La repentina amenaza bélica de Corea del Norte y la escasamente madurada respuesta del presidente de Estados Unidos, quien sutilmente ha dejado intuir que está dispuesto a utilizar el inmenso arsenal nuclear del país, ha dejado un gran interrogante en el aire: ¿qué narices es Guam y por qué debería importarnos ahora?
Porque la cuestión sobre la que rota el repentino revival de la guerra nuclear es Guam, la pequeña isla que aparece en todas las noticias y que, hasta hoy, había tenido un papel muy marginal en (abrimos comillas) el desarrollo de la civilización contemporánea (cerramos comillas). Para entender por qué podría llevarnos a la catarsis nuclear, realicemos un breve recorrido por el siempre divertido siglo XIX.
Guam es Estados Unidos pero en realidad no lo es
Primero de todo: ¿qué es y dónde está Guam? Pues bien, Guam es una isla relativamente grande (la más grande de las Marianas) ubicada en la Micronesia, al norte del infinito conjunto de diminutas islas que conforman el Pacífico Sur. Cuenta con unos 160.000 habitantes y, esto es importante, con dos enormes bases (una naval, otra aérea) del Ejército de los Estados Unidos, quien tiene desplegados unos 6.000 soldados.
En un mapa, el espacio natural de Guam es Asia Oriental. Pero sólo en un mapa: la isla está a miles de kilómetros de Japón, las costas Chinas o Filipinas, por citar algunas masas terrestres de importancia en la región, lo que virtualmente la convierte en un verso suelto del Pacífico, destacada sobre el resto de la Micronesia pero demasiado pequeña como para ser importante.
Ahora bien, pertenece a los Estados Unidos. Pese a encontrarse en la otra esquina del océano, se reconoce su carácter de Territorio no incorporado. ¿Qué quiere decir esto? Varias cosas, muy idiosincráticas de Estados Unidos.
Al igual que la corona británica, Estados Unidos tiene varios niveles administrativos y autónomos para sus diversos y extensos territorios en el Pacífico y en el Caribe. El ejemplo más evidente es Puerto Rico: es un estado asociado, es decir, sus habitantes cuentan con la ciudadanía y la constitución se aplica en algunos de sus puntos, pero no tiene la membresía completa (al modo de los 51 estados de la bandera).
Guam es un estadio intermedio entre el estado asociado de Puerto Rico (y de las Islas Marianas del Norte) y la decena de Territorios no organizados que forman el grueso de las posesiones extra-continentales del país. Estos últimos son atolones diminutos donde apenas vive gente o directamente están deshabitados, y forman parte nominal de Estados Unidos, aunque no tengan grado alguno de gobierno autónomo.
El caso de Guam es distinto, dado que allí viven 160.000 habitantes. Al igual que Puerto Rico, la Constitución se reconoce en alguno de sus puntos, no plenamente, y sus ciudadanos cuentan con pasaporte estadounidense. Sin embargo, no han adquirido todos los derechos: ni tienen representación en el Congreso (hola, Washington DC) ni pueden votar al presidente, aunque sí pueden enviar delegados en su nombre y tienen cierto grado de gobierno autónomo.
Para los chamorros (la etnia mayoritaria en Guam) la situación es a un tiempo un engorro y una bendición. Por un lado tienen ciudadanía estadounidense, con todo lo que ello implica, pero por otro no pueden votar sobre asuntos que les afectan directamente, y la legislación, por lógica, les margina de forma sistemática (sin olvidar el origen racista de su dual condición ciudadana). Pese a ello, la base militar es la segunda fuerza económica de la isla.
Ni plenamente olvidada ni plenamente estadounidense, la situación de Guam, su carácter de "Territorio", bebe directamente del proceso de expansión territorial estadounidense de mediados y finales del siglo XIX.
Aquel loco tiempo en el que EEUU quiso ser un imperio
"Ok, ¿pero cómo narices terminó Guam formando parte de Estados Unidos?". Es aquí donde la cosa se pone emocionante.
