Qué sabemos realmente sobre el acoso escolar y cómo podemos frenarlo

De forma cíclica, el acoso escolar copa las portadas o los temas de conversación del debate mediático español. Sucede cada vez que una tragedia tiene lugar. Ayer, el diario El Mundo publicó una de esas infaustas historias: un niño de once años se había suicidado, dejando una carta a sus padres, incapaz de soportar los sistemáticos abusos a los que sus compañeros le sometían. Un día más, debatimos y hablamos sobre acoso escolar. Un día más, una semana más, el ciclo se repetía.

Pese a lo acuciante y dramático del problema, la violencia y el abuso en las aulas sólo salen a la palestra cuando casos excepcionales, ocupan las portadas de los informativos y de los periódicos. Merece la pena preguntarse, entonces, cuál es la situación, el lienzo general, del abuso escolar en España, al margen de casos individuales y de la marea cíclica que empuja la cuestión a nuestras conversaciones de tanto en cuanto, soterrándola durante el resto del año. ¿Qué sabemos del acoso escolar?

Los estudios consultados para este artículo dejan claro algo: es sistemático, se da a nivel nacional y afecta a una minoría sustancial de alumnos. El abuso escolar ha sido objeto de diversos trabajos que ponen el acento en diversas temáticas: desde su naturaleza estadística hasta los motivos psicológicos que llevan a un acosador a serlo, pasando por el bagaje social y las medidas que pueden llevarse a cabo, tanto por parte de familias como de centro, para evitarlo. Veamos qué dicen.

Acoso escolar en números: una minoría amplia

Uno de los estudios con mayor grado de detalle, por muestra y por metodología, para conocer el alcance del acoso escolar en España es el Estudio Cisneros X. En base a una encuesta de alrededor de 25.000 alumnos de una gran mayoría de comunidades autónomas, todos ellos comprendidos entre 2º de Primaria y 1º de Bachillerato, Araceli Oñate e Iñaki Piñuel desgranan el estado del abuso escolar a nivel nacional. Los datos se recogieron en 2007, de modo que están algo desactualizados, pero son igualmente útil para esbozar un cuadro general. Y, en muchísimos sentidos, preocupante.

En total, algo menos del 40% de los alumnos encuestados reconocían haber sido expuestos a uno o más comportamientos de abuso o violencia escolar. Es una minoría, pero una gigantesca minoría:

  • El 16,1% de los encuestados afirmaba haber sufrido al menos un comportamiento de abuso.
  • El 6,8%, dos comportamientos.
  • El 8,6%, hasta cinco comportamientos.
  • El 4,6%, hasta diez comportamientos.
  • El 1,10%, hasta veinte comportamientos.
  • Y finalmente, el 0,7% afirmaba haber sido víctima de 26 comportamientos distintos de acoso escolar.

¿En qué consisten esos comportamientos exactamente? El estudio glosa los veinticinco más comunes. Su tipología varía, así como sus efectos psicológicos derivados. El más recurrente es la utilización de motes, por ejemplo, para referirse a las víctimas. Le siguen otros como negarle la palabra, contar mentiras sobre su persona, acusarle de cosas que no ha dicho o hecho, burlarse de su apariencia física, imitarle para burlarse, no dejarle integrarse en el grupo, reírse de él cuando se equivoca al hablar, pegarle collejas, codazos o patadas, esconderle las cosas, o robarle posesiones.

Estas son las diez más habituales. El porcentaje hace referencia a los niños que afirman haberlas sufrido:

Comportamiento

Porcentaje

Llamarle por motes

13,9%

No hablarle

10,4%

Reirse de él cuando se equivoca

9,3%

Insultarle

8,7%

Acusarle de cosas que no ha dicho o hecho

7,5%

Contar mentiras acerca de él

6,3%

Meterse con él por su forma de ser

6%

Burlarse de su apariencia física

5,8%

No dejarle jugar con el grupo

5,4%

Hacer gestos de burla o desprecio hacia él

5,1%

No son actitudes en absoluto extrañas a cualquier persona que haya pasado por la educación primaria y secundaria española. Y tampoco son gestos o comportamientos que no tengan consecuencias. Pese a que suelen ser despachados como "chiquilladas", el estudio también manifiesta los graves problemas psicológicos derivados de muchos de ellos. Es bastante específico en torno a cuestiones como el estrés postraumático, la ansiedad o el riesgo de suicidio. El acoso escolar pasa factura.

