No sólo el Partido Republicano se enfrenta a la posibilidad de que un carismático outsider envejecido ponga contra las cuerdas al establishment orgánico. En el Partido Demócrata, tras meses de campañas y debates y a las puertas del caucus de Iowa, la situación, si bien distinta, encuentra paralelismos con la de Donald Trump. El candidato en cuestión se llama Bernie Sanders, se define como socialista en un país donde la palabra sigue siendo tabú, blande un discurso político radical (aunque progresista), quiere tomar el partido desde fuera, y tiene ciertas opciones de hacerlo.
¿Quién es Bernie Sanders? A tenor del debate demócrata televisado anoche, un señor enfadado que argumenta con grandes aspavientos y retórica encendida. Su personaje político es algo más complejo, y es tan interesante o más como el de Donald Trump, aunque ni remotamente tan polémico o extravagante. Sanders, a día de hoy, es el gran rival de Hillary Clinton para ganar la nominación del Partido Demócrata. Un senador y ex-congresista independiente de Vermont que, contra todo pronóstico y sin apoyos orgánicos, está plantando cara a la máxima favorita para la presidencia.
¿Cómo? Vayamos por partes.
¿De dónde sale Bernie Sanders?
La carrera política de Sanders se remonta a la década de los setenta, cuando trató de acceder tanto al Congreso como al gobierno de Vermont, un pequeño estado de Nueva Inglaterra, de forma independiente. Fracasó en su intento, pero se hizo con la alcaldía de la ciudad más poblada del estado a principios de la década siguiente. Cumplido su ciclo como alcalde, Sanders se lanzó, de nuevo, a la carrera del Congreso. En 1991, compitiendo como candidato independiente, Sanders fue elegido como único representante de Vermont en la cámara baja estadounidense.
Duró hasta 2007, encadenando numerosas victorias consecutivas. Entonces, se presentó al Senado, y ganó con una abrumadora mayoría del voto popular. De nuevo, Sanders, un hombre autodenominado sin rubor como socialdemócrata, lograba imponerse al Partido Demócrata en uno de los estados más progresistas del país. Pese a unirse a las filas demócratas en la cámara alta, Sanders siempre mantuvo líneas ideológicas a la izquierda del partido, a la izquierda incluso del excepcional progresismo tradicional de Nueva Inglaterra.
Es parte de su éxito, y sólo se puede explicar en Vermont, el único estado capaz de elegir de forma reiterada a un político cuyas propuestas y aspiraciones ideológicas no desentonan con la socialdemocracia europea. Con una población de apenas 600.000 habitantes, Vermont fue el primer estado en aprobar las uniones civiles para parejas LGBT, se ha situado al frente de la apuesta por las energías renovables, y ha votado de forma repetida a candidatos demócratas durante las últimas elecciones presidenciales. Todo ello pese a ser uno de los lugares más rurales y blancos de todo el país, parámetros que suelen predecir buenos resultados para el Partido Republicano.
Sanders y Vermont son casos aparte dentro del panorama político estadounidense.
¿Cuáles son sus posibilidades reales?
Limitadas. Pese a que la prensa norteamericana y europea observan no sin entusiasmo la posibilidad de que Sanders se imponga a Hillary Clinton en Iowa, algo que reeditaría el sorprendente éxito de Barack Obama en 2008 (y que supuso su primer paso firme hacia la presidencia que actualmente ostenta), Sanders aún tendría demasiado terreno por delante como para minar la carrera hacia la nominación de Clinton.
Por varios motivos, resumidos por Roger Senserrich en este post de Politikon. El primero: Sanders es un candidato muy progresista. Demasiado progresista para el resto del país. Las encuestas en Iowa aún son imprecisas, y aunque sí es probable que gane en New Hampshire, estado vecino de Vermont, sus números en estados republicanos y muy conservadores como Carolina del Sur son poco alentadores. Allí, una candidata familiar, con experiencia de gobierno, liberal pero de ideas menos radicales que Sanders es mucho más competitiva.
Pese a todo, hay partido, algo que podría resultar un tanto sorprendente a estas alturas de las primarias demócratas. Hillary Clinton era y es la candidata del establishment demócrata: ha logrado más apoyos públicos que nadie (Sanders, por su parte, no tiene peso orgánico), cuenta con una excelente financiación y su proyección mediática, asociada tanto a su etapa como Secretaria de Estado durante la era Obama como a su papel como primera dama durante la presidencia de su marido, Bill Clinton, es muy superior. A estas alturas, nadie esperaba que Sanders aún siguiera vivo.
