Ninguna ficción histórica ha despertado tanto la imaginación de las generaciones posteriores como la victoria del III Reich en la Segunda Guerra Mundial. La idea, siempre articulada en torno a supuestos históricos contrafactuales cuyo valor no va más allá de la teoría imposible, ha atravesado el corazón de la literatura, de debates historiográficos de menor importancia y, ahora de la televisión, de la mano de El hombre en el castillo. ¿Qué hubiera pasado de ganar los nazis la Segunda Guerra Mundial?
La mayor parte de trabajos y teorías relacionadas con la victoria nazi son producto de la elaborada suposición, pero no del trabajo historiográfico. La Historia como disciplina de estudio se ocupa primordialmente de lo que sucedió, no de lo que pudo haber sucedido. Aunque es cierto que las teorías contrafactuales se utilizan y tienen su sentido dentro del método, divagar sobre un escenario tan vasto como la victoria de las fuerzas del eje en una guerra a gran escala siempre es un ejercicio de imposible rigor científico. Hay demasiadas variables y todos los trazos son de brocha gorda.
Con todo, la producción en este campo ha sido respetable a lo largo de las décadas. ¿Hablaríamos todos alemán? ¿Podrían haber controlado los nazis una extensión tan vasta como el continente europeo tras el gigantesco esfuerzo bélico? ¿Qué hubiera sucedido con Rusia? ¿Y con Estados Unidos y Gran Bretaña? Son preguntas que no tienen respuesta firme. Al margen de pura especulación, lo ideal es acudir a lo que los nazis y sus aliados estaban intentando construir antes de perder la guerra.
¿Hasta dónde llegó la Alemania de Adolf Hitler?
En el momento de su máxima expansión, poco después de haber iniciado la Operación Barbarroja, el III Reich contaba con amplios dominios a lo largo y ancho del continente. Veámoslo con un mapa:
En azul oscuro observamos los límites políticos del III Reich como tal, al margen de estados satélites y zonas ocupadas bajo administración militar. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial, Alemania era un país más grande que el que conocemos actualmente, ocupando parte de la costa báltica y Silesia (tras el fin del conflicto, perdería casi todos sus territorios al este de Berlín en beneficio de Polonia). Hitler se había anexionado primero los Sudetes y después la totalidad de la actual República Checa, además de Austria. Toda la costa báltica y la mayor parte del territorio polaco fueron incluidos.
"Alemania" incluía a Austria, a Bohemia, a Moravia, toda la costa báltica del norte continental y gran parte de lo que entonces era Polonia
Al mismo tiempo, las tropas nazis ocupaban y gobernaban grandes lotes de terreno al este y al oeste. Francia se había dividido en dos, y pese a la independencia teórica del Estado de Vichy, la costa atlántica y el norte del país dependían del III Reich. Lo mismo se puede decir de Bélgica y de los Países Bajos, además de Noruega y Dinamarca, ocupadas durante los primeros compases de la guerra.
En el este, los tres países bálticos, la totalidad de Ucrania, el 100% del territorio actual de Bielorrusia y todas las conquistas realizadas durante el contexto de la Operación Barbarroja quedaron bajo administración militar, no como estados-marioneta independientes. Las tropas Wehrmacht jamás lograron tomar Moscú o Leningrado (aunque se quedaron muy cerca), pero sí hicieron lo propio con Kiev y los valles del Don y el Dniéper. A partir del invierno de 1941, las tropas soviéticas lograrían contener el avance. Pese a todo, la Fall Blau llevaría a Hitler tan lejos como a Georgia, en busca de los campos petrolíferos del Cáucaso.
La Europa del III Reich: aliados y sumisos
Los dominios nazis no se limitaban a los territorios administrados directamente por la Alemania de Hitler. Como vimos en su momento, el III Reich se valió de colaboracionistas de distinto calado, repartido por todos los rincones del continente europeo, para ejecutar el Holocausto. Muchos de esos colaboracionistas eran estados aliados, sumisos a la fuerza, cuyos regímenes aceptaban la tutela nazi y tendían a obedecer las ordenes ejecutadas desde Berlín. La mayor parte de ellos se dieron en Europa del Este, donde si bien los nazis no tenían poder teórico alguno, a nivel práctico sí.
