"Que se besen": el romance amañado entre Alemania y Austria en el Mundial de España 1982

“¡Que se besen, que se besen!”. El público que llenaba el Estadio de El Molinón estalló indignado ante el espectáculo que estaba presenciando. Alemania y Austria llevaban un buen rato jugando a no jugar, pasándose insustancialmente la pelota, dejando transcurrir los minutos sin disimular lo que era cada vez más evidente: no tenían ninguna intención hacerse daño.

"¡Tongo, tongo!". Las 41.000 personas que abarrotaban el 25 de junio de 1982 el estadio gijonés dijeron basta. Estaban asistiendo a uno de los actos más infames de la historia del fútbol y lo menos que podían hacer era mostrar su descontento.

Argelia da la gran sorpresa

Para llegar al que terminó siendo conocido como el partido de la vergüenza tuvieron que darse una serie de circunstancias. Todo empezó el 16 de junio, cuando Alemania Federal y Argelia inauguraron el grupo 2 del Mundial de Naranjito. Se suponía un partido de trámite para los alemanes, que se habían paseado durante la fase de clasificación (ocho victorias en ocho partidos) y contaban con un plantel en el que destacaban Schumacher, Briegel, Breitner, Magath, Stielike o Rummenigge.

De Argelia se conocía más bien poco. Era su primer Mundial y su papel se presumía poco más que decorativo. Antes del partido, los alemanes se descolgaron con declaraciones despectivas hacia su rival: “Dedicaremos el séptimo gol a nuestras mujeres y el octavo a nuestros perros”. El seleccionador Jupp Derwall fue incluso más allá: “Si no ganamos a Argelia, me vuelvo a casa en el primer tren”.

Sin embargo, los alemanes se tuvieron que tragar su orgullo al verse superados por el juego dinámico y fluido de una sorprendente selección argelina. Madjer (que años después sería el héroe del Oporto en la Copa de Europa de 1987) abrió el marcador, aprovechando un rechace de Schumacher. El empate de Rummenigge fue desnivelado finalmente por Belloumi, un desconocido que saltó a la fama aquella tarde.

Argelia había logrado un victoria histórica (2-1) en su primer partido mundialista. Las calles del país se llenaron de jolgorio y los futbolistas fueron recibidos con cohetes en Ceceda, la localidad asturiana en la que estaban alojados.

A pesar de lo prometido, el seleccionador alemán no abandonó el Mundial.

Una última jornada en dos turnos

En la segunda jornada del grupo, Alemania se desquitó ante Chile (4-1) y Argelia tropezó con Austria (0-2). Se llegaba a la última jornada con tres equipos (Alemania Federal, Austria y Argelia) en disposición de ocupar los dos puestos que otorgaban el pasaporte a la siguiente fase. En aquellos tiempos, los partidos de la última jornada no se jugaban a la vez, como ocurre ahora. De hecho, ni siquiera se disputaban el mismo día. El 24 de junio, Argelia tenía que enfrentarse a Chile en el Carlos Tartiere de Oviedo. Un día después, Alemania Federal y Austria cerrarían el grupo en El Molinón.

Argelia cumplió con su trabajo y ganó por 3-2 a la selección chilena. Con ese resultado, las cuentas estaban claras: Alemania necesitaba la victoria, mientras que a Austria le valía con no perder por más de dos goles. Un 1-0 o un 2-0 clasificaba a los dos equipos centroeuropeos y dejaba fuera a la admirable escuadra argelina.

Todo estaba pendiente del enfrentamiento entre Alemania y Austria, dos selecciones con asuntos pendientes. Cuatro años antes, en el Mundial de Argentina, una victoria de Austria, que ya estaba matemáticamente eliminada, había dejado fuera del Mundial a la escuadra germana. La victoria del hermano pequeño ante la potencia vecina, a la que llevaba sin ganar desde 1931, fue celebrada entonces como un gran triunfo para el fútbol austriaco.

En 1982 había, por tanto, cierto ambiente de revancha en la delegación alemana. Este hecho, unido a la histórica rivalidad, futbolística y política, entre países vecinos y a la rígida mentalidad centroeuropea no invitaban a pensar en la posibilidad de un amaño.

El partido de la vergüenza

Durante los primeros compases del Alemania - Austria, a nadie se le pasó por la cabeza que pudiera existir un pacto. Los alemanes salieron en tromba, buscando cuanto antes el gol que les garantizara la clasificación. Tras varios acercamientos, logró el tanto Hrubesch, un tanque alemán a la vieja usanza. Era el minuto 10 y ahí acabó todo: fue el partido más corto de la historia.

Durante los minutos posteriores al gol, aún ambos equipos hicieron tímidas aproximaciones al área rival, pero el escaso ardor se fue apagando y, al cabo de media hora, aquello distaba mucho de ser un partido de fútbol. La situación se agravó en el segundo periodo, durante el cual nadie se atrevió a disparar a puerta.

