Cuando los Monty Python parodiaron el Santo Oficio de la Inquisición ("Nobody expects the Spanish Inquisition!") lo hicieron sabedores de que su audiencia, británica, lo comprendería. La memoria de la Inquisición había sobrevivido al paso de los años en forma de celo represor, brutalidad y arbitrariedad. La institución, fundada por los Reyes Católicos, se configuraba así como una herramienta sorpresiva dispuesta a quemar en la hoguera (o en el potro, "the rack" en el sketch) a cualquier alma distraída, hereje o cristiano de disipados hábitos.
¿Cuánto de real había en aquella imagen? Es una pregunta que ha sido discutida durante décadas por la historiografía, y en gran medida desmontada. Un ejemplo de reciente difusión: el número de persecuciones por brujería.
Ofrece algunas cifras The Economist en este gráfico, basado a su vez en este otro artículo de los historiadores Peter Leeson y Jacob Russ sobre las cazas de brujas en la Europa post-medieval. Alemania destaca por encima del resto de naciones. Entre 1300 y 1850 acusó o ejecutó a más de 16.000 personas (la mayoría mujeres) por hechicería y otros crímenes. Le sigue Suiza, con unos 10.000, pero con una ratio de juicios/población superior (en torno a los 980 por cada 100.000 habitantes). Escocia registró alrededor de 3.000, y una tasa de 509 procesos por cada 100.000 habitantes. Francia y España completan el top, pero sólo en números absolutos.
Junto a Italia, son los tres países donde se iniciaron menos juicios por brujería (22, 23 y 5 por cada 100.000 habitantes, respectivamente. ¿Por qué?
El estudio lo analiza desde un punto de vista economicista. Las cazas de brujas no eran sino el resultado directo de dos corrientes teológicas compitiendo por una población finita. Alemania y Suiza experimentaron grandes traumas durante el siglo XVI y XVII. Las reformas luteranas y calvinistas abrieron una brecha social y amenazaron la hegemonía de la Iglesia Católica. En un contexto de alta polarización, las acusaciones se convirtieron en una herramienta para resolver disputas políticas o rencillas personales. No por casualidad el grueso de ejecuciones datan de la Reforma y la Contrarreforma, en aquellos siglos.
Es una idea sugerente, pero no exenta de problemas. Si bien es cierto que el protestantismo obtuvo pocos avances en España e Italia, lo que ayudaría a explicar sus bajos números, en Francia no. Las guerras de religión sangraron al país durante dos siglos, conversiones monárquicas y tomas de París por los tercios ("París bien vale una misa") incluidos. La historiografía ha analizado el fenómeno desde múltiples enfoques. Uno igual de interesante es el rol de la Inquisición en los países católicos: al centralizar el proceso persecutorio, dejaba menos margen a los brotes de ira popular tan característicos de Alemania o Suiza.
Una persecución más centralizada
Como se explica aquí, varios factores contribuyen a explicar la excepcionalidad de la Inquisición. Por un lado, su objetivo, más centrado en la conversión de judíos y moriscos, y más tarde de protestantes, que en la persecución de herejías relacionadas con la brujería o las invocaciones satánicas. Por otro, y relacionado con lo anterior, por las particularidades doctrinales de la Iglesia Católica. Tanto el maleficium como los aquelarres tenían poco predicamento, y no se consideraban demasiado en serio. Los inquisidores no daban demasiado pábulo a las invocaciones satánicas, y años de burocracia y experiencia marcaban el camino a seguir para generaciones de funcionarios.
Por último, el catolicismo estaba más interesado en la conversión y en la salvación de las almas, en el regreso al redil, y no tanto en el castigo. Esto explicaría el menor ratio de ejecuciones.
Pero ante todo, el carácter central de la Inquisición italiana y española (y del control en materia religiosa de los reyes franceses) favoreció ciertas garantías procesales para los acusados. El monopolio de la persecución adquirido por la Iglesia impidió que las acusaciones infundadas, y en no pocas ocasiones fruto de las enemistades personales o de la instrumentalización política, tuvieran recorrido en los tribunales. El corpus legal y la jurisprudencia, además, desincentivaban la tortura, un factor fundamental, según Brian Levack, para que las simples supersticiones folclóricas se transformaran en supuestas conspiraciones diabólicas por medio de la confesión y la delación forzada.
Dicho de otro modo, las torturas, poco efectivas, provocaban que numerosos acusados admitieran sus crímenes e inculparan a otras personas. Todo ello contribuía a alimentar un estado de paranoia en las localidades del norte de Europa, lo que acrecentaba a su vez las persecuciones y la violencia tumultuaria. Un círculo vicioso.
Nada de esto relaja el carácter represor y casi siempre punitivo de la Inquisición. Como apunta Edgar Straehle en este largo artículo sobre la Leyenda Negra, el Santo Oficio ejecutó a más de 3.000 personas durante su existencia, y su porcentaje de condenas superaba el 75%. Las penas, eso sí, no siempre consistían en la pena de muerte. El destierro, la penitencia pública (una idea tan católica en fondo y forma) o el trabajo forzado en galeras fueron consustanciales al proceso legal de la Inquisición, muy lejos del tribunal de justicia garantista de las democracias modernas (cuyo prueba palmaria serían los autos de fe).
Tampoco significa que España fuera ajena a las cazas de brujas. Se dieron algunos casos, el más célebre de ellos en Zugarramurdi, al norte de Navarra. La disparidad entre el norte y el sur de Europa viene dada por factores estructurales. Por un lado, la competencia entre dos sectas religiosas distintas (protestantismo y calvinismo frente al catolicismo más asentado) afiló los conflictos en el día a día de los habitantes de Suiza o Alemania, generando en un mayor grado de violencia. Por otro, la centralidad del proceso persecutorio en los países católicos limitó el carácter alborotado y aleatorio de las cazas de brujas, reduciendo su impacto.
Ambos factores se confabularon para ofrecer escenarios muy distintos, y muy lejanos a los estereotipos tradicionales vertidos sobre la Inquisición Española y el celo represor católico. La violencia en el norte de Europa, además, se explica dentro de un contexto político y cultural muy específico. Las guerras de religión, en las que se enmarcan las cazas de bruja, fragmentaron el corazón del continente durante dos siglos, causando millones de muertos (hasta siete en Alemania durante la Guerra de los 30 años) y reconfigurando el orden social y político de Europa para siempre. Un proceso que España vivió como agente externo, y no tanto en sus tripas.
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