Las situaciones de abuso y de acoso tienen consecuencias psicológicas perdurables como la ansiedad o el estrés postraumático

Por ejemplo, un 40,9% de los alumnos que afirmaban ser objeto de mofa recurrente del resto de sus compañeros cuando se equipaban mostraban un riesgo elevado de suicidio. El porcentaje era similar para los casos "Me acusan de cosas que no he dicho o hecho muchas veces" o "Se burlan de mi apariencia física muchas veces". El 46% de quienes contestaban "me insultan muchas veces" mostraban daños psicológico relacionados con la ansiedad. Un 62% de los alumnos que afirmaban ser criticados muchas veces "por todo lo que hago" sufrían de estrés post-traumático.

Uno de los problemas del acoso escolar es que tiende a ser invisible, tal y como manifiesta el estudio. La violencia física sí tiene una manifestación inmediata y superficial del fenómeno, pero otros tipos de violencia psicológica, como el hostigamiento verbal, las amenazas, la intimidación, las coacciones, la exclusión social, el bloqueo o la estigmatización no. El estudio se basaba en una metodología concreta, expuesta en el Test AVE (Acoso y Violencia Escolar) y medía su impacto en ocho escalas clínicas. El porcentaje de alumnos con secuelas en alguna de ellas es el siguiente:

Secuela

Porcentaje

Sintomatología de Estrés Postraumático

53,7%

Depresión

54,8%

Flashbacks

29,9%

Autodesprecio

38%

Disminución de la autoestima

57,2%

Ansiedad

43%

Somatizaciones

55%

Autoimagen negativa

53%

En cuanto a la diferenciación por género, tiende a ser menor: un 24,4% de niños afectados frente a un 21,8% de niñas afectadas. Por cursos, el resultado dejaba claro que la mayor parte de abusos y de violencia en las aulas se produce en las primeras etapas del proceso educativo: un 41% de los niños de 2º de Primaria se habían visto expuesto a situaciones de abuso, frente al 11% de los alumnos de 1º de Bachillerato. Para el abuso escolar muy intenso, la dinámica es descendente conforme el alumnado crece.

¿Por qué se da el acoso escolar?

Si bien su existencia es más que evidente, los motivos por los que las aulas españolas son espacios de complicada socialización para miles de alumnos no saltan tan a la vista. El acoso es aún hoy un fenómeno complejo que, en muchos sentidos, no sabemos identificar con la facilidad que requeriría. Como recalcan informes como los de Save The Children, las autoridades, por norma general, no están lo suficientemente concienciadas sobre ello, ni ponen a su disposición los medios para frenarlo o prevenirlo a gran escala.

En este sentido, es útil acudir al profundo y muy bien documentado informe realizado por María José Díaz-Aguado, catedrática de psicología de la Educación, para el Ministerio de Educación sobre abuso en las aulas. En él, se expone como en parte de los casos de acoso "se reproducen guiones imposibles de inventar en esas edades", es decir, que los alumnos y los niños disponen "de una información para ejercer la violencia a la que hasta ahora no tenían exceso", fruto, en este sentido, de la revolución tecnológica y de accesibilidad a la información. Esa percepción de la violencia es determinante.

"El problema del acoso es que los niños normalizan la violencia como forma de solucionar un problema. En vez de gestionarlo de una forma emocionalmente madura recurre a la agresión"

"El problema del acoso es que los niños normalizan la violencia como forma de solucionar un problema. En vez de gestionarlo de una forma emocionalmente madura recurre a la agresión, y es lo que hay que evitar", nos explica Carmela del Moral, analista jurídica de derechos de la infancia de Save The Children. "Es esencial prevenir la violencia de todo ámbito y que sea una cuestión social, que los niños no consideren que la violencia es una opción. Las escuelas deben ser más inclusivas y respetar a la diferencia, actitudes que realmente todavía hace falta impulsar", añade.

El informe de Díaz-Aguado acude a estudios anteriores, realizados durante los años XX, para ilustrar la clase de construcción identitaria sobre la que se desarrollan parte de las conductas violentas posteriores. Así, una identificación binaria entre los grupos sociales o de afinidad, una poca tolerancia a la ambigüedad y la conceptualización del conflicto entre unos y otros como algo irresoluble y en permanente existencia son factores educativos que, a nivel estructural, pueden favorecer el surgimiento del acoso.

El estudio identifica diversos focos que explican cómo la violencia se traslada a las aulas. Desde la familiar hasta la escolar, los niños adoptan esquemas y modelos de comportamiento y de resolución de conflictos a sus interacciones sociales. Díaz-Aguado identifica tres tipos de roles distintos en el proceso: la víctima, que desarrolla miedo al contexto donde se produce la violencia (la escuela); el acosador, con problemas para desarrollar empatía hacia los demás o para una comprensión moral de los hechos; y el resto de la clase, que desarrollan conductas de insolidaridad o de falta de sensibilidad.

