Ejercicio de política económica ficción: imaginemos que el precio de cualquier bien de consumo habitual en nuestra vida sube, de forma repentina, un 6.000%. En concreto, la gasolina. De forma virtual, llenar nuestro depósito requeriría de vaciar nuestra cuenta corriente. Eso es más o menos lo que acaba de suceder en Venezuela: al tiempo que el gobierno de Maduro anunciaba diversas medidas económicas, entre ellas una fuerte devaluación, decretaba un aumento del 6.000% en el precio de la gasolina de 95 octanos. Pese a tan espectacular cifra, la gasolina venezolana seguirá siendo la más barata del mundo. ¿Cómo?
La economía venezolana no atraviesa el mejor de sus momentos. A la escasez de productos básicos en sus supermercados se suma una elevada inflación, un notable endeudamiento y unas perspectivas de crecimiento pobres. El gobierno de Maduro ha decidido atajar los problemas parcialmente con medidas que, en cierto modo, aspiran a reactivar la economía del país ahorrando dinero a las arcas públicas y permitiendo tímidos conatos de liberalización. Sin embargo, no parece que los pasos dados por Maduro sean suficiente. ¿Por qué? Por la delicada situación financiera del país. Veamos qué está pasando.
Primero, ¿cuál es la situación política?
A nivel político, el gobierno de Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez al frente del Partido Socialista Unido de Venezuela, se enfrenta a múltiples problemas. El principal: por primera vez desde el acceso de Chávez al poder, el PSUV no cuenta con una clara mayoría parlamentaria en asamblea nacional. En las últimas elecciones, la oposición logró ganar más escaños que el gobierno, abriendo un nuevo frente de competencia política inédito hasta ahora en la presidencia de Maduro. Eso implica una restricción a su poder.
Relativa, claro, dado que pese a los intentos de la oposición, la justicia venezolana ha permitido a Maduro mantener poderes excepcionales derivados de la extraordinaria situación económica en la que parece vivir instalada Venezuela. Sin embargo, el principal líder opositor, Henrique Capriles, ha anunciado su intención de convocar un referéndum revocatorio que podría poner en peligro la posición de Maduro. Capriles necesitaría primero obtener millones de firmas para llevar adelante la consulta, y, después, sumar más votos en contra de Maduro de los que éste consiguiera en las pasadas elecciones presidenciales, muy polémicas.
Vale, ¿y qué problemas económicos se enfrenta?
Lo uno está relacionado con lo otro.
Maduro ahora tiene motivos para temer una derrota electoral, de ahí que su acción de gobierno deba ser más decidida atajando los numerosos problemas que afrontan los venezolanos en su día a día. Son muchos, pero el principal, y quizá el más comentado a nivel internacional (especialmente en aquellos sectores críticos con el gobierno chavista), es la escasez de alimentos básicos. El problema se origina en el propio sistema de precios y reparto, ambos controlados directamente por el estado. Dado que los precios son fijados a nivel estatal por debajo del mercado para asegurar su distribución, la demanda es infinita.
Esto provoca que se acaben con bastante rapidez. No son todos los productos, sino como se explica en este reportaje de la BBC sobre el terreno, una cuarentena de alimentos y otros elementos de gran relevancia en la vida diaria de los venezolanos. Además, el sistema de distribución público ha favorecido la corrupción. La semana pasada, las autoridades detenían a los responsables de una red de revendedores que operaban en el mercado negro. Es el otro gran problema: la producción de alimentos es suficiente, pero son comprados por los bachaqueros a precio oficial y después revendidos a los consumidores.
Es un gran negocio.
De forma paralela, la caída del precio del petróleo a nivel global ha golpeado de forma especialmente grave a la economía venezolana. Su exportaciones dependen casi mayoritariamente del crudo. No en vano, Venezuela cuenta con las mayores reservas de petróleo del planeta (supera a las de Arabia Saudí, pero no es capaz de sacarles un rendimiento siquiera parecido). La carencia de ingresos y las disfuncionalidades de una economía nacionalizada y altamente controlada por el estado han hecho el resto: hoy, la inflación venezolana es la más alta del mundo, y las divisas se venden a precio de oro en el mercado negro.
