Durante los primeros días de la epidemia, cuando Occidente aún la interpretaba como un problema asiático, Singapur se postuló como el país más efectivo en su aplacamiento. Las autoridades de la ciudad-estado aplicaron una receta de aparente infalibilidad. Pruebas masivas a todos los viajeros internacionales y un seguimiento exhaustivo no sólo de los pacientes contagiados, sino de todos sus contactos cercanos.
Hoy aquel plan se está resquebrajando.
Qué sucede. Que durante los últimos días Singapur ha registrado un repentino aumento de casos. El sábado acumulaba 5.900; hoy son más de 9.000. Crecimientos diarios de más de 700 y 1.400 contagios, muy superiores a los registrados durante febrero o marzo, cuando el pico de la epidemia arrasaba Hubei, han obligado al gobierno a decretar un confinamiento general, hasta ahora ausente.
Por qué. Singapur aglutina a más de cinco millones de habitantes, de los cuales el 40% ha nacido fuera de país. Alrededor de un millón de ellos son trabajadores pobres, extranjeros provenientes de otros puntos de Asia, dedicados al negocio de la construcción o el cuidado doméstico. Muchos se hacinan en edificios residenciales de titularidad pública, a razón de 200.000 inmigrantes por complejo.
El grueso de nuevos casos se ha identificado entre ellos. El concienzudo sistema de test + seguimiento del gobierno tenía un punto ciego.
El sistema. Hasta ahora, Singapur había sido elogiada por su impresionante sistema de detección temprana. El primer paso se da en el aeropuerto, donde se realizan tests rápidos a todos los pasajeros que aterrizan en el país, presenten síntomas o no. Si dan positivo, son obligados a guardar cuarentena. Y ahí comienza el trabajo detectivesco.
Identificado el caso, Singapur vuelca todos los datos personales del paciente (residencia, lugar de trabajo, sitios públicos visitados con regularidad) en una aplicación abierta a todos sus ciudadanos. En dos horas, las autoridades deben identificar sus contactos cercanos y sus lugares frecuentados durante los días previos. Y poner en cuarentena, bajo pena de multa y sanción, a todos ellos, sintomáticos o no.
Éxito. La efectividad del modelo parecía fuera de toda duda. Un ejercicio seguimiento infatigable que dependía de extensos sistemas de vigilancia y monitorización personal. Al igual que Hong Kong o Corea del Sur, Singapur aspiraba a predecir el comportamiento del virus, a caminar por delante de él. Todos ellos lo han logrado con más éxito que sus pares occidentales, en una mezcla de test, trazabilidad y transparencia.
El problema. ¿Cómo debemos interpretar, pues, el confinamiento tardío de Singapur y el rebrote de la pandemia en un país tan eficiente en su control? Como se apunta aquí, de forma negativa. Pese a todo, pese a su efectividad, Singapur no ha logrado aplacar al virus lo suficiente como para mantener la normalidad, en parte porque ha pasado por alto a grandes bolsas de población al margen del sistema.
En un momento en el que los estados europeos se plantean suavizar restricciones, el rebrote de Singapur, más alarmante que el original, advierte sobre los riesgos del desconfinamiento. Es un presagio: quizá pase mucho tiempo antes de que permanezcamos abiertos como antes.
Imagen: Lionel Lim/Flickr
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