Ni que decir tiene que el coronavirus también se ha llevado por delante a un negocio antaño esplendoroso y hoy a los pies de los caballos: las salas de cine. La industria española, por ejemplo, ha cerrado el año con un 72% menos de recaudación, pasando de los 100 millones de espectadores a los poco más de 28 millones. Malos tiempos para un negocio dependiente de las algomeraciones en espacios cerrados y sin ventilación.
Toca diversificarse (o morir).
A jugar. Es al menos la lógica aplicada por la mayor cadena de cines de Corea del Sur, CGV, en serios problemas financieros fruto de las restricciones impuestas por el gobierno (un 50% de aforo máximo) y de la escasez de títulos. Sus enormes salas pueden ser alquiladas por horas para echar una partida de videojuegos. Se permite la concurrencia de hasta cuatro jugadores, al módico precio de 75€ cada dos horas. Los amigos en cuestión deben llevar su propia consola y juegos.
La tarifa asciende a los 110€ durante las horas nocturnas.
Espectacular. El incentivo para cualquier gamer es evidente. "La calidad del sonido es particularmente increíble", explica un estudiante coreano en este reportaje de la BBC. "El sonido de los disparos es tan vivo que cuando un objeto voló en mi dirección desde la pantalla llegué a gritar". Es un matrimonio de conveniencia tanto para jugadores como para las salas. Los videojuegos hoy disponen de una calidad gráfica excepcional, apta para la gran pantalla del cine. Y muchos de ellos incorporan narrativas no demasiado lejanas del género fílmico.
Ingresos carentes. Se trata de una asociación eventual, un consuelo para una industria hundida en un pozo económico. Cuatro horas de videojuegos reportan a CGV unos 220€ en el mejor de los casos. La mayoría de sus recintos cuentan con 100 o 200 asientos. Incluso al 50% de capacidad, como exige el gobierno coreano, estarían haciendo mucho más dinero con el cine. A razón de 10€ la entrada, unos 500€ para las primeras y unos 1.000€ para las segundas. En apenas un par de horas y media.
Más soluciones. Sucede que la epidemia ha obligado a parches, a pequeños arreglos para salvar el negocio. La reconversión quizá llegue para quedarse. 2021 se va a caracterizar no tanto por la resurrección de las salas... Como por el estreno de grandes títulos en plataformas de streaming. Lo vimos a cuenta de Mulán, lanzada directamente en Disney+ para gran escándalo del sector; pero también en Soul y en el grueso de grandes producciones de Warner para este año (Wonder Woman 1984, Dune, Godzilla vs. King, Matrix 4: todas ellas se estrenarán en HBO Max y cines a la vez).
Sin público. Lo veíamos en julio, cuando el primer fin de semana de apertura cinéfila tras el coronavirus se saldaba con un rotundo fracaso: el "parroquiano" de las salas, el consumidor frecuente que se acerca a los teatros a ver qué se encuentra, ha desaparecido. El coronavirus sólo le ha dado la puntilla. La industria necesita otra forma de fidelizar. El auge de los videojuegos parece un buen camino. A CGV en Corea podemos sumar Malco Theatres en Estados Unidos.
AMC (de repentina resurrección gracias a GameStop) o Cinemark han optado por pases de películas privados. Similar estrategia está aplicando Cinesa en España. Lo explicaba Xataka hace algunos meses:
[Las "salas reservadas"] es una variación de una oferta para empresas de packs de 25 entradas y tarjetas multientrada para actividades comerciales y planes de incentivo a empleados. En esta otra opción se puede reservar una sala para celebraciones o reuniones, e incluye la proyección de una película del catálogo de Cinesa, la entrada y un menú hasta para 20 personas.
No future. ¿Tu próximo cumpleaños? Pues en una sala de cine cerrada para ti y para tus amigos. Esa es la lógica que subyace en la reconversión del sector, sumergido en una tormenta perfecta de problemas. La venta de entradas a nivel internacional se ha desplomado un 71% (excepto en China, cuyo buen hacer le ha permitido liderar la taquilla global por primera vez en la historia); y todas las grandes cadenas están o bien al borde de la quiebra o bien en una situación insostenible (la propia CGV va a cerrar el 30% de sus salas en los próximos años).
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