España es un país desigual: mientras un puñado de centros urbanos absorben la mayoría de trabajos cualificados, otros languidecen. Gran parte de las reivindicaciones de la España vaciada, hoy un elemento central del debate territorial, surgen de aquí: los empleos más cotizados sólo se dirigen hacia Madrid. ¿Por qué otras ciudades medianas no pueden convertirse en un hub tecnológico que arraigue a la población?
Más allá de las causas estructurales, hay otras cuestiones a tener en cuenta. Una muy importante: ser un hub tecnológico no es la panacea.
Más caras. Los problemas son variados. Pero hay uno que destaca por encima de todos los demás: nodos tecnológicos como Boston, Dublín o Austin se han convertido en espacios urbanos extremadamente caros. El precio del alquiler en San Francisco alcanza los $3.500. Las grandes empresas tecnológicas atraen actividad, riqueza y dinamismo, pero también grandes salarios que elevan el coste de vida para todos los habitantes.
Y de ahí escenarios como el londinense o el neoyorquino: los precios llevan años escalando hacia el infinito. Y no todos ganan con ello.
La desigualdad. Esta pieza de Axios explora el problema. Si bien los principales hub tecnológicos estadounidenses se cuentan entre las ciudades más ricas del país, también registran las mayores tasas de desigualdad. El fracaso de Amazon en Long Island es indicativo: sus vecinos poco cualificados rechazaban la llegada de 25.000 trabajadores excelentemente remunerados y capaces de disparar los alquileres o los servicios más básicos.
¿Qué ganaban ellos? Desde su punto de vista, desplazamiento, gentrificación y pobreza. Cuando una ciudad decide atraer inversión y desarrollo lo hace en detrimento de otros sectores (y personas).
El carácter. ¿Un último riesgo? Difuminar la identidad de cualquier ciudad. Seattle es quizá el ejemplo paradigmático: la atracción de talento tecnológico ha provocado que muchos espacios físicos en el centro de la ciudad sean inasumibles para comercios tradicionales y de proximidad. En su lugar han aparecido cadenas y tiendas estandarizadas a gustos y tendencias más universales. Replicables, idénticas.
Es pura monocultura y globalización. Lo que provoca que muchos nativos sean incapaces de reconocer su Seattle.
Otras consecuencias. Las acusaciones son múltiples, aunque no simpre sólidas. Por ejemplo: el repunte de la población sintecho en las ciudades hub no tiene relación con el sector tecnológico. Sus efectos en la pobreza tampoco son claros: si bien no logran mejorar la vida de los habitantes más pobres, contribuyen a elevar los salarios de los trabajadores no cualificados. Es una relación económica compleja, con efectos positivos y negativos para distintas capas de la población.
Dificultad. Para las ciudades pequeñas y medianas hay un último problema: convertirse en un hub tecnológico no es un objetivo realista. Las grandes ciudades son eficientes aglutinando talento; y los sectores altamente tecnificados (diseñadores, ingenieros, etcétera) tienen más éxito cuando están rodeados de mano de obra cualificada. Se alimentan mutuamente. Valladolid, Oviedo o Córdoba jamás podrán competir con Madrid. Es cuestión de escala.
De ahí que, en EEUU, el paradigma de este proceso, las grandes tecnológicas sigan acudiendo sistemáticamante a San Francisco o NYC.
Alternativas. ¿Qué hacer? Es una buena pregunta. Hay otros caminos para las ciudades de segunda línea. El sector tecnológico no es el único capaz de retener talento y población: la gestión empresarial, como en Minneapolis, la logística, o la red de medianas empresas manufactureras altamente tecnificadas, como en Alemania o en Euskadi, ofrecen vías alternativas al crecimiento económico y al desarrollo.
Es igualmente complejo. Atraer inversión y trabajadores a ciudades más pequeñas, menos dinámicas y menos activas culturalmente que Madrid o Barcelona (aunque sean más baratas) es una tarea ardua y requiere de políticas a gran escala.
Imagen: Maëlick/Flickr