Dos palabras han ocupado la atención de analistas desde que Donald J. Trump llegara a la presidencia de los Estados Unidos con una campaña electoral plagada de medias verdades y falsedades. "Fake news". Noticias falsas. Post-verdad. El acto de leer, difundir y defender un hecho abiertamente falso y fácilmente desmontable, en ocasiones de forma consciente. La investigación académica lleva ya más de un lustro tratando de averiguar qué nos lleva a ese comportamiento.
Y no es la falta de información.
Es el odio. O mejor dicho, la polarización, el gran fenómeno político de nuestro tiempo. Lo ilustra este trabajo elaborado por Michael Bang Petersen y Alexander Bos, de la Universidad de Aarhus, y publicado durante la pasada primavera. El estudio analiza las motivaciones psicológicas de más de 2.500 usuarios estadounidenses en Twitter, todos ellos vinculados a 500.000 historias o noticias viralizadas en redes. La conclusión contradice la verdad cómoda que nos hemos contado durante tiempo.
Quienes comparten noticias falsas no son más tontos o están peor informados. Sólo están más radicalizados.
Desarrollando. Petersen resume gran parte de sus hallazgos en este hilo: "Quienes comparten más información falsa son tan reflexivos como los demás y saben más de política. Simplemente odian más a los miembros del otro partido". A la difusión de fake news le acompaña la difusión de noticias reales que apoyan sus postulados ideológicos o a su partido. La información no se evalúa en función de si es falsa o verdadera, sino en función de si es útil o no para derogar las posiciones del rival.
"El verdadero problema no es la difusión de noticias falsas, sino difundir noticias de forma sesgada", añade.
No es Internet, eres tú. La pregunta clave que trazan Petersen y Bos es otra: ¿por qué percibimos que Internet es un lugar más hostil para debatir? ¿Nos hace peores personas? Otro de sus estudios, como analizamos hace unas semanas, ofrece una respuesta poco complaciente no. Si te comportas como un cretino en redes lo más probable es que también seas un cretino en la vida real. Dicho de otro modo, es la polarización la que caldea el ambiente, un proceso amplificado por la capacidad de unos pocos de tomar la conversación a costa del silencio de la mayoría.
Los indicios. Es algo que ya intuíamos. Otros estudios habían ilustrado cómo la información falsa se comparte como una forma de confirmar nuestro sesgo, de darnos la razón a nosotros mismos y de validarnos frente a nuestro nicho ideológico o político. No difundimos noticias falsas por ser demasiado crédulos o por tener información imperfecta. Es un acto político, un posicionamiento. De ahí que la verificación y los fact-check tengan tan complicado batallarlas. Cuando compartimos una historia falsa sólo buscamos reafirmar nuestras creencias, no la verdad.
Yo, el grupo. Los estudios de Petersen y Bor ofrecen una última perspectiva para comprender mejor este fenómeno: la "búsqueda de estatus". Queremos sentirnos poderosos. La hostilidad discursiva y el radicalismo en Internet están vinculadas a mecanismos psicológicos de dominación, sobre nuestro rival y dentro de nuestros propios correligionarios. Una asertividad que está relacionada con personas más frustradas en lo político, cultural y económico; y una frustración que lleva tres décadas creciendo.
Es la sociedad la que se ha vuelto más hostil y agitada. Dentro y fuera de Internet. En Internet, simplemente, está a la vista de todos.
Siempre a más. Todo esto dificulta enormemente combatir las teorías de conspiración en Internet, como el coronavirus muy bien ilustra. No significa que no operen, en ocasiones, mecanismos de información imperfecta. Sabemos que las generaciones más mayores (los boomers) comparten más noticias falsas porque tienen más problemas para diferenciar la opinión de la información en Internet. Durante los últimos años la crispación y la polarización no ha hecho más que aumentar. Un proceso que incentivará compartir más noticias falsas, no menos.
Twitter, Facebook y Google llevan tiempo tratando de acotarlo, ya sea advirtiendo sobre si una noticia es falsa o no o auditando los algoritmos públicamente. Es una batalla que acaba de empezar.
Imagen: GTRES
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