La retirada de Bernie Sanders de la carrera presidencial ha despejado el camino hacia la Casa Blanca. En las próximas elecciones de noviembre los estadounidenses tendrán que elegir entre Joe Biden y Donald J. Trump. Son dos figuras políticas diametralmente opuestas. Pero tienen algo en común: son viejos. El primero atesora 77 años; el segundo, 73.
Población de riesgo. Óptima coincidencia con una pandemia global de especial penetración en Estados Unidos y que afecta particularmente a la población más envejecida. Si Trump o Biden contrajeran la enfermedad, escenario en absoluto descartable tras el contagio de Boris Johnson, primer ministro británico, los dos correrían un alto riesgo.
La letalidad global entre su grupo de edad supera el 8%.
¿Entonces? La peculiaridad del sistema político estadounidense, lento en su elección del candidato a la presidencia y muy personalista, hace que el fallecimiento de uno de los dos suponga un gran quebradero de cabeza. Ningún político a lo largo de su historia de ha muerto tras obtener la nominación de su partido (el acto formal mediante el que demócratas y republicanos designan a sus candidatos).
Caso Trump. El escenario que más certidumbre ofrece es el republicano. La vigésimoquinta enmienda establece que, en caso de fallecimiento del presidente, es el vicepresidente quien toma las riendas del país. Aquí sí hay precedentes. Es lo que aupó a Lyndon Johnson al poder en 1963. En este caso, el beneficiado sería Mike Pence, muy alineado con Trump y altamente popular entre sus bases.
Caso Biden. Aquí la cosa se complica. La retirada de Sanders ha convertido a Biden en el candidato de facto del Partido Demócrata, pero aún no en el oficial. La convención funciona de forma compleja. Los candidatos obtienen una serie de delegados que en teoría votarán por ellos, pero que están libres de cualquier atadura. Es decir, sin un candidato (por fallecimiento) la dirección de sus votos no se puede predecir.
¿Qué pasa entonces? Como explican aquí, la opción más probable es una decisión colegiada entre los cuadros dirigentes del partido, la Convención Nacional Demócrata, unos 400 miembros encargados de designar a un candidato. ¿Cuál? Ese es el verdadero misterio.
Otros nominados. Sanders parece una opción intuitiva, al haber recabado más votos que el resto de candidatos, pero no lo es. Hay quien podría argumentar, con razón, que tener una pluralidad de apoyos no equivale a tener la mayoría de apoyos. El resto de candidatos, sin embargo, no cuentan con la suficiente legitimidad como para sustituir a Biden.
Solamente enfermos. También podría darse la circunstancia de que Trump o Biden enfermaran y superaran el virus. En ese caso Pence ejercería de presidente en funciones y los demócratas esperarían a la recuperación de su nominado. Si sucediera antes de la convención, los delegados podrían optar por otro candidato. Sucede que ninguno llegará tan lejos.
En esencia, el Partido Demócrata afronta en la hipotética muerte de Biden el escenario previo a 1968, cuando las élites del partido, y no las bases, designaban a su candidato.
Imagen: Gage Skidmore/Commons
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