En cierto sentido, eso ya es un éxito. Ha logrado mover a Clinton hacia la izquierda. Y puede seguir soñando con la nominación. La última encuesta publicada por la CBS y el New York Times a nivel nacional continúa colocando a Clinton al frente, pero la tendencia de los últimos tres meses es evidente: Sanders está ganando terreno. En cualquier caso, lo hace sobre votantes independientes, menos convencidos que los de Clinton y menos diversos (ante todo, hombres jóvenes liberales).
¿Cuáles son sus ideas tan, tan poco comunes?
Es lógico preguntarse, llegados a este punto, por qué es tan excepcional el fenómeno Sanders. El mejor modo de comprenderlo es acudiendo a sus ideas.
Bernie Sanders sólo es un radical en el contexto político de Estados Unidos. Una de sus ideas más llamativas es la de extender Medicare a toda la población, llevando la histórica reforma de Barack Obama más allá de lo que cualquier votante republicano estaría dispuesto a admitir. Sanders aspira a edificar un modelo de sanidad semejante al de los países europeos, universal, pero su método de financiación está siendo puesto en duda incluso por medios progresistas norteamericanos.
Esto último está íntimamente relacionado con, quizá, su principal arma retórica: el fin del poder del dinero en la vida política, económica y social de Estados Unidos. Sanders es acusado con frecuencia de ser un populista de izquierdas, emparentado, a nivel de discurso, con Donald Trump. En efecto, Sanders aspira a subir de forma notable los impuestos a las rentas más altas, insiste en limitar las donaciones privadas de las grandes fortunas a las campañas electorales (en la línea de Lessig) y considera que Wall Street requiere de mayores controles.
Sanders habla de los problemas reales de la gente frente a unas élites que han dejado de escuchar. ¿Suena familiar?
Su beligerancia para con la clase dirigente, la influencia del dinero en el Congreso y el extraordinario poder del sector financiero enlaza bien con los votantes jóvenes, simpatizantes de Occupy Wall Street y algo desencantados con el sistema tradicional de partidos. Pero más allá del populismo y de su aspecto de old angry man, Sanders es un político cuyas líneas de pensamiento maestras abogan por reducir de forma drástica la desigualdad, subir el salario mínimo, no subir los impuestos a las clases medias y bajas y expandir la cobertura social aumentando la presión fiscal a los ricos.
No dice ninguna locura.
Además, Sanders quiere reducir el gasto en Defensa y aumentarlo en infraestructuras, apuesta de forma abierta y sin ambages por las energías renovables (quiere aprobar impuestos específicos a las emisiones de carbono), y no descarta legalizar la marihuana. Bernie Sanders quiere que Estados Unidos sea Dinamarca. Es un posicionamiento político a la contra del candidato tradicional, una agenda izquierdista donde está logrando imponer su discurso a candidatos más conservadores como Clinton.
¿Dónde tiene sus puntos débiles?
Sanders tiene numerosos problemas electorales, como es lógico. El principal es el mismo que el de Trump: tiene muy complicado atraer ideológicamente al votante demócrata tradicional. Sanders, de verbo directo y franco, alejado del estereotipo de hombre de partido, es atractivo entre todos aquellos desencantados con el sistema, además de entre la masa de demócratas que observan con buenos ojos sus posicionamientos progresistas. Pero no entre aquellos que se sienten más alineados con las propuestas menos radicales de Hillary Clinton o de los políticos demócratas más conservadores.
En cualquier caso, su principal problema es Hillary Clinton. Es buena candidata, gana debates y es lo suficientemente liberal como para competir con Sanders en su propio terreno. Clinton es la favorita entre las minorías étnicas y entre las mujeres, dos sectores demográficos claves tanto de cara a las primarias como de cara a las elecciones presidenciales. Apoya los derechos LGBT, quiere una reforma efectiva de la justicia, y adopta una postura muy abierta en inmigración, allí donde Sanders es más conservador.
El senador de Vermont tiene otras dos fallas discursivas. La primera es su histórica vaguedad para con la política de control de armas. Pese a apoyarla, se muestra ambiguo para con su aplicación en su propio estado, Vermont, cuyas leyes regulatorias son de las más laxas del país. La segunda es la política exterior, donde el discurso de Clinton es mucho más consistente (y está avalado por su experiencia).
Ante todo, el problema de Sanders es su teórica incapacidad para arañar votos del votante mediano y moderado. Su irrupción se explica por el clima político actual de Estados Unidos, ahora que la desigualdad es el principal foco de debate económico y político del país, además de por la erosión de las tradicionales élites representativas de ambos partidos que, en el otro lado del tablero, ya permitió la irrupción del Tea Party y está favoreciendo ahora el crecimiento de Donald Trump. Son ruidosos, auténticos, rompen el molde canónico del candidato perfecto y tienen más en común de lo que parece. Es su virtud, pero también su hándicap.
Imagen | Gage Skidmore, Phil Roeder
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