La Hungría de Miklós Horthy, por ejemplo, ejercía de estado independiente sólo sobre el papel. Si Hitler optó por no invadirla fue por la colaboración consciente de las autoridades y élites húngaras, algo que cambió en 1944. Eslovaquia se libró de la invasión gracias al colaboracionismo abierto del padre Jozef Tiso. Tanto Rumanía como Bulgaria se unieron a las potencias del eje y aportaron tropas y recursos a las expediciones militares alemanas. Vichy era, en mayor sentido, una marioneta del III Reich. La Francia libre aportaba, de forma paralela y excepcional, el lote colonial e imperial francés.
El principal aliado de Alemania, por lo demás, era la Italia de Benito Mussolini. Pese a que su desempeño militar fue muy pobre, a su cargo tenía la administración de Albania, Montenegro y Grecia. En los Balcanes, Hitler contó con la inestimable ayuda (genocida) del régimen Ustacha croata de Ante Pavelić, de marcado carácter fascista. En el norte, por su parte, Alemania dispuso de la colaboración aliada de Finlandia, interesada en la campaña nazi en la Unión Soviética en tanto que le permitiría recuperar parte del terreno perdido.
A grandes rasgos, esa fue la Europa de Hitler.
¿Hasta dónde quería llegar Hitler?
Es complicado decirlo, dado su carácter irascible y cambiante, pero parte de sus líneas maestras para Alemania y Europa quedaron reflejadas tiempo atrás en el Mein Kampf, la obra por antonomasia del nazismo ahora reeditada en Alemania. En sus páginas, Adolf Hitler observaba en el horizonte un "Germanischer Staat Deutscher Nation", el macroestado hogar de todos los pueblos germánicos de Europa. Eso no incluía sólo a los alemanes y a las minorías étnicas alemanas repartidas por el continente, sino también a flamencos, holandeses, escandinavos, y suizos. No mencionaba a los británicos.
Sin embargo, la Europa germánica era demasiado pequeña para los nazis. De forma paralela, Hitler elaboró la célebre teoría del lebensraum, del espacio vital requerido por los pueblos alemanes para vivir acorde a sus necesidades en el continente. Su aplicación, como se observa más arriba, implicaba la invasión de Europa del Este (la Operación Barbarroja cobra así sentido), territorios habitados desde hacía siglos por los pueblos eslavos. Para ellos, tanto Hitler como las SS tenían planes menos halagüeños, plasmados parcialmente en el sistemático genocidio de gran parte de la población de los territorios ocupados.
La planificación de la ocupación y vaciación de los territorios del este se concretó en planes como el Generalplan Ost, que incluía cálculos muy precisos sobre el volumen de pobladores eslavos y bálticos que debían ser o bien deportados más allá de los Urales o bien exterminados. Los restantes, en el universo demente de Hitler, servirían como poblaciones vasallas a los pueblos germánicos, que podrían de este modo ocupar las vastas y muy planas extensiones de Polonia, Bielorrusia, Ucrania y, por supuesto, Rusia, ideas mitológicas ancladas en el imaginario del nacionalismo alemán.
Sobre los territorios vaciados, ya sea por la vía del extermino o de la deportación forzosa, se asentarían los pobladores germanos, en un proceso de colonización de las tierras del este bien definido por Hitler. Es factible creer que, en caso de victoria, la Europa de Hitler se hubiera parecido a esto. Lo estaban intentando.
El Nuevo Orden y los planes para el resto del mundo
La idea de "Nuevo Orden" tuvo cierto espacio dentro del orden retórico y mediático de Adolf Hitler. La nueva ordenación del mundo surgiría como el resultado no sólo de sus planes exitosos para con los pueblos germánicos y de Europa del Este, sino también de una nueva forma de edificar el estado de las cosas del planeta. Aquí, las ideas de Hitler y de sus aliados tornan en algo más abstracto, dado que la mayor parte de ellas nunca estuvieron siquiera cerca de llevarse a la práctica.
De haberse impuesto Alemania a Gran Bretaña, algo que en absoluto fue una posibilidad remota durante la Batalla de Inglaterra, Hitler habría suprimido a todos sus enemigos en Europa occidental. ¿Qué hubiera sido de ellos? Francia ya había sido dividida en dos y reducida a o bien un territorio ocupado o bien un estado satélite con poca autonomía, pero sin control directo del III Reich. España e Italia eran de facto aliados de la Alemania nazi, y es posible que el Reino Unido hubiera corrido una (improbable) suerte similar a la de Francia. El objetivo, de nuevo, suprimir toda amenaza potencial en el oeste.
