En primero de carrera, había una chica morena, una gaditana sin acento que dibujaba ridículas estrellas en los cuadernos. Aunque, aquí entre nosotros, más que una chica era un cliché: la típica sabelotodo que levantaba la mano inmediatamente ante cada pregunta por enrevesada que fuera; la que recordaba, por si acaso, que ese día tocaba entregar una práctica que, por supuesto, nadie había hecho; la que estaba todo el día haciéndole la pelota a los profesores.
Que nos conste, solo había dos personas que la aguantaran e iban las tres de un lado para otro sin relacionarse mucho con nadie más. Pero como era proactiva, lista y servicial poco a poco fue ganándose el papel de delegada de clase en funciones: los profesores le daban los apuntes, le escribían para que organizara las prácticas y un largo etcétera de cosas que nos hicieron preocuparnos por la posibilidad de que el uso y la costumbre acabasen por investirla delegada. Incluso había gente que decía que sí, que era insoportable, pero que al fin y al cabo ya estaba haciéndolo ella y no lo hacía nada mal.
Así que, llegado el momento de la votación oficial (casi en diciembre), decidimos que esto solo tenía una solución: trucar las elecciones. Nos ofrecimos voluntarios para organizarlas. El plan era simple: teníamos que sustituir sus votos por los de cualquier otro candidato, hacer que los números cuadrasen y listo.
Así lo hicimos. La insoportable sacó tres votos y la que ganó (o mejor dicho, la que habíamos escogido para que ganara) lo hizo tan bien que siguiendo siendo delegada el resto de cursos de la carrera. Victoria.
Cómo odiábamos a esa chica. La odiábamos bastante. A veces, incluso la odiábamos mucho. No es algo de lo que me sienta orgulloso. De hecho, no tengo ninguna excusa. Ahora, con la perspectiva de los años, he entendido que ella era una chica tímida, inteligente y sí, algo socialmente torpe; mientras nosotros éramos sencillamente gilipollas.
Pero por aquella época, ideábamos una forma tras otra para hacerle la vida imposible. Por suerte, no éramos valientes y no las pusimos nunca en acción. Hubiera sido más cómodo haber podido filtrarla. Como en las redes sociales, pero en carne y hueso.
De la comodidad de filtrar en redes sociales...
No lo hicimos, claro. Ni siquiera se nos ocurrió bromear con la idea. En aquella época, las redes sociales estaban en pañales y no éramos, como es evidente por lo que acabo de contar, ni mucho menos unos visionarios.
Pero estoy convencido de que nos hubiéramos pasado tardes enteras de cafetería buscando ideas para hacer desaparecer a esa chica. Cómo hubiéramos disfrutado si hubiéramos podido haberle hecho, preferiblemente delante de todo la clase,unfollow, block and report. No a su cuenta de twitter, no. A ella misma, a su persona, a su figura levantando la mano rápido ante cualquier pregunta del profesor.
Hubiera estado bien eliminarla de nuestras amistades, como en Facebook. Pero hubiera estado mejor si hubiéramos modificado nuestras opciones de privacidad para que todo el mundo nos escuchase hablar y reír, mientras ella en silencio seguiría pensando que éramos sus "amigos".
La verdad es que como tampoco disfrutábamos mucho de la humillación pública, el sistema de Blablacar que permite poner una opinión pública superfavorable (la que ella podría leer) y una privada poniéndola a parir (la que vería el resto) también hubiera sido una buena idea.
Aunque ya puestos, habríamos concluido en esa mesa de cafetería universitaria, lo mejor hubiera sido algo como los algoritmos de Google o Amazon. Si la universidad seleccionase a gente igual a nosotros o, mejor aún, a gente como a nosotros nos gusta, no tendríamos que haber conocido a esa chica nunca. No hubiera sido mala idea, Spotify lo hace, nos presenta música que teóricamente se adecua a nuestros gustos y estilos, y está bastante bien. ¡Qué demonios! Netflix ha creado algunas de las mejores series de la historia a fuerza de big data y buen criterio.
... a los filtros que ya usábamos en la vida real.
El otro día, leyendo una pieza del NYT me acordé de toda esta historia. Según parece, hay inmobiliarias que se dedican a analizar personalidad, ideología y valores de sus inquilinos para buscarles compañeros que encajen entre ellos. Además, les ofrecen todo un programa de actividades totalmente personalizadas.
Siempre han existido filtros y barreras. Imperfectos, artesanos, pero filtros al fin y al cabo. ¿De qué otra forma podríamos entender frases como "Esos amigos no te convienen", "No eres tú, soy yo", "A ver si un día nos tomamos un café y nos ponemos al día"?
Desde pequeños, nos enseñan que evitar el sufrimiento es la estrategia correcta. Es algo que tiene profundas razones culturales y evolutivas. Todas ellas se resumen en que funciona: si meter los dedos en un enchufe nos produce dolor, malestar o incomodidad, la estrategia de no meterlos parece razonable. Por eso, filtrar, contener y aislarnos de lo que no nos gusta nos suena tan bien.
Esos filtros y barreras que nos separan del mundo cambian caso a caso y persona a persona. Pero, desde la psicología, se han identificado una serie de falsas estrategias que 'provocan' la creación de esos filtros:
- la fusión cognitiva: Cuando un día va mal, y pensamos que 'somos lo peor', nos cuesta mucho trabajo darnos cuenta de que pensamos eso porque el día ha ido mal y no porque lo seamos.
