“Et tu, Brute?” eso debía andarse preguntando Mark Zuckerberg ayer por la noche. A las 14:51 de la tarde Kim Kardashian hacía pública su decisión de boicotear al grupo cerrando por 24 horas sus cuentas en Instagram y Facebook. Es decir, la que podríamos considerar la principal empleada mundial de la compañía, su más importante generadora de contenido con 144 millones de seguidores en la plataforma de imágenes y otros tantos millones en la azulada red social, mordía a la mano que le da de comer.
El resultado de su decisión no se hizo esperar y bajó las acciones de la compañía en tres dólares en cuestión de horas.
¿Boicot a santo de qué? Nadie sabe precisar qué es lo que ha movido ahora y no en otro momento a la reina del viral. En el post en el que explicaba su decisión, acompañado del hashtag #StopHateforProfit, afirmaba: “no puedo permanecer en silencio mientras estas plataformas sigan permitiendo la propagación del odio, la propaganda y la desinformación. La desinformación compartida en las redes sociales tiene un serio impacto en nuestras elecciones y socava nuestra democracia”. El hashtag, creado y promovido desde junio de 2020 por seis organizaciones antidiscriminatorias, puede leerse como un movimiento político en contra de Trump.
También puede ser que la modelo y empresaria simplemente haya visto el documental El dilema de las redes de Netflix y se le haya pasado por la cabeza apuntarse ahora a esta causa.
Llamada al reino de la fama: su anuncio ha servido para movilizar a todas esas celebrities que o bien se habían mantenido hasta ahora a que se diesen las condiciones adecuadas o bien aquellos cuyos actos reivindicativos individuales no habían logrado alcanzar ni la décima parte del impacto que ha logrado ahora Kim West. Sacha Baron Cohen, Jennifer Lawrence, Katy Perry, Mark Ruffalo y Leonardo DiCaprio, entre otros, se han apuntado.
Aquel boicot de las marcas: este movimiento de famosos llega meses después de que más de 400 compañías promoviesen el #StopHateforProfit. Disney, Hulu, Coca-Cola, Unilever, Nike y quien tú quieras nombrar, todos los gigantes, entre ellos sus principales anunciantes (Disney se dejó más de 200 millones de dólares en la primera mitad del año), también pusieron en pausa su inversión publicitaria a la espera de medidas más serias contra la difusión del odio en sus redes. Ello añadió una nueva crisis de reputación a la compañía, pero no afectó ni a sus acciones ni a su balance de cuentas: todo ese top de marcas no representaba ni el 8% del dinero generado por esta vía para Facebook.
¿Impacto? En impresiones, posiblemente cientos de millones. A nivel mediático, un temblor de sus placas tectónicas, con cientos de periodistas tecleando piezas como esta a lo largo y ancho de todo el planeta. Para la imagen de Facebook, apenas una aguja en el pajar de críticas y repulsas públicas que ya cosecha. Para su economía, una distorsión mínima: al cabo de un par de horas sus acciones volvieron a los valores anteriores. Por mucho Cambridge Analítica y frecuentes acusaciones de promover enfrentamiento, enfermedades mentales y fake news que lleve acumulados, sus inversores han triplicado el valor de sus acciones en los últimos cinco años.
La habitación donde pasó. El debate de fondo es el siguiente: después de que Zuckerberg afirmase que no se fact-chequearían muchas noticias políticas en su plataforma, Trump mantuvo una cena con él dentro de la Casa Blanca de la que aún no se sabe qué se pudo decir o acordar, algo que va contra los protocolos de transparencia. Paralelamente, y según fuentes de The New York times, trabajadores dentro del Departamento de Justicia que están llevando a cabo informes antitrust a las Big Tech norteamericanas han declarado que, mientras que las investigaciones a Google o Amazon serán incisivas, la amenaza a Facebook "no representará nada serio".
Aunque Facebook no se ha mantenido por completo con los brazos cruzados: el mes pasado la red social anunció que se habían eliminado unas 790 cuentas vinculadas al movimiento QAnon.
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