Como a muchas personas, me preocupa la situación climática del planeta e intento que mis decisiones diarias tengan un impacto positivo en el medio ambiente, pero también tengo la sensación de que muchas veces lo hago mal, incluso para una mujer que se dedica profesionalmente a analizar los problemas medioambientales.
Deje de utilizar las pajitas de plástico de un solo uso preocupada por todo el plástico que acaba en los océanos, pero posteriormente descubriría que las pajitas pueden ser muy importantes para niños y personas con discapacidad y que los sistemas de gestión de residuos determinan si los plásticos acaban en el mar o no.
Hace años probé, y me gustó, la hamburguesa sin carne de Impossible Burger en un local de mi barrio en Estados Unidos y hace poco la volví a probar en un Burger King. Pero posteriormente algunos chefs famosos saltaron la alarma, diciendo que son malas, puesto que se trata de comida "procesada y mala para la salud".
Y después de ofrecerme para gestionar el huerto de la escuela de mi hija, me preocupaba la idea de que los alumnos disfrutaran de los placeres de la jardinería en vez de invertir el tiempo en otras actividades escolares en las que podrían aprender cómo abordar con éxito los problemas medioambientales a nivel global.
A pesar de estos conflictos internos, sigo utilizando pajitas de metal y comiendo hamburguesas vegetales. Soy consciente de que mis acciones puede que no tengan un gran impacto positivo medioambiental, aunque me hagan sentir que tiene sentido. Como profesora universitaria de geografía, he criticado el enfoque de las medidas medioambientales en acciones a nivel local que dependen de tecnologías lejanas y a gran escala, como el embalaje en las comidas de reparto a domicilio o todo el mundo de la caza.
Por supuesto que toda acción cuenta, pero algunas acciones cuentan más que otras. Al final he llegado a la conclusión de que tomar decisiones en cuanto al medioambiente a diferentes magnitudes es algo que las personas sensatas siempre hacen, independientemente de si lo hacen de forma intencionada o no. Es algo que nos afecta a todos y no es fácil encontrar el punto en el que nuestras acciones sean lo mejor para el medio ambiente o para nuestra propia alma.
Lo pequeño es bonito, pero ¿es efectivo?
Los activistas sociales muchas veces les dicen a sus seguidores cosas como "piensa globalmente, actúa localmente", pero muchos expertos en geografía creen que la idea de "lo local" es pura fantasía.
Por ejemplo, Doreen Massey define los lugares como centros geográficos en los que varios afluentes (sociales, culturales y económicos) se cruzan y cambian con el tiempo. Según su opinión, es imposible trazar fronteras que limiten cualquier región individual, puesto que cada lugar está sujeto a un estado de cambio constante influenciado por los fenómenos externos a dicho lugar.
En mi opinión, los ecologistas muchas veces se olvidan de que el mundo es un lugar muy grande, complejo e interconectado. Somos muchos los que creemos que las instituciones a gran escala, sobre todo las organizaciones económicas como el Departamento del Tesoro estadounidense o el Banco Mundial, son capaces de promover un cambio positivo en el medio ambiente.
Al mismo tiempo, somos muy conscientes de la complejidad y la doble moral de los problemas medioambientales. Algo nos hace sentirnos mal cuando vemos que el mundo se quema y parece que lo único que hacemos es agarrarnos a un clavo ardiendo en forma de pajitas de plástico.
Cuando analizamos las actitudes y el comportamiento de las personas a diferentes escalas, normalmente se contradicen. Por ejemplo, muchas de las personas que viven en el desierto de Mojave en California detestan las placas solares industriales a gran escala, pero apoyan el uso de placas solares pequeñas para los residentes. Muchos chefs y gourmets de las grandes ciudades pregonaban las bondades de los productos cárnicos "de mentira" hechos a base de plantas cuando todavía se trataba de un nicho de mercado, pero a medida que estos productos están al alcance de todos, los critican.
