Como tantos otros sectores de la economía, los mercados saltaron por los aires a mediados de marzo. Primero el coronavirus y más tarde el confinamiento de países enteros, paralización de la actividad económica mediante, provocaron que las bolsas se hundieran hasta un 8%, en un nuevo lunes negro. Desde entonces se han recuperado de forma espectacular, impulsados, en parte, por un actor con hambre de inversión.
Robinhood. Durante la cuarentena, miles de personas en todo el mundo se sumergieron en fiebres consecutivas de repostería, masa madre o actividad deportiva, entre otras. Una de ellas fue la inversión en bolsa. Aplicaciones como Robinhood, una plataforma que permite a personas comunes y corrientes participar en los mercados comprando y vendiendo acciones de empresas indexadas, disfrutan hoy de un pico de popularidad.
Entre sus principales usuarios, millennials. Y adolescentes.
Hertz. Su repentino protagonismo en los mercados podría estar teniendo efectos drásticos en la valoración de algunas compañías. Un ejemplo evidente lo ofrece Hertz, dedicada al alquiler y renting de vehículos. La empresa ha observado cómo su volumen de negocio se hundía a causa de la epidemia. A finales de mayo se declaró en bancarrota, obligándose a una reestructuración radical y a encontrar nuevas fuentes de financiación.
Excepción. Tradicionalmente, las empresas declaradas en ruina acuden a líneas de crédito poco generosas para mantener a flote su negocio. Hertz no. La compañía obtuvo una concesión excepcional del juzgado encargado de supervisar su bancarrota: podría vender hasta 250 millones de sus acciones, valoradas en unos $1.000 millones, en los mercados. De forma típica, las acciones de una empresa arruinada valen muy poco.
Pero vivimos tiempos extraños.
Puja al alza. Poco después de declararse en bancarrota, la valoración de Hertz se hundió a 0,40$ la acción. Fue entonces cuando su principal accionista, Carl Icahn, vendió la totalidad de sus participaciones en la compañía a 0,72$ la acción (tras haberla comprado años atrás y perdiendo en el camino unos $1.800 millones). Una decisión lógica. Pero a la postre errónea: a principios de junio las acciones de Hertz se disparaban un 1,450% y superaban los $6. Una escalada vertiginosa.
El precio caería paulatinamente en los días posteriores. Ahora mismo se ubica en los $2,11 la acción.
¿Qué sucede? Sucede Robinhood. Hertz fue el término más solicitado en la aplicación durante las dos últimas semanas. El número de usuarios con acciones a su nombre pasó de los 40.000 a los 160.000 en un puñado de días, fruto de una tendencia más general: la compra por parte de pequeños inversiones, no especializados y no profesionales ("day-traders") de acciones en compañías al borde o directamente en bancarrota.
Inversiones extremadamente arriesgadas, dado que el valor de sus adquisiciones podría ser nulo dentro de poco.
Todos juntos. Pero inversiones que han levantado el rendimiento de los mercados, muy en especial del S&P 500 (ya en positivo tras un inicio de año calamitoso). A 10 de junio ya había recuperado más de 20 billones en valoración, un 43% al alza desde su hundimiento en marzo. Hay una llamativa desconexión entre las previsiones económicas (calamitosas) y la subida de los mercados, una desconexión que ayuda a explicar, sólo en parte, el interés de algunos actores en desastres como Hertz.
Perfil. Hay otra explicación: irracionalidad. Gran parte de los usuarios de Robinhood son aficionados al deporte con mucho tiempo libre tras la suspensión de las competiciones. Diversos analistas, como un profesor de legislación sobre bancarrotas en el Financial Times, coinciden en que Hertz, de forma muy explícita, se ha dirigido a ellos sin disimulo:
Nunca había sabido de una firma vendiendo más acciones en pleno proceso de bancarrota. Parece más bien una estratagema descarada para aprovechar un movimiento irracional en el mercado.
Para otros ni siquiera es "invertir", sino "apostar", una jugada desesperada, casi suicida, tanto por parte de Hertz como por parte de sus nuevos inversores, muy alejados de los traders profesionales y experimentados. Otras empresas como JCPenney, Whiting Petroleum, GNC o Chesapeake Energy, también arruinadas, han experimentado repuntes semejantes. Inversores repentinos dispuestos a financiarles cuando sus acciones podrían valer virtualmente nada al final del día.
Tendencia. Otros análisis se han mostrado más escépticos respecto al impacto de Robinhood y los inversores "irracionales". Según Barclays, su influencia en el "rally" reciente de los mercados es nula. Lo cierto es que la aplicación sí ha hecho algunas apuestas vencedoras. El caso de Icahn es claro, pero hay otros semejantes: Warren Buffett vendió todas sus acciones en las principales aerolíneas estadounidenses; los usuarios de Robinhood apostaron contra él; y ganaron.
A los pocos días la valoración de las cuatro aerolíneas se disparaba.
Adolescentes. Sea "dumb money" o no, una anécdota resume el sentir general del mundo financiero durante los últimos días. Joseph S. Mauro, ex-Goldman Sachs, tuiteó que su hijo de diez años se había quedado sin amigos con los que jugar en Fortnite. ¿La razón? Todos estaban muy ocupados invirtiendo en Robinhood. El mensaje ha funcionado muy bien como símbolo de un mercado, ahora mismo, al borde del absurdo.
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