Cinco palabras se han utilizado hasta la extenuación para explicar los acontecimientos políticos del último lustro: "Los perdedores de la globalización". A través de ellos se ha interpretado la elección de Donald J. Trump, el triunfo del Brexit en el Reino Unido, el apogeo de la extrema derecha en todo el orbe europeo y el surgimiento de Vox y otras alternativas populistas, como Podemos, en España. Quiénes son tales "perdedores" y qué quieren es objeto de permanente discusión.
Lo más probable es que la respuesta sea poliédrica.
El estudio. Lo ilustra el último Informe España elaborado por la Universidad Pontificia de Comillas, un trabajo transversal sobre la situación económica, política y cultural del país. En su primer capítulo, elaborado por Ignacio Jurado y dedicado al impacto de la "globalización" en la vida política española, un gráfico destaca por encima de los demás: el del rechazo a los distintos tipos de globalización (política, económica y cultural) en función del grupo de votantes.
¿Qué indica? Que la "globalización" es un fenómeno complejo percibido de forma distinta según las preferencias ideológicas. En agregado, los votantes de Unidas Podemos son los más reacios a la globalización: un 67% rechaza la idea, frente al 52% del electorado socialista o al 27% de los votantes de Vox. Sin embargo, el lienzo cambia cuando graduamos sus distintos tipos. El votante de izquierda rechaza ante todo la globalización "económica", mientras que el conservador la "cultural".
O lo que es lo mismo, la inmigración.
Implicaciones. Esto es útil porque el auge del "populismo", ya sea de extrema izquierda, transversal o de extrema derecha, el más común en el continente europeo, se ha asociado de forma frecuente al rechazo a la "globalización". En el caso de la izquierda, se articularía en torno a la pérdida de soberanía económica, la precarización del empleo, la pérdida del tejido industrial o la creación de centros de poder supranacionales, lejanos y percibidos como elitistas.
¿Mezcolanza? Hay cierta confusión nativista en los círculos de izquierdas a propósito del auge de la extrema derecha, asociando un resentimiento económico, obrero, al voto a Trump, a Le Pen o al movimiento brexiteer. Lo cierto es que las motivaciones del votante populista conservador son distintas, y rotan, como se aprecia en el gráfico, en torno a la cultura. Es decir, en torno al auge de la inmigración y la fractura de cierta hegemonía social, racial y cultural.
Discursos. Es algo que se aprecia en Vox, el último fenómeno populista en llegar a las instituciones de un país europeo. La formación de Santiago Abascal cuenta con un discurso duro en materia migratoria, pero su línea económica es más dubitativa. Tiende a subrayar las ideas clásicas del consenso neoliberal, y coquetea menos con las ideas proteccionistas de Marine Le Pen o de la Administración Trump.
El origen de su voto, proveniente de municipios pobres del sur con elevados porcentajes de extranjeros, casa bien con esta idea. No es la reconversión industrial. Es la inmigración.
Lectura. De ahí que el movimiento populista tenga tantas aristas (de Syriza a Nigel Farage, pasando por Beppe Grillo, posiciones ideológicas muy distantes, metodología y discursos próximos) y resulte tan difícil de catalogar. Y de ahí que tenga poco sentido hablar de "los perdedores de la globalización" de forma categórica. Los hay muy diversos, en función de su pérdida percibida. Si es económica, se aproximan a la izquierda. Si es cultural-nacional, a la derecha.