La escala a la que hacemos las cosas marca nuestras actitudes, comportamientos y decisiones, muchas veces en formas que no están arraigadas cognitivamente y deberíamos preguntarnos por qué esas elecciones que más nos importan a nivel personal tienen el menor impacto en el cambio medioambiental y hasta qué punto tenemos que escoger entre una cosa u otra.
Para algunos consumidores, los supermercados de comida ecológica representan esa tensión entre un estilo de vida sostenible y el crecimiento corporativo a gran escala.
Conexión versus impacto
Para analizar la complejidad de nuestras elecciones diarias, puedes pensar en los desechos alimenticios. Según una investigación llevada a cabo por el Project Drawdown, una organización sin ánimo de lucro que utiliza análisis de rentabilidad para identificar las formas más efectivas a escala global a la hora de reducir las emisiones de dióxido de carbono, reducir la cantidad de comida que tiramos es una de las estrategias más productivas si queremos cambiar el curso del cambio climático.
Pero esto no significa comer todo lo que nos ponemos en el plato para cenar o comprar "alimentos feos". Casi un tercio de todos los desperdicios de comida a nivel mundial se producen entre el lugar de origen y la cadena de supermercados o el restaurante, así que es ahí donde más deberíamos esforzarnos para reducir la cantidad de comida que se tira. Una vez que la comida llega al plato es difícil hacer algo por los desperdicios.
Cualquier persona a la que le preocupe el medio ambiente sabe que las soluciones a gran escala son importantes, pero sin embargo dichas soluciones parecen algo abstracto, lejano y establecido en estructuras de poder muy difíciles de cambiar o con las que interactuar.
El ecologista y emprendedor Paul Hawken, fundador de Project Drawdown, defiende que deberíamos centrarnos en acciones globales a gran escala si queremos cambiar el curso del calentamiento global.
¿Los ecologistas son capaces de admitir y aceptar que actúan a eslas por diferentes motivos? En su libro, "El tomate de 64 dólares", William Alexander reconocía con humor que cuando recogía un tomate plantado en su casa el coste total ascendía a 64 dólares cuando tenía en cuenta el control de plagas, el riego y las trampas para animales.
Plantar tomates es algo que nos ayuda a conectar con el mundo natural y son estas cosas las que hacen que muchos ecologías quieran luchar por la conservación de la fauna y flora silvestres. No se trata de ninguna nimiedad, pero tal y como demuestra la obra de Alexander, este tipo de acciones son realizadas por aquellos que más se han beneficiado de la sociedad industrial en la que vivimos. No puedes ponerte a plantar tomates que salen a 64 dólares la pieza si no te sobra dicho dinero para gastarlo en lo que al fin y al cabo no es más que un hobby.
Actuar a nivel local nos hace sentir bien porque los resultados son visibles y tangibles. Hay personas que sueñan con dejar atrás sus posesiones e instalar en casa paneles solares, comer de su propio huerto y llevar una vida en su propio lugar respetando las necesidades de la Tierra. Sin embargo, el mundo es mucho más complicado.
Puede que crea que estoy actuando a nivel local, pero todos los días estoy en contacto con comunidades lejanas. Puedo identificar qué plantas son autóctonas con mi iPhone y después subirlas a iNaturalist, pero esta idea de volver al campo no se diferencia mucho de ver la vida a través de un filtro de Instagram. Tal y como dice el geógrafo Andrew Blum, "ignorar el mundo moderno es estar profundamente desconectado del mundo en el que realmente vivimos".
En mi opinión, no tenemos elección. Todo lo local es global y viceversa. Se trata de seguir tomando cartas en el asunto y reflexionar sobre nuestras ideas y acciones para poder establecer y reconsiderar cuáles son las necesidades de nuestro planeta y darle importancia a los conflictos que surgen a consecuencia de intentar hacer cambios positivos en el medio ambiente.
Fotos: joemurphy, Charlottesville Tomorrow.
Autora: Jennifer M. Bernstein, Doctora de Ciencias Espaciales, Universidad del Sur de California-Dornsife College of Letters, Arts and Sciences.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.