El ya electo próximo Presidente de los Estados Unidos sigue haciendo anunciamientos para su equipo, y los nombramientos dicen mucho de hacia dónde va a mirar el político en su forma de presentarse ante el pueblo norteamericano.
Trump ha anunciado este domingo que Reince Priebus y Steve Bannon ocuparán posiciones importantes en su nueva administración. Priebus, un destacado miembro del establishment republicano que actualmente preside el Comité Nacional Republicano, será a partir del próximo 20 de enero su jefe de gabinete en la Casa Blanca. Él ha sido su fiel aliado durante su accidentada campaña de las primarias. Como jefe de gabinete, Priebus ocupará una posición clave en la administración estadounidense.
Pero lo que más ha llamado la atención de la ciudadanía estadounidense es el nombramiento de Bannon como nuevo Jefe de Estrategia. El anuncio no es del todo inesperado, Bannon había trabajado codo con codo con Trump durante su carrera hacia la presidencia, pero que ahora éste vaya a convertirse en su estratega jefe y consejero principal es una forma de lanzar un mensaje muy claro: aunque haya dejado de ser un candidato y ahora sea el Presidente de la nación, Trump no parece muy dispuesto a rebajar su tono ni a revisar la agresividad de su discurso. Y eso puede cambiar el talante de la política conservadora de su país y, de paso, la postura nacional en el mapa geopolítico internacional.
Steve Bannon y el apoyo mediático a la construcción de Trump
Steve Bannon entró como dirigente de campaña en sustitución del veterano Paul Manafort. Manafort, un consultor que había ejercido como cortafuegos, un moderador querido por los republicanos redicionales que vigilaba los desmanes de Trump, vio cómo su papel se diluía en agosto frente al de esta nueva figura, un hombre sin experiencia previa en la dirección política. Pero Bannon no sale de la nada. Él es el magnate al mando de Breitbart News, la empresa de noticias que ha alentado mediáticamente las soflamas de Trump y le ha ayudado (en buena parte) a llegar donde ha llegado. En Estados Unidos hay quien llama a esta cadena Trumpbart.
Este exoficial de la marina y exbanquero en Goldman Sachs heredó Breitbart News de Andrew Breitbart, que lanzó el medio en 2007 como agregador de noticias y murió en 2010, en mitad de los planes de reconversión de la página en un generador genuino de contenidos impactantes. En 2009 el medio le provocó un importante dolor de cabeza a los demócratas, cuando le dieron visibilidad a los desafortunados tuits de Anthony Weiner, representante de Nueva York en el Congreso, y que le costó el puesto en 2011. Gracias al triunfo de esta campaña difamatoria, los periodistas de la casa vieron una oportunidad de negocio en este tipo de acciones mediáticas altamente corrosivas.
Bannon ha sabido coger el testigo de lo que Breitbart propuso gracias a su talento y experiencia en las estrategias comerciales y una fuerte inclinación personal hacia lo incendiario. De entre los proyectos que hasta ahora ha llevado a cabo está crear una serie de documentales que, en palabras de Joshua Green, son “unos videos de lo más chocantes, con música de Wagner y un apartado visual muy logrado”. Entre ellos está Generation Zero, una celebración de todo lo logrado por el Tea Party, o The Undefeated, un análisis del origen de la crisis fiduciaria de 2008. “Sus películas están salpicadas con imágenes de leones atacando a impotentes gacelas y de flores que brotan majestuosamente de la tierra”.
Ya no se busca ganar votantes, sino cimentar un discurso
Breitbart News lleva tiempo (más o menos desde que el Tea Party empezara a hacer ruido) poniendo por delante los mensajes incendiarios, más preocupados por el escándalo mediático que por el rigor informativo, y ha funcionado muy bien entre un electorado blanco y trabajador que siente que su poder se ha desplazado a otros grupos raciales y que ve en la casta política norteamericana de uno y otro signo uno de los principales problemas de la sociedad.
