Hollywood [lleva][1] [mucho tiempo][2] [explotando][3] nuestra profunda desconfianza hacia los payasos y la cartelera de películas para este otoño no es diferente. El Joker, el nemesis demencial de Bátman interpretado por Joaquín Phoenix, es el antihéroe en la película sobre sus orígenes: Joker, estrenada en cines el 4 de octubre. Mientras que en septiembre [Pennywise][5], el payaso maldito de Stephen King, hizo su segunda aparición en la gran pantalla en dos años con la película [It Capítulo Dos][6].
¿Cómo ha podido ser que uno de los protagonistas de las fiestas de cumpleaños infantiles haya pasado a convertirse en la personificación de la pura maldad? De hecho, [en un estudio realizado en 2008 en Inglaterra][7] se llegó a la conclusión de que a muy pocos niños les gustan los payasos. También concluyó que la práctica común de decorar las salas infantiles de los hospitales con imágenes de payasos puede crear exactamente lo contrario a un entorno propicio para los niños. No es de extrañar que [tanta gente odie al payaso de McDonald's][8].
Pero como psicólogo, mi interés no se basa solamente en señalar que los payasos nos dan escalofríos; también me interesa comprender por qué nos resultan tan perturbadores. En 2016, publiqué un estudio titulado "[Sobre la naturaleza de lo espeluznante][9]" junto a una de mis alumnas, Sara Koehnke, en la revista académica [New Ideas in Psychology][10]. Aunque el estudio no se centraba específicamente en lo escalofriante que pueden resultar los payasos, gran parte de lo que descubrimos puede ayudar a explicar este intrigante fenómeno.
La marcha de los payasos
[Los payasos][11] llevan existiendo como personajes desde hace miles de años. Históricamente, los bufones y los payasos han sido un vehículo para la sátira y la burla de los más poderosos, proporcionando una forma segura de desahogarse con una libertad de expresión única, siempre y cuando su valor como artistas fuera mayor que las molestias que podían causar a los de arriba.
Los bufones y otros maestros del ridículo se remontan por lo menos al antiguo Egipto y la palabra inglesa "clown" apareció por primera vez en el siglo XVI cuando Shakespeare utilizó el término para describir a los personajes tontos en varias de sus obras. Lo que conocemos como payaso de circo (con su cara pintada, peluca y ropa de gran tamaño) apareció en el siglo XIX y sólo ha cambiado ligeramente en los últimos 150 años. Tampoco es nueva la idea del payaso malvado. En 2016, el escritor [Benjamin Radford][12] publicó el libro "[Payasos Malos][13]", en donde traza la evolución histórica de los payasos en criaturas impredecibles y amenazantes.
El personaje del payaso aterrador se convirtió en realidad después de que el asesino en serie [John Wayne Gacy][16] fuera capturado. En la década de los años 70, Gacy se presentaba en las fiestas de cumpleaños infantiles como "Pogo el payaso", pintando también retratos de payasos con asiduidad. Cuando las autoridades descubrieron que había matado al menos a 33 personas, enterrando a la mayoría de ellas en el sótano de su casa a las afueras de Chicago, la conexión entre los payasos y el peligroso comportamiento psicopático quedó marcada para siempre en el inconsciente colectivo de los estadounidenses.
Más recientemente, durante varios meses en 2016, [varios payasos escalofriantes aterrorizaron a los Estados Unidos][17].
Hubo denuncias en al menos 10 estados diferentes de los Estados Unidos: El Florida [se divisaron payasos diabólicos merodeando a un lado de la carretera][18], mientras que en Carolina del Sur se dice que los payasos trataban de [atraer a mujeres y niños hacia el bosque][19]. No está del todo claro cuáles de estas historias fueron payasadas y cuáles fueron amenazas reales de intento de secuestro. Sin embargo, los perpetradores de estas historias parece que se aprovechan de ese temor primario que tantos niños (e incluso adultos) experimentan ante la presencia de un payaso.
La naturaleza de lo horripilante
La psicología nos puede ayudar a la hora de explicar por qué los payasos (esas supuestas máquinas de bromas y chistes) muchas veces acaban haciéndonos sentir escalofríos por la espalda. [Mi investigación][20] fue el primer estudio empírico sobre las cosas que nos resultan espeluznantes y tenía la corazonada de que esa sensación de miedo podría tener algo que ver con la ambigüedad sobre no estar realmente seguro de cómo reaccionar ante una persona o situación.