Cuando Estados Unidos se declaró independiente del Imperio Británico lo hizo con el marchamo del "bastión frente al imperialismo europeo", una forma de afirmar su esfera de influencia sobre todo el Hemisferio Occidental. Desde entonces, el país luchó varias guerras contra el intervencionismo europeo en el continente, lo que más tarde abriría la puerta a la creación de su propio imperio. En principio, territorial.
Las sucesivas guerras contra México y Reino Unido, además de las adquisiciones realizadas a Francia y España permitieron a Estados Unidos asegurarse el control de su actual territorio mucho antes de que estuviera plenamente habitado u organizado. Así, el gobierno federal creó los "territorios", gigantescos lotes de tierra en posesión del país pero sin reconocimiento administrativo propio, sin ser estados de la Unión.
Allí fue donde se gestaron las leyendas del salvaje oeste y donde series como Deadwood tienen lugar, en un dudoso espacio legal al margen del gobierno federal pero bajo su tutela. Aquellos territorios poco a poco se convertirían en estados de pleno derecho de la Unión (el último, Arizona), y más tarde se extenderían a dos estados extra-contiguos, Hawaii y Alaska (ya a mediados del siglo XX).
El proceso expansionista de Estados Unidos no estuvo al margen de ideología. Junto a su proto-carácter anti-imperialista y democrático, el país se convenció a sí mismo (la élite política) del Destino Manifiesto, una doctrina en política exterior que aseguraba que el país debía llegar hasta la costa Pacífica y más allá. Bajo este paraguas Estados Unidos creció más allá de la masa continental, y lo hizo mirando hacia el Pacífico.
Ya antes de la Guerra de Secesión Estados Unidos quiso asentar su dominio en la esfera pacífica. Lo hizo llegando hasta Japón (y obligando al decadente imperio a abrirse al comercio a punta de cañón) y tomando nominalmente un montón de atolones e islas a lo largo del océano. Tras la guerra civil y una vez asentado el poder del gobierno federal (y solventado el problema de la esclavitud), la expansión mimetizó los procesos coloniales de los estados europeos y se hizo más intensa, llegando hasta Asia Oriental.
La mezcla de ideas, la necesidad de asegurar una esfera de influencia que contestara a los vastos imperios que Europa estaba construyendo en África y Asia y una nueva generación de gobernantes reverdecidos por el nacionalismo (Theodore Roosevelt, entre otros) motivaron que EEUU comenzara a ser más agresivo en el Caribe y el Pacífico. Y el pato de su ambición lo terminó pagando España.
El Imperio Español andaba de capa caída en 1898 pero aún contaba con colonias: Filipinas, Cuba, la joya de la corona, y Puerto Rico. Y aquí es donde nos topamos con Guam: la pequeña isla había sido descubierta por los exploradores hispanos durante el siglo XVI, y formaría parte de su enorme imperio hasta su definitiva caída. Una caída promovida por Estados Unidos, que no sólo se quedó con las tres piezas más importantes, sino también y casi de rebote con Guam.
Gracias, España, por esta base en el Pacífico
Asegurados los nuevos territorios, Estados Unidos hizo algo inédito en su historia y contradictorio con su auto-convencimiento anti-imperialista: no asimiló como tales las posesiones. Es decir, las convirtió en colonias, o más tarde, en parte de la Commonwealth estadounidense (y no sin derramar sangre, sudor y lágrimas: el gobierno federal tuvo que combatir una cruenta guerra de independencia en Filipinas tras 1898).
De este modo, Guam y otras islas/atolones permanecieron en la órbita estadounidense como posesiones propias durante toda la primera mitad del siglo XX. Primera mitad que, de forma paralela, observó el crecimiento nacionalista y militarista de Japón, en un proceso de expansionismo territorial que terminaría fijando sus miras en el área de influencia pacífica de Estados Unidos.
La élite política y militar japonesa había mirado con preocupación a los procesos colonialistas de Asia Oriental. Creyéndose rodeada por fuerzas cada vez más poderosas, inició su propio proceso imperialista, no sólo en China sino también en todos los países del Sudeste asiático (desde Malasia hasta Birmania, posesiones británicas). Dada la alianza natural entre Reino Unido y Estados Unidos, Japón juzgó inevitable la intervención de este último, y optó por un ataque preventivo en Pearl Harbor.
