En su ya proverbial empeño por rellenar todos los vacíos de su existencia con toneladas de nostalgia, de un pasado infantil e idealizado donde todo era más simple, la generación millennial obtuvo uno de sus mayores triunfos a principios de este año. Fue entonces cuando Nestlé anunció el regreso de Jungly. Aquellas tabletas, mitad chocolate mitad galleta, se habían convertido en una suerte de tótem generacional, en el icono ausente del pasado feliz que jamás volvería. Pero vaya si volvería.
La recomercialización de Jungly se produjo tras meses (¡años!) de presión mediática. Es posible rastrear mensajes exigiendo su regreso cinco años atrás en el tiempo. En 2017 una campaña de Change apeló a Nestlé introducir de nuevo las tabletas en los supermercados. Fracasó, pero sólo eventualmente. Consciente como tantas otras marcas del potencial lucrativo de la nostalgia, Nestlé anunció su vuelta a finales del pasado mes de enero. La primera tableta fue subastada y su acreedor, Ibai Llanos, tuvo que desembolsar en torno a 6.000€ por ella.
Quedaba inaugurada la fiebre del Jungly.
Desde entonces miles y miles de españoles, en su mayoría jóvenes, han disfrutado de las mieles de un producto de tintes legendarios. La fórmula es la misma, el envoltorio es idéntico, el nombre no ha variado. Los millennial españoles han conseguido viajar al pasado y traer de vuelta un pedacito incólume de su existencia, sin mancillar. Un manjar demasiado suculento como para exigir un comportamiento racional de los agentes económicos. De un tiempo a esta parte acudir al supermercado y comprar toneladas de Jungly se ha convertido en algo habitual.
Lo ilustran numerosos mensajes desparramados a lo largo de Twitter, donde los chavales, ufanos, muestran al mundo su fardo de tabletas cual rapero estadounidense presume de billetes. Uno, dos, tres, cuatro y hasta quince tabletas de Jungly almacenadas en un armario. Al igual que los preparacionistas, las nuevas generaciones han entendido que el fin del mundo podría sorprendernos en cualquier momento, y que cuando llegue ese momento la despensa debería estar bien provista de los bienes más preciados. Esto es, de tabletas Jungly.
Un comportamiento incentivado por Nestlé, interesada, como es natural, por alimentar la rueda de una fiebre que no ha hecho más que crecer desde principios de año. Otras imágenes muestran baldas enteras del supermercado bien provistas de Jungly e incluso armarios específicos para resaltar al producto sobre los competidores. En el colmo de su campaña de ventas, Nestlé ha llegado a montar una montaña de tabletas en la cabecera de los pasillos del Alcampo. Centenares y centenares de Jungly que apelan a la visceralidad del comprador, sea esta gula, nostalgia o la necesidad de participar en el ritual colectivo de turno.
Racionamiento y seguridad
Ahora bien, hay una estrategia comercial y psicológica aún más efectiva que la abundancia: la escasez. Como quiera que limitar su distribución convierte a Jungly en un valor más preciado, Nestlé, quién sabe, podría haber reducido su oferta para disparar el hambre de sus clientes. Y así seguir generando ruido mediático. Ofrece una pista este breve hilo de @RiPoXXIII donde se recopilan algunas imágenes circulando por la red. En la primera nos topamos con una advertencia acompañando a la etiqueta del precio: "Señores clientes: del Chocolate Jungly sólo se podrán adquirir 18 unidades máximo por cliente". Comienzan los Juegos del Hambre.
Otra imagen, en esta ocasión de una tienda Provecaex, abunda en la misma restricción: "¡Atención! La venta de este producto queda restringido a 6 tabletas por persona y día". Como ya sucediera hace un año, cuando la fiebre por determinados productos (mascarillas, papel higiénico, levadura y un largo etcétera) llevara a algunos supermercados a limitar el número de unidades habilitadas para cada cliente, la extraordinaria demanda, al parecer, habría obligado a introducir racionamientos. Es la guerra. Una propulsada por la nostalgia (y el interés comercial).
El hilo revela una práctica aún más desconcertante: algunos minoristas habrían empezado a proteger las tabletas de chocolate con seguro antirrobo. Es una imagen borrosa y sin fuente, por lo que es difícil de verificar, pero otros testimonios parecen indicar que algunas cadenas lo están haciendo (Carrefour en Valladolid, en concreto). La epopeya de Nestlé Jungly cerraría así el círculo de la autoparodia: de chiste interno de las redes sociales a reivindicación organizada, pasando por su relanzamiento industrial, una exitosa campaña de márketing y, por último, una demanda tan resonante que obliga a racionarlo.
Real o no, todo esto se adaptaría a la perfección a la narrativa obsesiva que toda una generación se ha contado sobre Jungly. Otras historias surgidas durante las últimas semanas lo certifican. Ya hay heladerías preparando sabores inspirados en la tableta de cara a la campaña veraniega y recetas caseras recorriendo las cuatro esquinas de la red para acabar con la tiranía de Nestlé y cocinar tu propio Jungly en casa. Llegaríamos así a la fase final de esta historia: la autogestión, la comuna anarcosindicalista del producto más perfecto que el capitalismo ha creado este año.
Así las cosas, sólo cabe imaginar un futuro cercano donde otras marcas se aprovechan de la ansiedad nostálgica de la generación millennial para poner en (re)circulación productos antaño emblemáticos y hoy proscritos. Desde aquí rompemos una lanza en favor de los Fritos Ketchup, de los intrazables Doritos sabor a jamón y de los Chiquitazos. Con que generen un 10% de la atención popular y mediática que ha cosechado Jungly sus comercializadores se podrán dar por satisfechos.
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