Sí, vamos a hablar de carlismo y no, no estamos en el siglo XIX. Por sorprendente que parezca, la ideología resultante de una disputa hereditaria entre la familia real española de hace casi doscientos años continúa existiendo. Lo hace en el subsuelo, sin espacio en la esfera pública y con pocos apoyos políticos, tanto a pie de calle como dentro del sistema de partidos. Pero resiste. Y no sólo eso: de vez en cuando, algunas de sus extravagantes propuestas llegan a los medios.
Como ha sucedido este fin de semana, con la publicación por parte del Círculo Tradicionalista Pedro Menéndez de Avilés de un montaje visual y de un texto donde reclamaban la segregación de sexos en las playas españolas. Al grito de "Católico, preserva tu decencia también en verano, ¡no acudas a las playas mixtas!", el carlismo vuelve a estar de actualidad. Veamos por qué y qué es del movimiento político que causó tres guerras civiles en España durante el siglo XIX.
¿Qué hay de malo en bañarse en playas mixtas?
El mero concepto de "playas mixtas", viviendo en pleno segundo milenio, resulta harto sorprendente. ¿Quién conoce una playa que no sea mixta? La abrumadora mayoría de playas en España son públicas, de libre acceso, por lo que la mera idea de una segregación de sexos en ellas se inserta a mitad de camino entre lo surrealista y lo ilegal. Pero si suena tan desfasado es porque lo es. En realidad, los carlistas de Avilés sólo están recuperando un escrito eclesiástico de 1958.
En concreto, un breve texto publicado por el la Comisión de Ortodoxia y moralidad del Secretariado del Episcopado Español en 1958. Titulado "El Veraneo", el escrito invita, entre otras cosas, a evitar los baños mixtos dado que "entrañan casi siempre ocasión próxima de pecado y de escándalo". Esencialmente, lo que se podía esperar de la Iglesia Católica durante los años cincuenta, bajo el cómodo palio político del franquismo, donde la Iglesia tenía un protagonismo social muy alto.
El resto de ideas y propuestas del Círculo Tradicionalista de Avilés están igual de desfasadas.
En su blog encontramos algunos ejemplos. El grupo fue fundado, al parecer, hace un año, y se enmarca dentro de la visión más clásica del carlismo. Su reivindicación principal, como es obvio, es el regreso al trono de "Las Españas" del heredero carlista y la deposición de Felipe VI como rey. De forma paralela, cuentan con un fuerte tradicionalismo social, inspirado en valores caducados de la Iglesia Católica, y con un nacionalismo español muy acusado. Aquí un decálogo más concreto.
Entre otros actos, el Círculo Tradicionalista Pedro Menéndez de Avilés se ha constituido formalmente, ha publicado artículos en favor de la monarquía popular y otras cuestiones ideológicas, ha realizado campañas en Asturias en contra de la Unión Europea, y ha organizado fiestas carlistas.
El círculo tradicionalista no es un partido, sino una asociación compuesta por personas interesadas y simpatizantes del carlismo en Avilés. Y de hecho, es interesante anotar que, quizá por eso, mantiene unos principios clásicos en relación a la idelogía carlista. El carlismo, dos siglos después de su surgimiento y protagonismo, ha desarrollado en distintos caminos, llegando en ocasiones a extremos un tanto sorprendentes dados los orígenes y los resultados finales.
Del XIX al XXI: así ha cambiado el carlismo
El carlismo surge tras la muerte de Fernando VII en 1833. De forma breve, y obviando las profundas lecturas políticas, sociales y económicas de la España cambiante de principios del siglo XIX, lo hace como resultado de dos tensiones: por un lado, la liberal frente a la absolutista; por otro, la representada por la hija de Fernando VII, Isabel, y por su hermano, Carlos María Isidro. Ambos conflictos quedarían unidos de forma irremediable y serían transversales al siglo político en España.
De forma inevitable, la Primera Guerra Carlista se convirtió en algo más profundo que un conflicto de legitimidad hereditaria
Isabel era la primogénita de Fernando VII, que no había engendrado varón en condiciones de heredar en 1833 durante su largo reinado y varios matrimonios. Por aquel entonces, España había dejado a un lado la Ley Sálica, que impedía a las mujeres reinar, en favor de la pragmática sanción. Carlos María Isidro, favorable a la primera porque, como hermano de Fernando VII, le daba el trono, impugnó la coronación y fue a la guerra apoyado por los sectores más conservadores.
¿Por qué? Porque Isabel y su madre, la regente María Cristina, tuvieron que apoyarse en los incipientes liberales de la corte para mantener el reino frente al empuje carlista. De forma inevitable, la Primera Guerra Carlista se convirtió en algo más profundo que un conflicto de legitimidad hereditaria: ambos bandos peleaban por la hegemonía política, ya fuera progresita y liberal, ya fuera absolutista y reaccionaria. Y durante todo el siglo XIX, el conflicto se mantuvo latente. Hubo dos guerras más. De fondo, también se jugaba el papel o la mera existencia de los fueros vascos y navarros.
En el siglo XX, el carlismo apoyó, por motivos evidentes, al franquismo, tradicional y conservador, pero jamás tuvo un peso significativo dentro de las familias políticas de la dictadura, y se opuso a la unificación de los movimientos políticos en torno a Falange. Cuando llegó la democracia a partir de la Transición, sufrió más divisiones (los incidentes de Montejurra, motivados por discrepancias entre las dos alas del partido, que veremos ahora) y un ocaso político más atenuado.
Y durante todo este proceso, el carlismo cambió. Se dividió en dos ramas. Una de ellas, clásica: fueros, patria, rey (carlista), familia, Dios, tradición. Otra, modernizada. Es la conocida como el carlismo autogestionario, que poco a poco abrazó los postulados más foralistas y opuestos al régimen franquista, al sentirse tradicionados por la designación de Juan Carlos I como heredero de la jefatura de Estado tras la muerte de Franco. Esto les acercó también a la izquierda.
Las dos almas del actual carlismo
El actual partido depositario de estas ideas es el Partido Carlista, cuyo lema, tal y como reza en su página web, es "Libertad, Socialismo, Federalismo, Autogestión". Son abiertamente federalistas y abogan por la descentralización del estado, además de definirse como "el partido político más antiguo de Europa". Sus postulados se acercan al asamblearismo, a la autodeterminación de los pueblos, al reconocimiento de las nacionalidades, al ecologismo y a la defensa de las minorías. Como nota destacable, reivindican una nueva constitución "más democrática". ¿Suena familiar?
En el otro extremo, se sitúa la Comunión Tradicionalista Carlista. Ellos representan las ideas más clásicas, en la línea del grupo de Avilés, del carlismo: una fuerte impronta católica, tradicional, conservadora, autodeclarados herederos de los carlistas de 1833 y de aquellos que se negaron a entrar dentro de la unificación partidista del franquismo. En el plano social y económicos, se centran especialmente en valores muy conservadores. En el territorial, están en contra del centralismo.
Las pretensiones de los herederos carlistas de ambos han quedado difuminadas en cierto sentido, aunque continúan de fondo. Es lo único que comparten. Por lo demás, el carlismo tiene dos almas, y sólo una de ellas ha logrado en algún momento representación (en algunos municipios de Euskadi y Navarra). Y así, en pleno siglo XXI, continúa vivo, a mitad de camino entre el socialismo y el tradicionalismo, vestigio de un mundo, el de ayer, que sólo existe en los libros de historia.
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