Un hombre joven con un casco blanco y con el característico emblema amarillo y azul en su brazo se pasa cuatro horas cavando en las ruinas de un edificio destruido por un ataque aéreo ruso en la provincia de Idlib al noroeste de Siria. Finalmente encuentra lo que estaba buscando: un bebé de apenas unas semanas que saca con cuidado de las ruinas y lo lleva a una ambulancia. El bebé, herido pero alerta, no para de llorar y el hombre lo acuna en sus brazos: “Es como si fuera mi propia hija”.
Tras el aviso de que las fuerzas aéreas rusas se encuentran en la zona, los voluntarios se levantan en el centro de defensa civil y se preparan para ayudar a las víctimas del próximo lugar bombardeado. Cuando llegan, los aviones de combate realizan un “ataque doble” contra ellos lanzando una bomba primero y otra minutos después. Uno de los rescatadores resulta gravemente herido y sus compañeros esperan preocupados hasta que finalmente revive y pide un cigarrillo. Surgen suspiros de alivio mientras le quitan el paquete de tabaco: “Nada de fumar ahora”.
Estas situaciones se repiten a menudo y muchas veces no tienen un final tan feliz. Normalmente de los escombros solamente se recuperan cadáveres y los voluntarios son vulnerables a los ataques: 141 han muerto y muchos más han resultado heridos.
El conflicto de Siria ya tiene casi seis años y no parece que vaya a terminar pronto, pero mientras tanto los llamados “Cascos Blancos” siguen ofreciendo la tan necesitada ayuda humanitaria. Más de 62.000 personas han sido rescatadas desde que el cuerpo de ayuda humanitaria se formara en 2013.
Pero...¿quiénes son los Cascos Blancos y cómo surgieron?
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En 2013 el régimen de Assad 2013 estaba metido de pleno en su estrategia de dirigir intensos ataques aéreos contra civiles. La ciudad de Homs había sido arrasada tras meses de ataques a principios de 2012, garantizando la ocupación de casi toda la zona por parte de un desbordado ejército sirio que repetiría la estrategia por todo el país. Los cuerpos de los fallecidos en zonas de oposición muchas veces quedaban sin enterrar, mientras que los heridos eran abandonados a su suerte. Grupos ad-hoc de ciudadanos intentaban ayudar tras los ataques pero normalmente no estaban preparados ni organizados.
James Le Mesurier, un antiguo militar del ejército británico, que ya había trabajado como consejero para la defensa civil siria en la consultora basada en los EAU Analysis, Research, and Knowledge (ARK), decidió ir más allá y buscar financiación e infraestructuras para un servicio a tiempo completo.
Gracias a un entrenamiento básico y cursos de ARK y de la ONG turca AKUT, los primeros voluntarios (un equipo de 20 personas) no tardaron en estar en el campo. Más tarde llegaría más ayuda por parte de gobiernos y ONGs de Estados Unidos, Reino Unido y los Países Bajos, haciendo que los Cascos Blancos finalmente pudieran establecerse como Defensa Civil Siria en octubre de 2014.
Aunque en sus orígenes los Cascos Blancos se tratara de un grupo internacional, si tenemos en cuenta sus miembros, se trata de hombres y mujeres procedentes de comunidades sirias: decoradores, taxistas, banqueros, sastres, ingenieros, farmacéuticos, dependientes, pintores, carpinteros, estudiantes, amas de casa… tal y como decía Le Mesurier en una entrevista en agosto de 2015:
"Es un grupo de personas muy diverso y dispar. Todos han tomado decisiones a nivel individual… Podían decidir si tomar una pistola o no, si ser refugiados, pero todos optaron por hacerse voluntarios."
Aunque vayan desarmados, los voluntarios son una amenaza para el régimen de Assad. La estrategia de Damasco (que ahora también comparte Rusia) no es solo la de luchar contra los rebeldes en el campo de batalla, sino también la de destruir cualquier grupo mínimamente organizado que preste servicios e infraestructuras en las zonas controladas por la oposición. Si se puede acabar con el agua, la electricidad, los colegios y los mercados, se puede obligar a los ciudadanos a que se rindan o por lo menos a que sean ciudadanos asediados sin poder alguno.
La destrucción de los servicios médicos es parte central de la estrategia, haciendo que la falta de servicios de emergencia y de necesidades diarias pendan sobre los residentes como la espada de Damocles. Se han atacado de forma sistemática hospitales, clínicas, depósitos de medicamentos y bancos de sangre desafiando los convenios de Ginebra.