- la desconexión con el momento presente: vivir en el pasado o imaginando el futuro, hace que seamos menos capaces de adaptarnos a las situaciones actuales.
- el esencialismo: el apego a la creencia de que somos 'así'; es decir, de una forma concreta e inamovible.
- la confusión de valores: no tener claro qué cosas son importantes para nosotros.
- y, por último, evitación experiencial: que nuestra vida se rija por estados de ánimo más que por un plan de vida.
Por suerte, estas estrategias estaban sometidas a la dictadura del azar y la casualidad. Hoy nos encontramos la posibilidad de usar todo el potencial de la tecnología para hacernos un mundo físico a nuestro gusto, Silicon Valley convertido en el genio de Aladdín.
Sillicon Valley tiene vocación de ser el genio de Aladdín, usar la tecnología para hacernos un mundo (real) a nuestro gusto
Cuando Eli Pariser comenzó a hablar de la 'burbuja de los filtros' ('filter bubble'), hace solo cuatro años, la idea sonaba rara aún. Ahora sabemos que nuestra vida digital (nuestro historial de Facebook, por ejemplo) es mejor que cualquier test psicológico para evaluar la personalidad. ¿Imagináis lo que saldría de unir toda la información de tu teléfono, tu cuenta corriente y los tropecientos millones de datos que hay por ahí sobre ti? Es la información que querría toda agencia de contactos. Y pronto, esa información nos permitirá relacionarnos solamente con nuestras medias naranjas. Genial, ¿no?
Las consecuencias del "block and report for spam"
En mi caso, con esa chica de la que hablaba arriba lo tengo claro. Si hubiera podido bloquearla, borrarla o neutralizarla, lo hubiera hecho sin dudarlo. Sin que me temblara el pulso, sin perder ni un segundo de mi sueño. Y habría perdido a una de las mejores amigas que nunca he tenido.
Aún recuerdo aquel final de curso. Tres días antes del examen de 'Psicología de la Personalidad' (curiosamente la clase en la que habíamos manipulado las elecciones), a una de sus amigas le dio un infarto y murió. Recuerdo la impotencia de no poder avisarla pese a darle vueltas y vueltas al listín telefónico. El entierro se celebró y ella no pudo asistir. Aquel día de finales de junio en Córdoba, en aquella Iglesia, comprendí muchas cosas.
Los filtros fallaron y, más tarde, la conocí. Lo prudente sería decir que si los filtros no hubieran fallado, sería otra persona (ni mejor, ni peor) pero la verdad es que os estaría mintiendo. Si los filtros no hubieran fallado, sería peor. Mucho peor.
La razón es sencilla: si algo hemos aprendido de la psicología conductual, es que estamos vacíos por dentro. No literalmente. No como si nuestra piel fuese una finísima capa de porcelana acotando una minúscula porción de nada. Más bien como una tienda de campaña vacía en medio de un prado. Crecer, desarrollar una personalidad, viene a ser atarnos a las cosas con finísimos vientos de historias. Somos seres contingentes y toda nuestra esencia depende de esos vientos que, amarrados a los enganches que nos da la genética y la biología, nos mantienen en nuestro sitio. Como a las tiendas de campaña. En la medida en que escogemos solo atarnos a ciertas cosas, en la medida en que escogemos evitar partes del mundo, en la medida que escogemos alejarnos de las contingencias: nos perdemos a nosotros mismos.
En los últimos años, los psicólogos hemos estudiado esto muy concienzudamente. El mayor problema es que no todas las cosas que nos producen incomodidad son objetos físicos o acciones concretas fácilmente evitables. Uno de los inconvenientes de convertirnos en animales con mente y conciencia (seres verbales) es que una de nuestras principales fuentes de sufrimiento y de felicidad son nuestros pensamientos, creencias y emociones. Y cuando hablamos de este tipo de sufrimiento, todo se vuelve más complejo. Huir de él o tratar de controlarlo no son estrategias útiles porque va con nosotros. Lo hemos visto muchas veces: para no estar mal, dejamos de salir con determinada gente, dejamos de visitar determinados lugares, nos amputamos partes enteras de nuestra vida social.
Aunque tratemos de evitarlo, nuestros miedos (y nuestras esperanzas) van siempre con nosotros
Steven Hayes llama 'trastorno de evitación experiencial' a algo que ocurre cada vez más: personas que dedican tanto esfuerzo a evitar lo que les incomoda que dejan de vivir su vida. No es una enfermedad mental más destinada a colocarse en la repisa del DSM. Es una forma de visualizar el potencial patológico que tiene no darse cuenta de que los esfuerzos por evitar la realidad son una parte muy importante de los problemas.
Las filias y las fobias, lo que amamos y lo que nos aterroriza, los que nos hace felices y lo que nos hace daño, lo que nos importa y lo que meh: de eso estamos hechos. Y filtrarnos solo significa ser una versión desequilibrada de nosotros mismos. Ese era el significado de Hikikomori: comenzar un huida de nosotros mismos que nunca podremos concluir.
Imagen | Escola São José - Guaramirim / SC, cambodia4kidsorg, VinothChandar, Serge Melki.
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