¿Qué está haciendo Maduro para solucionarlos?
A los anteriores, Venezuela suma muchos otros problemas.
Por ejemplo, el sistema de cambios. Es enormemente complejo, y está fijado parcialmente por el estado. El gobierno de Maduro ha tomado varias decisiones en este sentido, ambas encaminadas a paliar el pobre desempeño económico del país. La tasa cambiaria más fuerte, dedicada a los sectores prioritarios (importación de alimentos, medicamentos, cesta de la compra, etc.) pasa de los 6,3 bolívares por cada dólar a los 10 bolívares por cada dólar. La otra tasa cambiaria fija desaparece (el Sicad II, que estaba dedicada a otros sectores no preferenciales). Y se crea una tasa flotante a 200 bolívares el dólar.
Es una simplificación, devaluación y liberalización muy parcial y muy relativa. ¿Problema? En el mercado negro se ofrecen 1.000 bolívares por un dólar. La tasa de cambio oficial de Venezuela es "absurdamente barata", en palabras de Luis Vicente León, analista económico venezolano que, en un artículo publicado hoy sobre las decisiones de Maduro, se muestra muy crítico con la gestión gubernamental de la crisis.
La otra gran medida anunciada por Maduro ha sido el aumento del precio del petróleo. Al igual que otros productos básicos, la gasolina en Venezuela es monopolio del estado, tanto su precio como su distribución. Es muy, muy barata, pero no está relacionado directamente con las inmensas reservas que alberga el subsuelo del país. Al contrario. Venezuela puede exportar crudo sin refinar, pero necesita importar crudo refinado porque no cuenta con la tecnología ni con el capital suficiente para poner en marcha una refinería efectiva. Entonces, ¿cómo es posible que su gasolina sea la más barata de todo el mundo?
Porque, al igual que otros de países del mundo, subvenciona su precio. Pero lo hace de forma mucho más profunda. El resultado es un déficit importantísimo que ni siquiera Maduro ha podido obviar: al comprar al exterior y vender al interior muy barato, es un negocio poco rentable. La situación ha contribuido a aumentar la deuda de Venezuela y a poner al país al borde de la suspensión de pagos. Subiendo un 6.000% el precio de la gasolina, el gobierno aún puede ofrecer gasolina muy barata a sus ciudadanos, pero tapa parte del agujero presupuestario causado por la enorme disfuncionalidad del sistema.
¿Y van a ser suficientes esas políticas?
Es difícil decirlo. Como hemos visto, economistas alejados de la línea oficial del gobierno chavista juzgan insuficiente la reforma de los tipos de cambios. El aumento del precio de la gasolina sí se interpreta en términos positivos, pero puede que no sea suficiente. Por descontado, la oposición ha criticado las decisiones de Maduro (se presentaron en un largo discurso, al modo chavista, de cinco horas, televisado e interrumpido con alguna que otra excentricidad). La crisis venezolana es muy profunda, y puede que esto sólo sean parches.
Por ejemplo, según el Deutsche Bank (que tampoco atraviesa su mejor momento), el precio del barril de petróleo debería ubicarse por encima de los 200$ para permitir a Venezuela equilibrar sus presupuestos. Ahora mismo es una simple y llana utopía. Por otro lado, como explicaba The Washington Post hace escasos días, la economía venezolana podría estar al borde del colapso. Años de gasto sin ingresos reales, de mala gestión de las reservas y los activos petroleros (con la consecuente espectacular caída en la producción) y del florecimiento del mercado negro requieren de medidas mucho más agresivas.
Sin embargo, un aumento radical del precio de la gasolina o una reforma real de otros sectores de la economía venezolana podrían derivar en protestas y descontento con el gobierno actual. En el espejo retrovisor, Venezuela aún observa inquieta los acontecimientos del Caracazo, cuando una progresiva liberalización de la economía y una subida del precio de la gasolina decretada por el gobierno de Carlos Andrés Pérez provocó gravísimos disturbios y una espiral de violencia que dejó centenares de muertos en las calles.
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