Pocos artefactos culturales han causado tanta controversia en 2019 como Joker. Protagonizada por Joaquin Phoenix y dirigida por Todd Phillips, la película narra la gestación del villano por antonomasia, el chaotic evil que funciona como espejo social en el universo Batman. Sucede que el carácter conflictivo y violento del Joker se ha sumado a una narración abiertamente a contracorriente de su tiempo, desprovista de cualquier guiño a la woke culture. El resultado han sido semanas de debate no sólo en torno a sus méritos artísticos, sino también a su ideología, con especial atención a la supuesta apología de la violencia que plantea.
Hasta el punto de que hasta las salas de cine se están cubriendo las espaldas.
Prohibido máscaras. En España el ejemplo más evidente lo representa Cinesa, una de las mayores propietarias de salas de cine del país. Todos los interesados en comprar una entrada para Joker por Internet se toparán con el siguiente mensaje, blanco sobre negro: "Rogamos no introducir en el cine ninguno de los siguientes elementos: máscaras o armas de juguete y simulaciones. En caso de acudir al cine [con una de ellas] el personal podrá solicitar al cliente que se lo retire o entregue al personal del cine para su guardia y custodia hasta que abandone nuestras instalaciones".
Una petición que no aparece en ninguna otra película, y que es sin duda extraordinaria.
¿Por qué? Porque Joker ha generado el eterno debate sobre los límites de la ficción y su impacto a este lado de la realidad, cuestión tan vieja como viejo es el cine. Numerosas voces han acusado a la película no sólo de narrar y exponer la violencia generada por el Joker, sino de suscribirla y apoyarla, generando un incentivo perverso (un símbolo, una bandera) para miles de potenciales agresores en el mundo real. Joker legitimaría así toda suerte de causas tóxicas, muy en especial la incel, el movimiento de hombres reprimidos sexualmente responsable ya de un puñado de atentados y ataques violentos.
Miedo. Tanto es así que tanto Warner Bros., productora de la película, como Todd Phillips, director, han salido al paso en varias ocasiones negando la mayor. "Es un personaje ficticio en un mundo ficticio que ha existido durante ochenta años", explicó a AP en su momento. Días antes, cinco familias de las víctimas del tiroteo de Aurora, un atentado en el que un joven ataviado como el Joker mató a 12 personas e hirió a más de 70 durante la proyección de El Caballero Oscuro, acusaron a Warner de ensalzar la misma clase de violencia que condujo a aquella matanza. La compañía salió al paso suscribiendo su compromiso contra la violencia y el carácter meramente ficticio de Joker.
Atentados. Ya era tarde. La bola había comenzado a rodar y sólo se haría más y más grande. Poco después, un medio vinculado a las fuerzas armadas estadounidenses publicaba que el ejército sospechaba de posibles tiroteos masivos planeados en los bajos fondos de la red, ideados al albur de Joker. Por aquel entonces la película aún no se había estrenado, pero quienes sí habían tenido la oportunidad de verla la calificaron de "peligrosa" y de la glorificación de su protagonista, un hombre que canaliza su frustración a través de una violencia desaforada. Elementos suficientes para cuestionar su carácter y su poso moral.
¿Es para tanto? En este contexto, no es de extrañar que empresas como Cinesa se curen en salud. Admirar hoy abiertamente al Joker, ya sea mediante una máscara o una pistola de juguete, se interpreta socialmente como el apoyo a una causa turbia y violenta que merece reprobación. En ese sentido, Joker ha logrado a un tiempo reflejar las ansiedades e inseguridades de nuestro clima cultural, incluyendo las de su propio director. Para rematar la faena, Phillips admitió que ideó la película ante la imposibilidad de "hacer comedia" en los tiempos que corren, una idea afín al movimiento incel y a la reacción contra la woke culture ("ofendiditos").
Más leña al fuego.
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