Pocos países tienen una relación tan obsesiva con su gastronomía como Italia. La comida, para los italianos, es un elemento identitario de primer orden. En un buen plato de pasta se condensan las virtudes ancestrales de la nación: la pervivencia de la tradición y las costumbres populares, el gusto por lo exquisito, la reverencia a los productos que producen la tierra y la geografía, etcétera. Todo ello provoca que cualquier injerencia sea percibida como una amenaza que debe ser combatida.
Y eso incluye a la comida rápida.
Pizza express. Resulta que Roma disfruta desde abril de su primera máquina expendedora de pizzas. El plato, reivindicado por los napolitanos como su creación insoslayable pero de extensísima popularidad y consumo en la capital, surge del dispensario recién horneado y en tres minutos. El puesto en cuestión se llama Mr Go y opera las veinticuatro horas del día. Su creador, Massimo Bucolo, cree que rellena una demanda del mercado al servir en todo momento del día a los insaciables romanos. Cuestan entre 4€ y 6,5€, relativamente caras para Italia.
Las reacciones. El corresponsal de The Guardian ha salido a la calle para tomar el pulso de la ciudad en un asunto tan controvertido. Por supuesto, muchas reacciones rondan el escándalo. "Jamás comería pizza de una máquina. Es horrible", explica una vecina. "Puede que sepa bien, pero no me gusta. Prefiero ir a una pizzería", cuenta otra. "Es algo triste ver a una pizza salir de una máquina", remata una más. El periodista de Il Corriere al que encargaron probar el invento es bastante menos clemente:
La masa sabe como una piadina industrial, tiene la misma flacidez (...) el tomate es tan escaso que resulta inapreciable, la leche es una mezcolanza sin sabor (...) Me recuerda a la pizza que comí una noche en una desolada región del Amazonas ecuatoriano durante una misión con Oxfam.
Mal negocio. He aquí su vaticinio: una vez pase la atención mediática, la máquina será más visitada por los encargados de mantenerla que por los clientes. Otras reseñas son igualmente negativas. "La pizza de calidad es otra cosa", opina esta, tras detallar su funcionamiento con resignación. Pizzatales, una popular web italiana dedicada a la pizza y su universo, no sólo es crítica con el resultado final de Mr Go sino que tampoco entiende su modelo de negocio o su viabilidad de éxito a medio plazo:
Una masa ligeramente cruda y seca, ingredientes que no son excelentes, sabores más propios de las pizzas vistas en series de televisión extranjeras (...) La pregunta que nos surge es simple: ¿por qué gastar 5€ en una pizza poco apetitosa cuando con 2€ o un poquito más puedes tener en casi cualquier parte una porción de pizza y mortazza y quedar satisfecho? Es difícil imaginar cómo Mr Go puede competir con las muchas alternativas gastronómicas de la capital (...) El tiempo, la prisa, la falta de alternativas o la disponibilidad económica podrían permitir a Mr Go ganare su espacio, pero conseguirlo en el país de la pizza parece improbable.
También a favor. A la espera de futuros disturbios y acciones vándalas, también hay italianos a favor de Mr Go. Al fin y al cabo no todo el país comulga con la militancia gastronómica que con tanto celo protegen sus principales batalladores, de otro modo no podríamos explicar la presencia de Domino's en sus ciudades. La propia pieza de The Guardian recoge algunas opiniones positivas ("muy útil de noche si tienes hambre y no hay más opciones", más o menos) y su puntuación en Google aún es de 3 estrellas sobre 5. No brillante, tampoco calamitoso.
"Una idea innovativa. No esperes la mejor pizza de Roma, pero el resultado es decente", escribe un cliente moderadamente satisfecho.
Larga tradición. Se trata de un ritual ya familiar cada vez que alguien osa experimentar con un producto milenario. Las cadenas de comida rápida son especialmente proclives a ello (cómo olvidar la pizza-quesadilla que hizo vomitar al héroe que se atrevió a probarla) e Italia siempre aparece en el centro de estas controversias. Hablamos del país, al fin y al cabo, que ha hecho de la comida cuestión de estado, llegando a suspender las reglas de la aviación comercial por un bote de pesto.
No debemos culparles, si acaso porque nosotros somos exactamente iguales. ¿O nadie dudaría del escándalo equivalente que se montaría en Valencia si alguien decidiera colocar una máquina expendedora de paellas?
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