Esta postura ha fidelizado muy bien a esa parte del electorado descontento que hasta ahora, como ya se ha dicho, no se sentía representada. Sobre su estrategia de vanagloriar a los blancos de la clase trabajadora se le criticaba la dificultad para ganar adeptos entre todos los demás grupos raciales, pero como se ha visto en los resultados poselectorales, algunas personas de otros segmentos (mujeres sin estudios, hombres latinos) también han optado por Trump, con lo que puede que el mensaje de Breitbart sí haya funcionado allí donde se pensaba que no ocurriría.
Por supuesto, los mensajes supremacistas e intolerantes de Breitbart no gustaban a buena parte de la opinión pública. Por ejemplo, este texto de Vanity Fair. También en Bloomberg Business Week, que definió el año pasado a Bannon como “el agente más peligroso de la política americana”. Pero es que tampoco muchos de los republicanos tradicionales ven con buenos ojos la defensa de discursos de la intransigencia que supone Brannon. Estas son las palabras de John Weaver:
En realidad, allá por agosto Trump y su equipo, como el resto del mundo, no creían del todo en las posibilidades reales del candidato a llegar a la presidencia, y la remodelación del gabinete a tres meses de las elecciones (es decir, la entrada de Bannon al equipo) no se leyó como un intento de ganar votantes, sino en una cimentación de un movimiento nacionalista norteamericano que se sienta más en sintonía con el discurso de Trump, esté él o no en el poder. Un sentimiento que empresas subsidiarias de Bannon ya promovían entre la población de Reino Unido, apoyando en su página la ideología favorable al Brexit y, en general, a la xenofobia.
Pero ahora han ganado. Esa construcción del mundo funciona y tiene adeptos. Ahora es posible hacerse fotos triunfantes con Nigel Farage, uno de los máximos promotores de la reciente ola xenófoba en Reino Unido, sin sentir remordimientos. Ahora puedes nombrar a Steve Bannon Jefe de Estrategia y lanzarle un mensaje a los medios de comunicación sobre cuál va a ser el lenguaje del nuevo gobierno sin que nadie pueda pararte los pies.
Segunda parte: la relación Rusia-EE.UU que cada vez está más cerca del cambio
Por otro lado, si la estrategia política de Bannon va a ser dejar que Trump sea él mismo, la política internacional podría dar un giro de 180 grados. Sobre todo en lo que respecta a Rusia. Manafort, el anterior director de campaña, salió del equipo en favor de Bannon, pero no sin haber protagonizado otro de los momentos más convulsos de la carrera presidencial. Justo cuando se confirmaba que las filtraciones del partido demócrata fueron llevadas a cabo por el gobierno ruso, el nombre de Manafort apareció según The New York Times en los libros del partido prorruso en Ucrania como destinatario de 12,7 millones de dólares.
Trump también tuiteó una bravuconada que podía sonar a otra invitación al espionaje de su propio país. Rusos: sacad a la luz los correos de Hillary, vino a decir en la red social. El candidato republicano ha mostrado en varias ocasiones el respeto y cariño que tiene por la figura de Putin, de quien llegó a decir que se hicieron amigos (lo cual es totalmente falso). Y también hay que señalar que tanto él como miembros de su gabinete tienen relaciones económicas con el país helado.
Pero estos acercamientos al Kremlin se llevan a cabo también en su discurso sobre política exterior: Trump no busca aliados ni un mapa de relaciones exteriores que bloquee las acciones de los rusos. Trump sólo quiere dinero, que el cash entre de alguna forma al país estadounidense, y si los pequeños países cercanos a Rusia como Estonia, Letonia o Lituania no aportan lo suficiente a la nación de la libertad, Trump no siente la necesidad de que la OTAN les apoye. Y esto ya no son descabelladas ideas de un empresario que quiere entretenerse jugando a salir elegido como líder de su país. Es parte de la estrategia del líder de la primera potencia del mundo.
Putin ha apoyado subrepticiamente la campaña de Trump por eso mismo, el empresario norteamericano le está ofreciendo la posibilidad de aumentar su influencia. Una retirada de apoyo económico de EE.UU. a la OTAN alentaría el debilitamiento final de esa estructura creada, en parte, para controlar el poder de Rusia. Y esto puede leerse de ambas formas, como una apertura aún mayor a la paz entre las dos grandes naciones o como un irresponsable descuido que reavivase los ecos de la Guerra Fría.
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