Ayer tuvo lugar la Met Gala, en teoría un encuentro benéfico para recaudar fondos y en realidad el nuevo evento que está usurpándole el foco de atención en el mundo de las tendencias y la alta costura a la tradicional cita de los Oscar. Si bien la gala lleva entre nosotros más de medio siglo, el Met que conocemos ahora lleva desplegando sus alas al menos cuatro o cinco años. Por fijar una fecha, desde aquella vez en que Rihanna decidió vestirse de tortilla.
Después de pasar por los temas China, Matrix y carnaval católico, la organizadora de la exclusiva fiesta solidaria, Anna Wintour, ha pensado que sus asistentes estaban ya listos para dar un paso al frente en autoconsciencia: el tema visual de este año iba a ser lo camp. Para respaldarlo en el plano intelectual, además, se instaba a los famosos a leerse uno de los ensayos fundacionales del concepto, Notas sobre lo camp de 1964, escrito por la ensayista norteamericana Susan Sontag.
El problema es que, como han señalado muchos en redes sociales, la gala de ayer ha sido un espectáculo mayormente fallido. Si lo camp debería ser un fallo estético, las Jenners y las Gagas de este mundo han fallado a la hora de fallar. ¿Cómo es posible esto?
Lujo ignorante, excesos honestos
Para empezar, definir lo camp es una tarea más complicada que señalarlo al verlo. Sontag resumía: “la esencia de lo camp es el amor hacia lo antinatural, hacia el artificio y la exageración. […] Su sello distintivo es el espíritu de extravagancia. Camp es una mujer caminando por ahí con un vestido de tres millones de plumas”.
Nosotros entendemos lo camp como un estilo manierista, exagerado, artificioso y hortera gracias al trabajo de difusión de la idea de personajes como Jeff Koons o John Waters. Pero antes que todo esto, según teóricos como Sontag, lo camp debe tener una cierta capacidad de ingenuidad. Es decir, que las obras genuinamente camps casi siempre tienen una capa extra de lectura más cínica por parte del espectador sin que su autor original fuese consciente de ello.
Al menos en la idea originaria del camp, ya que, como comentaba Sontag, una vez que ese secreto se hace público y se construyen unas reglas sobre qué es lo camp (y paradójicamente es justo lo que hace la ensayista), una vez lo camp es deliberado, ha perdido buena parte de su gracia.
Y esto quiere decir que tanto la escritora como la mayoría de los asistentes de ayer han traicionado al mismo espíritu que decía recorrer la gala. Al intentar emular la esencia de este estilo en lugar de dejar que fluya de forma natural o abrazarlo con genuina admiración, el efecto resultante es una reunión de ricos que deciden, por un día, hacer de mamarrachas. Por eso mismo son más camp nuestras ceremonias de los Goya que sus citas benéficas en la Quinta Avenida, como ya han señalado algunos.
Haciendos donuts sobre el asfalto de la alta-baja cultura camp
Un problema añadido es la consciencia de que, detrás de estos lienzos humanos que son las celebrities, hay equipos de estilistas y expertos en moda que han trabajado para esquivar este efecto en la mayoría de los casos (aunque no en todos), manufacturando vestidos para la élite que regurgitan sin más otro hallazgo artístico de una subcultura, como ocurre desde tiempos inmemoriales (y, uf, también desde los inicios del camp).
No obstante, y entre todos los fastos de un día de business as usual para el statu quo, la gala de ayer sí nos ha regalado a los espectadores la sombra de la genialidad camp. Hablamos de aquellos asistentes tan ingenuos que, pese a saber que iban a una cita de estilismos estrafalarios, se pusieron algo que cumplía este patrón sin que ellos o su equipo parezcan haber trasmitido el necesario ejercicio de autoconsciencia irónica hacia sus ropajes.
Una de dos: o lo camp se asomó por los resquicios de la gala en forma de mirada espectatorial de forma involuntaria, tal y como debería haber sido, o Anna Wintour tenía ganas de hacer sangre haciendo arte (y viceversa).
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