Por supuesto, el contexto institucional no queda aislado. "Muchas veces, las víctimas se sienten avergonzadas de la situación", indica Del Moral. Se refiere a la ley del silencio, una espiral que convierte a quien denuncia situaciones de acoso o de agresión "en un chivato", acentuando su aislamiento frente al resto de la clase, origen primario y parcial de su objetivización como víctima por parte del agresor. En ese sentido, apunta Díaz-Agudo, es relevante romper la "conspiración del silencio" también desde el propio centro.

La espiral del silencio, la idea de que la víctima puede convertirse en un "chivato", contribuye en ocasiones a no denunciar ni identificar los casos de agresión

En última instancia, y pese a que no existe un perfil claro de acosador y víctima, es posible establecer algunas pautas generales, al menos dentro de las propias aulas donde sucede. Las víctimas tienden a sufrir una situación social de aislamiento, una conducta pasiva y de miedo a la violencia y poca popularidad entre sus compañeros. Por contra, los agresores, según Díaz-Agudo, tienen una actitud acentuada hacia la violencia, a la dominación y al uso de la fuerza, un grupo de amigos que les arropa y una escasa capacidad de autocrítica.

En este sentido, el informe de Save The Children resume otros factores de riesgo: temperamentos activos y exaltados, actitudes iracundas y tendencia a la hiperactividad y a la dominación del resto de la clase por parte de los agresores; pertenencia a grupos minoritarios, escaso nivel de apoyo en la escala social, debilidad física y exposición a situaciones familiares conflictivas o violentas para las víctimas. Son trazos generales, en cualquier caso, y hay pocos estudios al respecto que profundicen en la cuestión.

Las respuestas que podemos ofrecer al acoso

Uno de los problemas del acoso escolar, como manifiesta Carmela del Moral, es la propia conceptualización que hacemos la sociedad, en conjunto, sobre él. "Necesitamos un cambio de concepción del acoso. Hay un discurso permanente que dice que esto es una cosa de niños y que siempre ha pasado, cuando la realidad es que es una forma de violencia". El enfoque enrocado en los casos extremos por parte de los medios de comunicación no contribuye, añade, ya que ensombrecen actitudes diarias menos agravadas pero que también constituyen en sí mismas problemas para las víctimas.

Del Moral lamenta la escasez de campañas institucionales dirigidas a solucionar este problema. "En España nos falta una estrategia integral de violencia contra la infancia, que tenga acciones tanto de prevención como de acción y de recuperación de las víctimas", explica. En este sentido, campañas a gran escalas serían útiles, así como el fomento de actitudes respetuosas y tolerantes dentro de las propias aulas, ya fuera con asignaturas o con actividades específicas dirigidas a ello, tanto dentro como fuera del aula.

"Es importante trabajar con el agresor, con la víctima y con los observadores, que son el resto de niños", explica Carmela del Moral, de Save The Children

Del mismo modo, también es relevante fijarse y participar con todos los actores implicados. "Es importante trabajar con el agresor, con la víctima y con los observadores, que son el resto de niños. Ellos también pueden propiciar este acoso riendo las gracias o de cualquier otro modo, contribuyendo a que el abuso no sea rechazado cuando se produce. Es importante educar y concienciar", y eso, naturalmente, pasa tanto por la escuela como por la familia. En este sentido, ¿qué pueden hacer los centros?

Del Moral es escéptica respecto al papel de los profesores. "Tendemos a cargar a los profesores con la responsabilidad de este tipo de cosas, pero no les damos las herramientas. No tienen una formación permanente sobre el acoso, sobre la sintamotología y su resolución, y no les podemos exigir que tengan esas herramientas por defecto. Y desde luego, la falta de medios y de personal suficiente siempre empeora los problemas", comenta. La presencia activa de orientadores, psicopedagogos, psicólogos y mayores horas de tutorías también podrían contribuir a paliar el fenómeno.

En su informe, Díaz-Agudo glosa los siguientes pasos de cara a los centros para prevenir el acoso:

Para prevenir las situaciones de victimización y agresión, o ayudar a salir de ellas, conviene prestar una especial atención a su detección: erradicando las situaciones de aislamiento y de confrontación que las favorecen, a través de procedimientos como el aprendizaje cooperativo; desarrollando las habilidades de comunicación, así como las habilidades de prevención del abuso escolar; y creando contextos normalizados en los que las víctimas puedan pedir ayuda sin ser estigmatizadas por ello, como las asambleas de aula.

Por último, merece la pena terminar con las herramientas de prevención propuestas en el estudio de Save The Children. Así, es capital relacionar tanto a los alumnos, como a los centros, como a las administraciones, como a las familias, de cara a fortalecer una serie de habilidades sociales como la empatía (reconocimiento de las emociones de los demás), la asertividad (expresar necesidades y opiniones de forma no agresiva y respetuosa), el pensamiento crítico, la evaluación de las consecuencias del comportamiento, y las competencias de autoprotección (centradas en las nuevas tecnologías).


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