Al principio empezaron a surgir murmullos de las gradas. Pronto la indignación sustituyó a la sospecha y el público explotó. “¡Fuera, fuera!". "¡Tongo, tongo!". "¡Que se besen, que se besen!”. Mientras tanto, abajo, los actores del espectáculo, impasibles, continuaban con la farsa. Los jugadores vagaban por el césped como quien pasea sin rumbo un domingo por la tarde, dejando que se escape el tiempo, esperando que caiga la noche para regresar a casa. Se pasaban la pelota sin intención de crear peligro y charlaban entre ellos. Solo les faltó ponerse a fumar.

El público empezó a corear al perjudicado por la pantomima: "¡Argelia, Argelia!" Al cuarto de hora del segundo tiempo, en vista del bochorno, muchos empezaron a abandonar el estadio. Algunos argelinos intentaron saltar al terreno de juego con sus banderas y las fuerzas del orden tuvieron que intervenir. Desde la cabina de la televisión austriaca, el periodista Robert Seeger, avergonzado, pidió a los espectadores que apagaran sus televisores. El ínclito Toni Schumacher terminó haciendo cortes de manga a los irritados espectadores. Un panorama deplorable.

Al día siguiente, la prensa fue muy crítica con el sainete. “1-0: escándalo a la alemana”, titulaba El Mundo Deportivo, que destacaba en su crónica la “poca vergüenza y nula deportividad” de los jugadores alemanes y austriacos. El diario ABC no era más benévolo: “Vergonzoso Vals austro-germano en El Molinón”. La crónica entendía la “justa indignación de los aficionados” y resaltaba que “ver durante una hora a veintidós profesionales del fútbol intentando ganar a desaciertos es para sonrojar a cualquiera”. Toda la prensa, nacional e internacional, denunció el indigno comportamiento de ambos equipos.

Tras el partido, ambos seleccionadores echaron balones fuera, negando la posibilidad de un acuerdo. Mientras tanto, en Argelia se mostraban comprensiblemente indignados. “El partido estaba arreglado”, afirmaba Jalef, el seleccionador argelino, mientras que el futbolista Mustafa Dahleb resumía el sentir general: “ Los perjudicados hemos sido el equipo de Argelia y el fútbol en general”. En un comunicado, el presidente de la federación argelina calificó el partido de “parodia” y “siniestro complot”, urgiendo a la FIFA a tomar medidas.

Sin embargo, la máxima autoridad del fútbol internacional no consideró conveniente abrir investigación alguna, argumentando que ninguna norma del juego había sido quebrantada, y el incidente quedó en un bochornoso recuerdo. Austria cayó en la siguiente fase, mientras que Alemania terminó perdiendo la final contra una Italia que, a rebufo de los goles de Rossi, fue creciendo hasta levantar la Copa del Mundo.

La verdad (que todos sabíamos), al fin desvelada

Tuvieron que pasar 25 años para que un protagonista de los hechos admitiera el arreglo. En 2007, el alemán Hans-Peter Briegel reconoció el tongo en el diario alemán Süddeutsche Zeitung. Según relató Briegel, en el descanso del partido existió un acuerdo entre los dos equipos para dejar el resultado como estaba. Posteriormente, en vista del revuelo, el exfutbolista reculó a medias: "Cuando el partido estaba 1-0 hubo una especie de pacto de no agresión porque los dos equipos sabían que estaban clasificados. Fue como un acuerdo tácito en un momento”. Preguntado por las palabras de su antiguo compañero, Schumacher respondio que seguramente Briegel “habría tomado alguna copa de más”.

El austriaco Walter Schachner también confirmó que el apaño sucedió durante el descanso, aunque afirmó que él fue el único que no se enteró de lo que estaba pasando. “¡No corras tanto!”, recuerda Schachner que le decía Briegel durante el partido. Al final, según su versión, sus propios compañeros optaron por no pasarle el balón. De hecho, las imágenes del partido demuestran que es el único de los 22 que tenía intención de jugar al fútbol aquella tarde.

Fuera tácito o explícito, parece evidente que el pacto existió y quedó como un vergonzoso hito en la historia del deporte. En el siguiente Mundial, la FIFA tomó medidas para evitar que se pudiera repetir el escándalo. A partir de México se unificó la última jornada por grupos. De esta forma, los dos partidos del mismo grupo se juegan a la misma hora, reduciendo notablemente la probabilidad de que exista una componenda.

El amaño de El Molinón sirvió para hurtar al público 80 minutos de espectáculo y al fútbol argelino una clasificación que habría sido histórica. Tuvieron que pasar 32 años para que Argelia lograra superar una primera fase de un Mundial. Fue en Brasil 2014 y un guiño del destino quiso que el rival que le tocara en octavos fuera precisamente Alemania.

En la previa del partido se recordó la infamia vivida 32 años antes y se habló de revancha. Quién sabe si espoleado por el recuerdo de sus mayores, el equipo argelino llevó a los alemanes al límite, forzando la prórroga y haciendo soñar a los suyos con una especie de justicia poética diferida, pero Alemania terminó triunfando en el tiempo suplementario. Eran unos tiempos en los que aún Lineker no había reformulado su célebre frase.

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