al ámbito audiovisual con un largometraje, se mostraría increíblemente incoherente en una decisión así.

Pero es más, amigos; el cineasta brasileño Ruy Guerra comentó en 1989: "Creo que una de las razones por las que no le gusta la idea de adaptar Cien años de soledad a la pantalla es que todas las historias que contiene estaban en los escritorios de los productores antes de pasar al libro".

Porque García Márquez no desconocía el mundo cinematográfico: entre 1954 y 1996, escribió los guiones de películas como El gallo de oro (Roberto Gavaldón, 1964), En este pueblo no hay ladrones (Alberto Isaac, 1965), Tiempo de morir (Arturo Ripstein, 1966), Presagio (Luis Alcoriza, 1974), María de mi corazón (Jaime Humberto Hermosillo, 1979), Fábula de la Bella Palomera, Cartas del parque o Milagro en Roma (Ruy Guerra, Tomás Gutiérrez Alea, Lisandro Duque Naranjo, 1988); y hasta fundó en 1986 la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, en Cuba, con dos directores, el argentino Fernando Birri y el cubano Julio García Espinosa, e impartió tres talleres, publicados en Cómo se cuenta un cuento, Me alquilo para soñar (1995) y La bendita manía de contar (1998).

Fotograma de "El Coronel no tiene quien le escriba", adaptada en 1999.

Tania Pleitez Vela, doctora que imparte clases de literatura hispanoamericana en la Universidad Autónoma de Barcelona, nos ha indicado que García Márquez "fue autor de artículos periodísticos y reseñas de cine desde, más o menos, finales de los años cuarenta hasta mediados de los cincuenta", que "incluso llegó a tener una columna de crítica cinematográfica llamada Estrenos de la semana en El Espectador de Bogotá", que después fue estudiante en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma y que, vaya, "se refiere a su relación con el cine como un «matrimonio mal avenido»" en su breve ensayo La penumbra del escritor de cine (1982): las imposiciones irrenunciables de los productores y su falta de independencia como guionista le decepcionaron mucho.

Según Pleitez, en dicho ensayo asegura García Márquez que no reconoce sus textos una vez en formato audiovisual, y que "tardó en comprender que el mayor acto de libertad individual estaba en inventar el mundo sentado frente a su máquina de escribir". E insiste en la idea del "margen de creatividad" que preocupaba a García Márquez: "Mi deseo es que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que se imaginen a los personajes como quieran, y no con la cara prestada de un actor en la pantalla", declaró asimismo al Times. Como su desdén por una oferta muy atractiva a finales de los últimos años sesenta: "Anthony Quinn, con todo y su millón de dólares, no será nunca para mí ni para mis lectores el coronel Aureliano Buendía", afirmó.

Una vía digna para la serie

Con esta trayectoria, no es de extrañar que Guerra calificara su rechazo a que Cien años de soledad conociese una adaptación como "un acto de venganza" contra el cine, igual que las características del libro según las propias palabras del novelista. Pero la paradoja se encuentra en la opinión de alguien como el reputado realizador italiano Pier Paolo Pasolini (Mamma Roma) sobre el libro:

Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados —a veces con espléndida maestría— por un guionista: tienen todos los tics demagógicos destinados al éxito espectacular.

De hecho, el filme Farewell to the Ark (Shuji Terayama, 1984) se descubre como una auténtica curiosidad en este sentido, pues adapta la obra de teatro del grupo japonés Tenjō Sajiki que trasladó la novela a la dramaturgia en 1981 muy libremente, reformulando la historia de la mítica Macondo que ideó García Márquez para ambientarla en una aldea rural nipona. Así, vemos que Cien años de soledad no es intraducible al séptimo arte, y el sufrimiento de contradecir cómo se hayan imaginado los lectores su cosmos, una excusa pueril que a Pleitez no le parece del todo válida, pues tal cosa ocurre con cualquier novela, y su notoriedad mundial no cambia esto ni lo más mínimo.

Recibiendo el Nobel. (AP)

Y con más o menos fortuna, unos cuantos de sus textos ya han visto su transmutación en la gran pantalla. Ahí están la mencionada En este pueblo no hay ladrones, La viuda de Montiel (Miguel Littin, 1979), Eréndira (Ruy Guerra, 1983), Crónica de una muerte anunciada (Francesco Rosi, 1987), El coronel no tiene quien le escriba (Ripstein, 1999), El amor en los tiempos del cólera (Mike Newell, 2007), Del amor y otros demonios (Hilda Hidalgo, 2010) o Memorias de mis putas tristes (Henning Carlsen, 2011).

Sea como fuere, lo que sí ha quedado resuelto con Netflix es el otro inconveniente que García Márquez esgrimió al Times, la circunstancia de que un filme a partir de Cien años de soledad "sería una producción tan costosa que tendría que ser con grandes estrellas, [Robert] De Niro como el Coronel Aureliano Buendía o Sophia Loren como Úrsula, lo que lo convertiría en otra cosa".

Jesús Cano Reyes, docente e investigador de literatura hispanoamericana en la Universidad Complutense de Madrid, no le resulta "tan escandaloso desoír la resistencia de García Márquez a que se lleve a las pantallas Cien años de soledad" ya que "el lector o el espectador sale ganando con esas traiciones perdonables" en multitud de ocasiones, y "quizás hubiera terminado cediendo él mismo a la tentación de Netflix". Y es que, según Pleitez, "habló de las series de televisión como una alternativa para contar historias" en su escuela cubana.

"Lo único que lamento si acaso es la tendencia a la folklorización de América Latina para el consumo del primer mundo", añade Cano en sus explicaciones. "Narcos, con su idealización de la figura del sicario, es un ejemplo evidente, y América Latina y su literatura —y, en particular, Colombia— son mucho más que los tópicos de la violencia y el realismo mágico con lo que suelen identificarse en el exterior". Y remata de este modo: "Habrá que ver qué hace Netflix, pero yo espero que el resultado se parezca más a Roma que a otros productos cinematográficos de la plataforma".

Pleitez, por su parte, se da cuenta de que "el reto es muy alto", pero "¿por qué no intentar llevar Cien años de soledad a la imagen cinematográfica ahora que, gracias a la tecnología, pueden superarse ciertos límites?".

Y continúa así: "No queda más que esperar a conocer quién va a dirigir el proyecto, quiénes serán los actores, cómo se resolverá la adaptación", pero "creo que todos y todas estamos en el fondo con ansias de verlo y, por supuesto, una vez visto, evaluarlo, conversarlo o disputarlo". Además, Rodrigo García es consciente de que, "en los últimos tres o cuatro años, el nivel, el prestigio y el éxito de la serie y la serie limitada han aumentado mucho", lo que concuerda con un viejo afán de su padre: "Anhelo que la gente del cine y los buenos escritores no se burlen de la televisión. Si usted desprecia la televisión, entonces la está dejando a gente menos talentosa, pero si decide que el medio en sí es bueno, entonces debe aprovecharlo".

Deseo concedido, querido García Márquez; no se revuelta en su tumba.

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