Más allá de Europa la situación es más compleja. En Asia, la hipotética expansión mundial de Hitler habría chocado inevitablemente con la del Japón imperial, cuyas prácticas represoras y propósitos expansionistas en poco tenían que envidiar a los de sus aliados alemanes. Ambas potencias establecieron negociaciones en torno al reparto de las esferas de influencia en el continente asiático, pero nunca se materializaron dada la vaguedad de los tratados y lo remoto de sus supuestos. Hay varias posibilidades. Este mapa muestra una de ellas.
Divide Asia desde el estuario del Obi hasta la desembocadura del Indo.
¿Y África? El color verde del mapa indica las posesiones del Imperio británico, de modo que, en caso de derrota de Reino Unido durante la guerra, es posible que la mayor parte del continente hubiera ido a parar a manos alemanas. Pese a que Hitler no estaba especialmente interesado en ello, Alemania había contado con algunas colonias, obtenidas tras la Conferencia de Berlín y perdidas tras la Primera Guerra Mundial. No es descartable que las hubiera recuperado. O incluso que las hubiera expandido en torno a la idea de Mittelafrika.
Quien sí tenía propósitos abiertamente coloniales y expansionistas para con África era Italia. Las teorías más recurrentes sobre el reparto del continente tras una victoria de las fuerzas del eje otorgan gran espacio territorial a Italia en el noreste de África. Italia contaba con Libia y con Etiopía, a la que logró vencer con grandes penurias durante el conflicto. ¿Podría haber heredado las colonias británicas a lo largo y ancho del Nilo? Quizá, pero jamás fue una posibilidad cercana, ni nada sobre lo que los nazis establecieran planes tan meditados como en Europa. El Imperio británico sobrevivió.
Respecto al continente americano, los planes más precisos de una invasión nazi no fueron elaborados por el alto mando militar alemán, sino por la revista Life. En 1942 publicó una serie de ilustraciones en las que exploraban seis modos en las que las fuerzas del eje podrían invadir Estados Unidos. Tan sólo tiene valor como anécdota histórica, dado que no hay constancia de planes alemanes o japoneses para una invasión a gran escala de tan vasto territorio.
Eso no fue impedimento para que Roosevelt, utilizando un mapa ficticio elaborado por los servicios de inteligencia británicos, afirmara ante sus votantes que Alemania tenía claros planes de invasión de América del Sur y, por extensión, de Estados Unidos. Era falso: el objetivo de Roosevelt era justificar una posible intervención del ejército norteamericano en el teatro europeo, algo que había negado en campaña.
¿Pero podrían los nazis haber ganado la guerra?
Lo cierto es que no la ganaron, y es lo único que importa en términos históricos. La última pregunta, eso sí, es fruto de toda clase de emocionantes teorías tanto en los múltiples foros de historia bélica y de la Segunda Guerra Mundial como en Quora. Las respuestas afirmativas que se ofrecen a la pregunta, irrelevante a nivel histórico, varían: desde una capacidad logística encomiable por parte del ejército alemán hasta posibles retiradas estratégicas que prevenieran del desastre posterior. Sea como fuere, es fruto de la ficción, no de los hechos que sí tuvieron lugar durante la guerra.
Al final, los motivos por los que Hitler perdió la guerra fueron variados: desde una incapacidad total para plantear objetivos estratégicos factibles en la Unión Soviética hasta la entrada en el conflicto del poderío industrial y militar de Estados Unidos, tanto a nivel logístico como de apoyo armamentístico, pasando por la incapacidad industrial alemana para competir en igualdad de condiciones o por los impresionantes esfuerzos económicos tanto de los soviéticos como de los británicos y estadounidenses. La Alemania nazi, simplemente, no igualó la capacidad industrial, bélica y humana de sus rivales.
¿Podría haber sido diferente? Puede ser, y de hecho la guerra nunca estuvo determinada a ser vencida por los aliados, pero, en perspectiva, los motivos que llevaron a la derrota de Alemania son quizá demasiado estructurales.