Como tantos otros sectores dependientes del turismo, los museos se vieron particularmente golpeados durante el confinamiento. Sin viajes ni posibilidad de abrir las puertas al público, muchos de ellos se abocaban a un 2020 incierto. En mayo, tras dos meses de cuarentena, las previsiones para la mayoría de ellos eran trágicas: según el Consejo Internacional de Museos el 12% de todos los existentes en el mundo terminaría cerrando a lo largo de este año, y el 30% tendría que hacer inevitables recortes.
Obligados a reducir su aforo y necesitados de nuevas formas de llegar al público, muchos de ellos optaron por soluciones imaginativas. TikTok fue una de ellas. En junio, la plataforma anunciaba un acuerdo de colaboración con algunos de los principales museos de Europa (El Prado, Rijksmuseum, la Galería Uffizi o el Museo de las Ciencias Naturales de Berlín, entre otros). A través de su herramienta de retransmisión en directo, los miles de usuarios de TikTok, mayoritariamente jóvenes, podrían disfrutar de visitas guiadas exclusivas. En muchos sentidos inéditas.
Algunos de ellos llegaron para quedarse, entre ellos El Prado. Desde mediados de junio ha estado generando contenido (en directo o no) para TikTok, a través de vídeos cortos. Siempre grabados en vertical y con un tono distentido y decididamente joven, la cuenta se ha convertido en un pequeño éxito viral. No sólo por lo improbable de su éxito (la red social más siglo XXI de cuantas tenemos a nuestra disposición en feliz matrimonio con algunas de las obras pictóricas más antiguas y reverenciadas del planeta), sino también por su carácter didáctico.
Si los primeros vídeos conjugaban las atmósferas surreales de El Bosco con canciones instrumentales contemporáneas, o si realizaban pequeños juegos visuales y encuestas para captar a una mayor audiencia, los últimos han entrado directamente en el campo de lo experiencial. El Prado nos ofrece ahora entrevistas y breves charlas con algunos de sus restauradores, quienes nos educan en las técnicas de preservación contemporáneas, en los óleos utilizados por los maestros flamencos o en las técnicas de extracción de clavos con patas (literales) de cabra.
Dentro vídeo:
Otros tienen un carácter casi académico. En este, un locutor fuera de plano nos cuenta los motivos y los temas principales de la pintura española durante el siglo XIX (grandes lienzos, temática histórica, obsesión con la muerte y los amores imposibles). El tono siempre es distentido, por más formal que parezca la temática. Algunos entran directamente en el terreno del humor referencial. Por ejemplo, aquí se nos presenta el maravilloso lienzo Fiestas del Ommegang en Bruselas, de Denis van Alsloot, con la canción "Boys", de Lizzo, como banda sonora.
La cuenta funciona a un tiempo como polo de atracción para las nuevas generaciones (acostumbradas a consumir y compartir conocimiento a través de vídeos breves, no tanto de texto o imagen estática) y como diván misterioso para una audiencia global. El Prado es mucho más que sus cuadros. Sus restauradores, como Elena Arias, también trabajan con ornamentaciones y piezas de mobiliario de siglos atrás. En este vídeo se muestra parte del proceso de restauración de una consola, abriendo una puerta de divulgación para todos los públicos.
Y en este se narra sin mayor aderezo, en una aproximación al trabajo diario y meticuloso de los restauradores tradicionalmente ajeno a las grandes audiencias.
La peculiar firma de Velázquez, el pequeño homenaje a los ballesteros incluido en el Descendimiento de Van der Weyden, San José lavando los pañales de Jesús en la infinita imaginación de El Boso, o la repetición de modelos en los personajes de distintos cuadros de Rubens. La cuenta funciona porque se aleja de la tradicional pretenciosidad que recubre a la divulgación artística, y porque la naturaleza de TikTok (vídeos casi siempre sin cortes, directos, breves) permite aprender sin cansarse. Pequeñas píldoras tan adictivas y reconfortantes como las palomitas.
La apertura del trabajo interno de restauración es especialmente valiosa. Como vimos en su día, el equipo de El Prado ha cuajado auténticas maravillas recuperando obras del pasado, ejercicios de preservación y conservación tan titánicos como impresionantes. Desde El Calvario de Van der Weyden hasta La Sagrada Familia del pajarito de Murillo, pasando por el conocidísimo El Expolio de El Greco, en un estado muy precario antes de la intervención. Son trabajos fascinantes. Más aún si observamos la técnica en primera persona.
La fructífera relación entre las nuevas tecnologías y El Prado no es nueva. Hace años lanzó una aplicación en colaboración con Samsung llamada "Photo Prado", una herramienta de realidad aumentada que permitía a los turistas hacerse fotografías con sus cuadros favoritos sobre una pared en blanco. El objetivo, bastante más accesorio que su estrategia comunicativa en TikTok, pasaba por evitar que la gente posara frente a los lienzos reales, molestando en el camino a otros visitantes.
La incorporación de formatos interactivos y herramientas tecnológicas a la experiencia de El Prado lleva siendo discutida desde principios de la pasada década. Pero casi siempre suponían complementos a la visita en primera persona, no sustitutivos. La novedad de TikTok (y de otros canales comunicativos, como Instagram, cuya cuenta es muy popular desde hace años) es su carácter telemático. La posibilidad de ver y tocar El Prado sin salir de la habitación. Una solución impuesta por el confinamiento pero también por la forma de consumir cultura de las nuevas generaciones. Y una a la que el museo se está adaptando perfectamente.
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