El oro ha sido uno de los elementos más valorados por el ser humano desde los albores de la civilización. Sus propiedades lo convirtieron en un metal idóneo para intercambiar bienes, ejerciendo de moneda de cambio universal hasta nuestros días. De ahí que las fiebres del oro, tan comunes a partir del siglo XVII pero muy en especial durante todo el siglo XIX, arrastraran a miles de personas a regiones por desarrollar en busca de un puñado de pepitas con las que hacer fortuna. Tiempos pretéritos. ¿O quizá no tanto?
Resulta que aún hoy un puñado de aventureros buscan oro con sus bateas. Y que hay un campeonato del mundo dedicado a ellos.
La competición. Tendrá lugar en la remota localidad de Tankavaara, en el corazón de Laponia, Finlandia, hasta el próximo domingo. Las rondas eliminatorias tendrán lugar durante el jueves y el viernes; el sábado las semifinales; y el domingo las finales tanto por equipos como por categorías (por nacionalidad, por género y por edades). La programación incluye desfiles, charlas, ponencias, conciertos y actividades de toda condición en la quietud del verano ártico. También incluye una competición para "principiantes" que quieran introducirse en el mundillo.
¿Por qué? Se trata de una vieja tradición, el lavado de oro recreacional ("gold panning"), que se remonta a mediados de los setenta. Fue precisamente en Tankavaara donde se celebró el primer torneo internacional (1977), y ahora, con motivo del 150º aniversario de la fiebre del oro de Laponia, regresa a su lugar de origen. Hay una federación encargada de gestionar las competiciones (la World Panning Association) y campeonatos en casi todas las naciones (en julio se celebraron en España, en Navelgas, Asturias).
Los mundiales tienen hasta su propia canción oficial (country, por supuesto).
Funcionamiento. Es relativamente simple: quien encuentre todo el oro en un determinado tiempo, gana. Es obligatorio utilizar bateas (actividad laboriosa y artesanal). La organización crea pequeñas charcas de arena en las que esconde un número concreto de pepitas de oro (entre cinco y doce). El primer participante que encuentre todas las piedrecitas, se clasifica para la siguiente ronda. Hay pocas reglas, pero una de ellas es estricta: si pierdes una pepita, tienes una penalización temporal.
Laponia. El norte de Finlandia tiene una sorprendente relación con el oro. A mediados del siglo XIX un explorador noruego descubrió pepitas a la vera del Tana, el río fronterizo entre ambos países. El gobierno finlandés (por aquel entonces una provincia del Imperio Ruso) habilitó permisos y facilitó el transporte de un par de centenares de exploradores. Finlandia sufría por aquel entonces las consecuencias de una terrible hambruna (murió en torno al 8% del país), y aspiraba a recaudar dinero mediante el gravamen del oro recopilado por los aventureros.
Duró poco y su volumen fue inferior al de otras más célebres, como la de California, pero permitió desarrollar parcialmente la remota Laponia (aún hoy muy deshabitada). En los años treinta los samis volvieron a encontrar oro, pero la fiebre apenas repuntó.
Números. Desde entonces, pueblos como Tankavaara se han dedicado a explotar la memoria del oro. Hay un museo, y en verano se llena de intrépidos buscadores. Aún se encuentran entre 20 y 35 kilos de oro al año, con pepitas que pueden alcanzar los 225 gramos. No todo el mundo puede hacerlo, dado que el gobierno finlandés se reserva la expedición de permisos para batear oro, pero es una actividad muy rentable si se tiene éxito: el oro se paga hoy en día a unos 41€ el gramo.
Para la mayoría, sin embargo, es una actividad más placentera que lucrativa, a menudo completada con travesías por Laponia y otras experiencias culturales.
Memoria. Como vimos en su día, las fiebres del oro tuvieron un carácter casi revolucionario en el desarrollo de determinadas regiones. El ejemplo más evidente es el oeste estadounidense, cuando miles de aventureros cruzaron las grandes llanuras y las Montañas Rocosas para buscar fortuna en California. Hoy las fiebres rotan en torno a otros bienes o servicios (el paladio, sin ir más lejos, es más valioso que el metal dorado) pero su embrujo no ha cesado. Ni la nostalgia por una actividad aún hoy asociada a una cultura nómada y fronteriza.
Imagen: Tankavaara