Reclutamos a 1.341 voluntarios de edades comprendidas entre los 18 y los 77 años para completar una encuesta online. En la primera sección de la encuesta, nuestros participantes valoraron la probabilidad de que una hipotética "persona espeluznante" exhibiera 44 comportamientos diferentes, tales como formas inusuales de contacto visual o características físicas como tatuajes visibles. En la segunda sección de la encuesta, los participantes valoraron cómo de escalofriantes eran 21 profesiones diferentes y en la tercera sección simplemente tenían que enumerar dos pasatiempos que les parecían horripilantes. En la última sección de la encuesta, los participantes señalaron si estaban de acuerdo o no con 15 afirmaciones sobre la naturaleza de las personas espeluznantes.
[Los resultados][21] indicaron que las personas que percibimos como espeluznantes son mucho más propensas a ser hombres que mujeres, que la imprevisibilidad es un componente importante de lo horripilante y que los patrones inusuales de contacto visual y otros comportamientos no verbales hacen saltar la alarma del terror en nuestras cabezas. Características físicas inusuales o extrañas como ojos saltones, una sonrisa peculiar o dedos desproporcionadamente largos no hacían que, por sí mismos, percibiéramos a una persona como espeluznante.
Sin embargo, la presencia de rasgos físicos extraños puede amplificar cualquier otra tendencia espeluznante que la persona pueda estar exhibiendo, tal como dirigir persistentemente las conversaciones hacia temas sexuales peculiares o no entender la normativa de que está prohibido traer reptiles a la oficina.
Cuando le pedimos a la gente que calificara cómo de espeluznantes eran diferentes profesiones laborales, la que se llevó la palma era, como seguramente ya habrías adivinado, la profesión de payaso. Los resultados coinciden con mi teoría de que "asustarse" es un mecanismo de respuesta a la ambigüedad de la amenaza y que solamente cuando nos enfrentamos a la incertidumbre sobre una amenaza sentimos escalofríos.
Por ejemplo, sería maleducado y extraño huir en medio de una conversación con alguien que nos da mal rollo, pero que en realidad se trata de una persona inofensiva; al mismo tiempo, podría ser peligroso ignorar nuestra intuición y seguir tratando con dicha persona si en realidad resulta ser una amenaza. Esta ambivalencia es lo que te paraliza en el momento, haciendo que sientas incomodidad. Esta reacción podría ser adaptativa, algo que los humanos han evolucionado para sentir, con el hecho de estar "asustados" como una forma de mantener el estado de alerta durante una situación que podría ser peligrosa.
Puede que esta reacción sea un mecanismo adaptativo, algo que los humanos hemos evolucionado para poder sentir ante una situación en la que estamos "asustados" como una forma de mantenernos alerta cuando una situación puede que sea peligrosa.
Por qué los payasos nos ponen en alerta
A la luz de los resultados de nuestra investigación, no es para nada sorprendente que los payasos nos resulten espeluznantes. [Rami Nader][22] es un psicólogo canadiense experto en coulrofobia, el miedo irracional a los payasos. Nader cree que las fobias hacia los payasos se ven reforzadas por el hecho de que los payasos usan maquillaje y disfraces para ocultar sus verdaderas identidades y sentimientos.
Esto es algo que encaja a la perfección con mi hipótesis de que se trata de esa ambigüedad inherente que rodea a los payasos lo que hace que nos resulten espeluznantes. Parecen estar contentos, pero ¿lo están de verdad? También son traviesos, lo que hace que la gente se ponga en guardia. Las personas que interactúan con un payaso durante una de sus funciones nunca saben si están a punto de recibir un pastel en la cara o si van a ser víctimas de algún otro tipo de broma humillante. Las características físicas tan inusuales de un payaso (como la peluca, la nariz roja, el maquillaje y la ropa extraña) sólo magnifican la incertidumbre de lo que el payaso podría hacer a continuación.
Bien es cierto que existen otros tipos de personas que nos dan miedo: los taxidermistas y los enterradores lo tienen fácil para hacernos ver lo espeluznante que puede ser su profesión. Sin embargo, todavía tienen mucho que hacer si aspiran llegar al nivel de horror que automáticamente les atribuimos a los payasos. La verdad es que los payasos han dejado el listón bien alto.
Imagen: Andrés Gómez/Unsplash
Autor: Frank T. McAndrew, profesor en el Knox College.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.
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