Pese a la pérdida de siete escaños y más de medio millón de votos, Unidas Podemos ha extraído de la repetición electoral un triunfo incontestable: el gobierno de coalición. El abrazo escenificado ayer por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias confirma que España, por primera vez desde el regreso de la democracia, contará con un ejecutivo mixto, en el que dos socios competirán y colaborarán por sacar adelante sus programas. ¿Pero cuál se verá más beneficiado por la alianza a largo plazo?
Si atendemos a la experiencia europea, no será el socio minoritario.
Norma. Exceptuando a los países presidencialistas, como Francia, los ejecutivos de coalición son la norma en la mayoría de democracias europeas. El ejemplo más paradigmático es Alemania, país más poblado del continente que no ha contado con gobierno monocolor alguno desde la Segunda Guerra Mundial. La fragmentación parlamentaria de cámaras más pequeñas, como la sueca, la danesa o la holandesa, obliga por defecto a llegar a acuerdos y pactos de gobierno.
Datos. Tan vasta recopilación estadística ha permitido a dos investigadoras, Heike Klüver y Jae-Jae Spoon, analizar al detalle qué le sucede al socio minoritario en el siguiente ciclo electoral. A partir de 307 partidos repartidos por 219 comicios celebrados entre 1972 y 2017, las politólogas han llegado a una conclusión: las formaciones pequeñas pierden mucho antes que ganan con su entrada en el ejecutivo. De media, se dejan un 17% de sus apoyos en las elecciones posteriores en comparación a sus socios mayoritarios.
Casos. Hay múltiples ejemplos que lo acreditan. El más extremo lo protagoniza el Partido Liberal Alemán (FDP). En las elecciones federales de 2013, tras cuatro años de gobierno conjunto con la CDU de Angela Merkel, perdió todos sus representantes parlamentarios. Pasó del 9,4% del voto (93 diputados) a un exiguo 2,4% (0 diputados, al no superar la barrera electoral). También en Alemania, el SPD ha retrocedido por su involucración en hasta tres grandes coaliciones (incluida la actual).
¿Por qué? En general, los socios minoritarios (incluso aquellos tan grandes como el SPD) encuentran dificultades para cumplir con lo prometido en campaña. Suelen tener un acceso limitado a las partidas presupuestarias, y se ven obligados a llegar a acuerdos y a ceder en determinadas políticas. En la gestión de lo posible, que no de lo deseable, sus líderes encuentran poco margen para diferenciarse del primer ministro, y su acción de gobierno queda enmarcada en la narrativa del socio mayoritario.
Es decir, cuentan con limitadas ventanas de oportunidad para beneficiarse de la acción de gobierno, pero cargan con la erosión y las culpas de estar en el ejecutivo. Pierden su marca, lo que ahuyenta a su electorado.
Otros ejemplos. El otro ejemplo paradigmático es el del Partido Liberal-Demócrata británico. Tras dos elecciones consecutivas superando el 20% del voto, optó por gobernar en coalición con el Partido Conservador de David Cameron. No logró comunicar sus logros y se vio asociado a las políticas regresivas y austeras de Cameron, antipáticas entre su electorado. Resultado: en los comicios de 2015 cayó al 7,9%, umbral que aún no ha logrado superar. La alianza con los conservadores representó una estocada casi mortal.
Similares destinos sufrieron la Alianza Liberal danesa o el Laborismo holandés.
El futuro. ¿Está el destino de Unidas Podemos sellado? No necesariamente. El FDP alemán había entrado en casi todos los gobiernos de coalición desde la guerra, en ocasiones mejorando sus resultados. Sucede que durante los últimos años los partidos pequeños optan por calibrar mejor sus estrategias, entregando apoyos puntuales desde la oposición. La polarización de las últimas décadas ha enconado las posturas, provocando que las posiciones centristas y posibilistas encuentren penalización.
De ahí que algunas voces internas encontraran en la obligatoriedad de la coalición una carga, y apostaran en julio por una vía a la portuguesa. Veremos qué tal le sale.
Imagen: Sergio R Moreno/GTRES