Mérida, ciudad milenaria, cuna de la civilización hispánica, joya de Extremadura, etcétera, etcétera, afronta una acusación sin precedentes: uno de sus principales monumentos históricos, el bellísimo acueducto romano que engalana el corazón de la ciudad, no sería romano sino altomedieval. O lo que es lo mismo, visigodo. Grave sugerencia esbozada por un grupo de expertos que las autoridades culturales y políticas de la ciudad han decidido combatir con uñas y dientes.
¿Qué pasa? Que un estudio elaborado por investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid y difundido por El País ha cuestionado el origen estrictamente romano de la estructura. A través de nuevas pruebas de termoluminiscencia, han datado su origen entre los siglos IV y VI. Es decir, en un periodo de paulatina decadencia del Imperio Romano, en plena invasión y asimilación de poblaciones germánicas y, quizá, gracias a la influencia de ingenieros y arquitectos bizantinos.
Una de los reclamos turísticos más esenciales de Mérida, ciudad romana por antonomasia, se vendría así abajo.
¿Por qué? Por diversos motivos. A las pruebas de termoluminiscencia hay que añadir otros argumentos. Un estudio elaborado por científicos alemanes hace ocho años ya dataron su construcción en torno al 560, tras la caída de la estructura imperial y en una Hispania tomada por los visigodos. La presencia de ripiado (pequeñas piedras para nivelar los sillares) y de ladrillos y la peculiar composición de la arcada alejarían a la estructura de los clásicos acueductos romanos, y apuntarían hacia su tardía edificación.
Batallas. Hasta aquí, una de tantas informaciones históricas y arqueológicas producidas por la academia. Lo extraordinario reside en la respuesta de las autoridades emeritenses. Al día siguiente de publicarse la noticia el director del Consorcio Monumental de Mérida, Félix de Palma, descalificó el trabajo por su nulo "rigor arqueológico" y por basarse en el análisis de "un ladrillo". El acueducto, así, sería "indudablemente y sin duda (...) de época romana", construido a mitad del siglo I y sujeto a posteriores actualizaciones.
Diferencia. Una diferencia de criterio de casi cuatro siglos que convertiría al acueducto en algo distinto. Frente al colmo del progreso y de la urbanidad romana, la desesperada solución de un reyezuelo visigodo, Atanagildo, para abastecer de agua a su arruinada ciudad, y en colaboración con los ingenieros bizantinos que ocuparon el litoral sur de las provincias hispánicas tras la defunción del Imperio Romano de Occidente.
Reseñable, pero no exactamente el marchamo de prestigio "romano" por el que se ha caracterizado a Mérida. De forma extrema, el Ayuntamiento de Mérida ha pedido a los autores del trabajo que se "retracten", y ha anunciado que utilizará todas sus "vías y herramientas" para impedir que alguien dude de la romanidad del acueducto.
Escándalo. Porque cualquier vestigio "romano" cotiza al alza en España. Y Mérida es su ejemplo más esplendoroso. Los propios investigadores resaltan los innumerables errores de datación presentes en la península, motivados por la urgencia de hacerse con "restos romanos". Lo cierto es que las edades de los monumentos suelen ser más flexibles y ubicarse en los turbulentos siglos posteriores al fin del imperio.
¿Importa? En realidad, el acueducto es romano. Las tribus germánicas que arribaron a la Galia o a Hispania reivindicaron la legitimidad y la dignidad de Roma, y heredaron sus conocimientos y técnicas. La frontera era difusa, en un tiempo convulso y mestizo. La presencia bizantina, Imperio Romano de Oriente en toda regla, no haría sino reafirmar su carácter romano.
Imagen: Commons
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