Epidemia de violaciones. Así es como se ven ahora mismo en la India los acontecimientos que están dominando la actualidad informativa. En sólo una semana tres jóvenes de 14, 16 y 17 años han sido violadas por varios hombres en tres incidentes distintos. A una de ellas, después de ser atacada, le prendieron fuego y la dejaron con quemaduras en el 70% de su cuerpo. Otra consiguió denunciar a sus abusadores. Fueron condenados a pagar el equivalente a 600 euros. Tras el juicio, una masa enfurecida fue a la casa de la víctima y la quemó con ella dentro. La menor ha fallecido.
El brutal machismo. Está tan enquistado que aún a día de hoy las mujeres de este enorme país siguen teniendo menos estatura que la que les correspondería y que la que van ganando con los años los hombres. La malnutrición es el ejemplo más claro, pero tan duro como esto es la violencia sexual. Da igual que se estén licenciando en mucho mayor grado o que estén conquistando puestos de responsabilidad y poder, las mujeres siguen siendo objetos de sumisión.
La conexión hindú. Según la religión mayoritaria del país la mujer es considerada una reencarnación inferior al hombre. Además, el sistema de castas, aunque está prohibido, se mantiene en la cultura popular. Las niñas de la casta de los intocables son abusadas en un porcentaje increíblemente mayor que las de categorías superiores.
Indignación popular. Tradicionalmente la impunidad patriarcal contribuía a que las mujeres sintiesen vergüenza de ser violadas e intentasen por todos los medios denunciar estos actos, pero con el mayor desarrollo de las sociedades va aparejada una mayor demanda de derechos. En los últimos 10 años las denuncias de violaciones y secuestros a menores han aumentado en un 500%. Las menores, por cierto, son el gran problema, de 40.000 denuncias por agresión sexual recogidas en 2016, 20.000 de ellas tenían menos de 18 años.
No están todas las que son. En España (que para más inri es uno de los países a la cola en el número de denuncias por agresión sexual de la UE) se registran 10.000 denuncias por estos delitos al año. Si la India tiene 1.324 millones de habitantes y España 40, vemos rápidamente cómo esas 40.000 denuncias del país asiático son increíblemente bajas. Si mirásemos sólo a las condenas, en Francia habría ocho veces más violaciones que en este país (y, curiosamente, son mucho menos violentos, no llegando a violar a tantas menores ni provocando tantos asesinatos de las víctimas).
Ni son todas las que están. El sistema penal indio sigue estando profundamente limitado en materia de violencia sexual, lo que perjudica a muchas mujeres que denuncian para que se reconozca el crimen. Si el abuso ocurre dentro del núcleo familiar, o no es denunciado o es visto con indulgencia por parte de la policía, ya que el marido tendría “derechos sobre la mujer”. En los pueblos es aún muchísimo peor. Es evidente: el Gobierno tiene que empezar a tomarse en serio los derechos de las mujeres.
Un cambio político. Nada de esto hubiese ocurrido sin el caso de Ashifa Bano, de principios de este año. Bano tenía ocho años y era musulmana, es decir, que pertenecía a una categoría inferior según los prejuicios de esta sociedad. En un templo hindú un grupo de hombres drogaron y violaron a la niña durante días, hasta que terminaron torturándola y asesinándola. Desde entonces el Gobierno ha propuesto endurecer enormemente las penas, llegando a imponer la pena de muerte a quien viole a una menor de 12 años.
Imagen | Simon Williams/Ekta Parishad