"Un segundo, ¿cómo que Reino Unido se marcha hoy de la Unión Europea? ¿Pero esta buena gente no había votado lo propio hace casi un año?". Y lo hicieron, pero en el entramado burocrático de Reino Unido y de la Unión Europea los plazos requieren de cierta paciencia (y los juegos políticos de unos y otros, aún más).
Theresa May, primera ministra de Reino Unido, ha activado hoy la cláusula 50 del Tratado de Lisboa, el punto-de-no-retorno definitivo para un país que desee abandonar la estructura comunitaria de forma oficial. Es el primer paso de los numerosos que el país aún tiene por delante para marcharse de forma definitiva de la Unión Europea. Y es el más importante. La Bomba H, el vadeo del Rubicón, el principio (oficial) del fin.
La firma de May pondrá el colofón al primer acto del Brexit, consumado el triunfo del Leave en el referéndum y el cataclismo generalizado en el seno de su clase política. Casi un año después, Reino Unido es un país con una economía algo más inestable, abierto en canal por la mitad en un voto que ha decidido el sino de varias generaciones futuras y enfrentado, otra vez y tan sólo dos años después de otro referéndum crítico, a una nueva secesión de Escocia.
¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí y qué nos queda por delante? Un breve repaso.
¿Qué es el artículo 50 del Tratado de Lisboa?
La puerta de salida. Cuando los arquitectos del proyecto europeo diseñaron el futuro de la Unión no contaban con que ningún país decidiera por motu propio rubricar su salida. Pero incluyeron una cláusula, el artículo 50, por el cual se abría un periodo de dos años en el que el estado miembro podía negociar los términos de su partida con el seno de la Unión. Es lo que activa hoy Reino Unido: la ruptura del contrato de alquiler.
¿Y cómo es posible que se incluyera algo así si nadie creía que llegáramos a este punto? Es una pregunta interesante, y la respuesta más intuitiva rota en torno a la voluntariedad de la pertenencia. La Unión Europea es un club de socios voluntarios, no subyugados. Pero el artículo 50, en realidad, obedecía a otro temor por parte de sus ideólogos: la posibilidad de que un país se transformar, al uso de, ejem, Hungría, en un estado dictatorial.
El artículo 50 era su antídoto, no el de una democracia funcional como el Reino Unido.
¿Y por qué se activa ahora y no tras el referéndum?
Porque el proceso de salida de la Unión Europea es un proceso a dos bandas negociado, tedioso y muy largo, y Reino Unido quería tener la casa en orden antes de lanzarse a la aventura. En los días posteriores al referéndum la mera posibilidad de iniciar los trámites era una locura: con la clase política dividida y el primer ministro a la escapada, Theresa May se topó con un proceso repleto de dudas legales en el horizonte.
Primero tuvo que resolverlas, amén de sortear diversos obstáculos. El principal: la decisión de los tribunales británicos de obligar al gobierno a obtener el permiso del Parlamento antes de activar el artículo 50. El revés llevó a especular sobre unas posibles elecciones estratégicas, obligó al gobierno a negociar con la Cámara de los Lores y con la oposición algunos términos de sus exigencias a la Unión y retrasó los planes de May.
Solventados todos los frentes, May tenía que lanzarse al vacío ante un electorado impaciente.
¿Qué nos espera a los demás por delante?
Un juego de negociaciones marcado a lo largo de los años por el Tratado de Lisboa en el que los agentes comunitarios y los representantes de los 26 defenderán sus legítimos intereses ante los propios del Reino Unido. Centenares de negociaciones técnicas que habrán de desatar los múltiples lazos de unión políticos, económicos y judiciales que aún hoy, un año después del referéndum, atan a Reino Unido al continente.
Sobre el tablero, todo: la cobertura sanitaria de residentes no-comunitarios en países comunitarios y viceversa, el fin de las ayudas sociales prestadas por los fondos europeos a regiones post-industriales como Cornualles o Gales, o la armonización de titulaciones europeas, programas erasmus y otras cuestiones universitarias entre los dos bloques. Es una cuestión de dinero y de quién obtiene las mejores condiciones, y la UE, encabezada por Alemania, probablemente negociará con uñas y dientes para curarse de espanto.
¿Y qué le espera a Reino Unido entre tanto?
Por el momento, la petición del Parlamento de Escocia al gobierno británico para la convocatoria de un nuevo referéndum de independencia. El último se celebró en 2014 y en la victoria del "no" se jugó una carta hoy desaparecida: la pertenencia a la Unión Europea. El disparo en el pie de Londres ha provocado que el gobierno escocés encuentre la excusa perfecta para reivindicar de forma legítima otro voto en menos de un lustro.
¿Posibilidades de que se lleve a la práctica? Pocas. Al contrario que hace dos años, hoy Theresa May no tiene incentivos para permitir a Sturgeon seguir adelante con su referéndum de independencia. El gobierno británico estará centrado en sostener los mimbres de su economía y en escapar de la Unión Europea con el mejor premio posible, por lo que tendrá cero interés en iniciar conversaciones paralelas con sus actuales convecinos. La cuestión se puede dilatar tanto como las negociaciones UK-UE.
Ok, ¿y cuándo narices se van a marchar?
Llegados a este punto, lo sabemos, el Brexit parece el cuento de nunca acabar. Pero hay fecha marcada, precisamente, por el artículo 50 del Tratado de Lisboa que May activa hoy: 2019. Sobre el papel, ambas partes tienen un plazo de dos años para negociar la salida del Reino Unido. Finalizado, se consumará, sea cual sea el estado de las negociaciones (aunque tanto uno como otro pueden pactar prolongarlo).
También puede darse la (improbable) circunstancia de que las negociaciones lleguen a buen puerto en apenas un puñado de meses. Pero la complejidad del asunto, el juego de posiciones políticas adherido de forma inevitable a una negociación tan dura y la obligatoriedad de asentar bilateralmente las condiciones de la salida hacen prever, como poco, varios años de conversaciones. Tenemos Brexit para rato.
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Imagen | Jack Taylor/AP Photo
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