Los centros de los Cascos Blancos han sido atacados periódicamente durante el año pasado y en abril de 2016 una serie de ataques con misiles destruyó un centro al oeste de la ciudad de Alepo, matando a cinco voluntarios y destrozando equipos y vehículos. Los “ataques dobles” se han convertido en algo normal, buscando matar y mermar a los rescatadores.
Desafiando a la propaganda
La campaña del régimen conjunto de Rusia y Assad contra los Cascos Blancos no solo se libra con bombas y misiles. Los medios de comunicación estatales de rusos y sirios están circulando “informaciones” para tachar a los voluntarios de aliados del terrorismo que solamente ayudan a los yihadistas. Tal y como dijo el presidente Assad a Associated Press en septiembre de 2016: “Utilizan máscaras humanitarias para poder implementar ciertas agendas”.
Estas teorías han sido recibidas con entusiasmo por aquellos que ven el conflicto sirio como una conspiración del “imperialismo” americano.
El hecho de que los Cascos Blancos reciban ayuda de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (algo que nunca han negado) aparentemente les convierte en títeres de los estadounidenses aunque las ayudas procedan de todas partes del mundo. La recaudación de fondos que obtienen a través de una empresa relaciones públicas ha demostrado en parte que son la vanguardia de una guerra indirecta en un entramado industrial y militar estadounidense.
La bloguera Vanessa Beeley ha dejado de escribir sobre Israel y Gaza para emprender una virulenta campaña contra los Cascos Blancos como “los primeros intervinientes para las fuerzas de Estados Unidos y de la OTAN contra al-Nusra/al-Qaeda.”
Da igual que los Cascos Blancos estén explícitamente en contra del uso de violencia y de los extremismos, ignorando la absurda idea de que Estados Unidos (que se dedica a bombardear a los yihadistas de Jabhat al-Nusra en Siria y que se supone que es una “Guerra contra el terrorismo” de al-Qaeda desde hace quince años) estén aliados con todos esos grupos. La imagen de voluntarios celebrando con los rebeldes en la ciudad de Idlib por lo visto es prueba suficiente de que los Cascos Blancos son “al-Qaeda”.
Max Blumenthal, otro escritor que ha cuestionado las políticas de Israel en Palestina, incrimina a los Cascos Blancos como “guiados por una agenda pro-intervencionista creada por los gobiernos occidentales y apoyada por los grupos de relaciones públicas.” Da igual que el “crimen” de los Cascos Blancos sea pedir zonas de protección para los civiles, ignorando su firme declaración de que no están afiliados a ningún gobierno o ONG. Para Blumenthal, son un caballo de Troya para que “70.000 soldados americanos” puedan invadir Siria.
Tras empezar la campaña de desinformaciones, los medios de comunicación estatales rusos pueden seguir el hilo nombrando a “periodistas de investigación” como Beeley o Blumenthal para ridiculizar a los Cascos Blancos como una “controvertida organización seudo-humanitaria” y (nombrando al magnate George Soros como cerebro conspirador) una operación financiada por Soros basada en mentiras.
Aunque estas alegaciones sean producto de desinformaciones y de falsas conclusiones, las políticas y la propaganda que está detrás, por muy amenazante que sea, es irrelevante para la gente que está sufriendo los hechos en primera mano y que se centra en cuál será la próxima misión.
Tal y como lo resume un voluntario:
Tenemos que tener fe de que este país es nuestro país. No deberíamos abandonarlo ¿Si no lucho por mi país y por las personas oprimidas, quién lo hará?
Si todos nos vamos, no quedará nadie.
O como escribía Jo Cox, parlamentaria del gobierno británico, cuando nominó a los Cascos Blancos para el Premio Nobel de la Paz, poco antes de morir asesinada en junio de 2016:
Cuando caen las bombas, la defensa civil siria acude inmediatamente. En el lugar más peligroso de la tierra, estos voluntarios desarmados arriesgan sus vidas para ayudar a cualquiera que lo necesite independientemente de su religión u opción política.
Finalmente pasaron desapercibidos para optar al premio de este año y la propaganda contra los Cascos Blancos sigue su curso. Sin embargo, mientras continúe la ofensiva en Alepo, su trabajo sigue vivo.
Autor: Scott Lucas, Profesor de Política Internacional, Universidad de Birmingham
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí
Fotos | gtresonline, whitehelmets.org