El gobierno de Pedro Sánchez se ha enfrentado esta semana a su primera gran polémica relacionada con decisiones políticas (y no con escándalos externos). Se trata de la venta de 400 bombas guiadas por láser a Arabia Saudí, un contrato originalmente censurado por la ministra de Defensa, Margarita Robles, y rescatado por el Consejo de Ministros y el propio Pedro Sánchez ante las negativas consecuencias en las relaciones comerciales entre ambos países.
Pese a que el contrato en sí es sustancioso (unos 9 millones de euros), el gobierno ha reactivado el acuerdo ante las amenazas saudíes de cancelar el pedido de cinco corbetas a Navantia, el astillero español, por más de 1.800 millones de euros. La polémica ha salpicado al gobierno por el carácter brutal del gobierno saudí, especialmente en su acción bélica en Yemen. Desde 2015, Arabia Saudí, libra una batalla sin cuartel contra los houthis (grupos insurgentes chiíes). La contienda ha dejado un infinito reguero de muertos y una catástrofe humanitaria en forma de epidemia de cólera.
De ahí que la venta de armas resulte tan polémica. Tanto Pedro Sánchez como Josep Borrell como la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, han explicado que las bombas no se utilizarán contra población civil. No hay ninguna cláusula en el contrato que lo impida, por lo que han recurrido a descripciones técnicas de la bomba. De modo qué, ¿cómo funciona exactamente?
Las bombas: GBU-10 Paveway II
Fabricadas desde mediados de los ochenta por los gigantes armamentísticos Lockheed Martin y Raytheon, la principal característica de las 400 bombas GBU-10 Paveway II vendidas por el gobierno español a Arabia Saudí es su guiado láser. Lanzadas habitualmente desde caza-bombarderos, las bombas señalan a su objetivo con una pequeña señal lumínica a la que siguen hasta alcanzarlo. Por sus características, son bombas de alta precisión utilizadas contra objetivos muy concretos.
Según Raytheon, la Paveway II cuentan con un margen de error de apenas un metro. Es una asunción optimista, en cualquier caso. Como se explica aquí, bombas similares han sido utilizadas por los ejércitos occidentales desde finales de los sesenta. Los explosivos guiados por láser han reducido el volumen de artefactos requeridos para volar un objetivo concreto, gracias a su tecnología de seguimiento y a su bomba MK-84 de más de una tonelada. Precisa, sí, pero brutal.
¿Cómo de precisas son?
Según Celaá, "el Gobierno sabe que lo que está vendiendo son láser de alta precisión y, por tanto, no se van a equivocar matando a yemeníes". Es decir, descarta que la venta produzca víctimas mortales. En parte tiene razón: por características técnicas, las GBU-10 suelen utilizarse contra puentes, búnkeres o plataformas de lanzamiento de misiles mucho antes que contra núcleos civiles en bombardeos a gran escala. Eso no significa que puedan fallar.
Por más que el margen de error técnico sea bajo, como indica un experto militar a ABC, su principal problema proviene de la elección del objetivo mediante el láser: es una acción humana, supeditada a la correcta identificación del mismo. Durante la primera guerra del golfo, por ejemplo, los cazas F-15 y F-111 lanzaron centenares de Paveway II. Su margen de acierto fue alto (alrededor del 78%), pero no impoluto. Siempre se utilizaron contra objetivos militares muy concretos.
Su popularidad es alta. Casi todos los grandes ejércitos modernos las utilizan (Emiratos Árabes Unidos encargó una compra de más de 684 millones de dólares el año pasado) y han sido desplegadas en multitud de teatros bélicos, desde las Maldivas hasta Irak. De ahí que tengamos múltiples ejemplos de sus habilidades. Israel, por ejemplo, las ha utilizado con frecuencia en Gaza para destruir objetivos militares de Hamás: como se aprecia en las fotos, cumplen su objetivo, pero en espacios densamente poblados el riesgo de daños colaterales es alto.
¿Cómo las utilizará Arabia Saudí?
He aquí el problema. El de Yemen es uno de los conflictos más encasquillados y brutales de la última década, y ambas facciones se desempeñan con igual crudeza. La diferencia entre ambos estriba en los recursos: mientras los houthis cuentan con escaso apoyo logístico (si bien un amplio control del terreno), Arabia Saudí se ha valido de su flamante potencial militar, y muy en especial de su aviación, para bombardear sin cesar posiciones enemigas y civiles. El resultado es devastador.
Son múltiples los informes que atestiguan el ataque saudí a depósitos de agua, instalaciones eléctricas, hospitales o autobuses escolares dirigidos única y exclusivamente contra la población civil. Riyadh ha provocado una hambruna y la propagación de un descomunal brote de cólera mediante un bloqueo naval y comercial que, poco a poco, aspira a ahogar la resistencia houthi. Es su patio trasero, y lo defiende con fiereza ante cualquier injerencia externa.
El último informe de Naciones Unidas sobre el conflicto atribuye a ambos bandos pocas muestras de "minimizar las víctimas civiles", atribuyendo la muerte de la mayoría de ellas a los hotuhis (por causas directamente achacables a acciones de guerra). Sin embargo, también insiste en la escasa transparencia de Arabia Saudí a la hora de explicar los objetivos y la efectividad de los ataques aéreos desplegados por Riyadh (la fuerza más devastadora del conflicto).
Dadas las circunstancias, ¿acabarán las bombas entregadas por el gobierno español matando a civiles yemeníes? Es una predicción imposible de probar. Pero tanto su margen de error como el demostrado desinterés saudí en minimizar víctimas mortales, especialmente en ciudades tan densas como Sana'a, son motivos para pensar que, como mínimo, podrían hacerlo.
Imagen: Hani Mohammed/AP
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