Lo que siguió es historia conocida: Japón ocupó gran parte de las poesiones estadounidenses en el Pacífico, entre ellas Guam (un par de días después del ataque en Hawaii) y Filipinas. De forma inevitable, la reacción fue el gigantesco esfuerzo bélico de Estados Unidos, la guerra en el Pacífico, la progresiva retirada de Japón y su definitiva rendición tras Hiroshima y Nagasaki.
Tras tres años de brutal ocupación, como todas las ejecutadas por el imperio japonés, Estados Unidos retomó el control de Guam. Asegurada su preeminencia total en el Pacífico, los sucesivos gobiernos optaron por construir bases navales y aéreas que permitieran intervenir de forma rápida y eficaz en los muchos conflictos post-Segunda Guerra Mundial en la región. Al igual que Okinawa, Guam se convirtió de forma repentina en un nodo estratégico básico para el ejército estadounidense.
Y así ha sido hasta nuestros días: Estados Unidos quiere duplicar el personal militar en la isla en el plazo de dos años. Tiene motivos de sobra: desde la agresiva política exterior China a cuenta del Mar de China Meridional hasta la progresiva escalada nuclear de Corea del Norte. Guam le permite operar con prontitud ante cualquier circunstancia.
Kim Jong-Un y Guam como detonante nuclear
No es de extrañar, entonces, que a Kim Jong-Un se le haya colocado la isla entre ceja y ceja para reafirmar su teórico poder militar frente al resto del mundo.
Guam es un objetivo interesante por dos motivos: el primero y principal, está cerca de Corea del Norte, y representa uno de los pocos territorios estadounidenses que la tecnología norcoreana está en condiciones de amenazar; el segundo, evidentemente, es una base que permite de forma frecuente a Estados Unidos realizar vuelos sobre la península y dar apoyo militar y logístico en caso de reapertura de la Guerra de Corea.
De ahí que Kim Jong-Un dirigiera sus miradas a Guam cuando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas declaró las sanciones más duras hasta la fecha contra el país por seguir profundizando en su programa nuclear. El pasado mes, el ejército norcoreano volvió a realizar un test con misiles balísticos intercontinentales, lo que duplicó la preocupación de Japón y otros vecinos (en permanente alerta).
Si sumamos los anteriores factores a la necesidad permanente de Kim Jong-Un de justificar su figura a través de los conflictos exteriores y las altisonantes y bravuconas declaraciones de Trump sobre Corea del Norte, el cóctel llevaba inevitablemente a la escalada del conflicto: en esta ocasión, en forma de declaración de la agencia de propaganda norcoreana amenazando con un ataque inminente sobre la isla-base de EEUU.
Lo abierto de la amenaza norcoreana ha abierto un nuevo capítulo en la tradicionalmente torticera y complicada relación entre ambos países. Que Kim Jong-Un esté verificando "exhaustivamente" planes de ataque a Guam, territorio estadounidense, ha debido resultar una altanería insoportable para Trump, cuya intención de responder con "fuego y furia" (aka: nukes) a cualquier acto militar ha dibujado una preocupante línea roja.
En gran medida porque Estados Unidos no utiliza su arsenal nuclear. Su doctrina es otra. Pero si amenaza con hacerlo, sólo tiene dos opciones: o perder una credibilidad granjeada durante décadas o... Utilizarlas. Lo que desencadenaría una serie de reacciones impredecibles, un posible escenario de enfrentamiento global y calamidades de todo tipo a manos de Corea del Norte. Y todo por culpa de una isla en el Pacífico que terminó en manos de EEUU casi por casualidad.
Sea como fuere, lo más probable es que no suceda nada y que las elucubraciones sobre un revival atómico se queden ahí. Entre tanto, la población de Guam suma motivos para mirar con recelo a su base naval y aérea: si no fuera por ellas, ahora mismo no serían el único territorio del mundo amenazado abiertamente por Corea del Norte.
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