Saluda al jabalí, tu nuevo vecino: ha llegado a las grandes ciudades y no piensa marcharse

Gandía, zona cero de la burbuja inmobiliaria, colmo de la hormigonización de la costa mediterránea, ejemplo de la victoria urbana sobre el mundo salvaje, prístino, inmaculado. El último escenario de la península ibérica donde esperarías toparte con una manada de jabalíes a la carrera. Y sin embargo, el lugar donde un conductor se topó con ellos cruzando la rotonda de un cámping.

La grabación, difundida por la red, ha llegado a los medios y a las redes sociales por su carácter extraordinario: ¿qué hacía un grupito de jabalíes explorando los confines de la noche valenciana? Su holladura de la excelencia urbanizada de Gandía revela una tendencia de fondo: los jabalíes, como muchas otras especies salvajes, se están reproduciendo a una gran velocidad. Y ante la competencia por los recursos, se dirigen a lugares que antes ignoraban: las ciudades.

El fenómeno es bien conocido en otros países occidentales de gran extensión, como Estados Unidos, donde hasta las asociaciones animalistas son conscientes de la gravedad del problema. Con una población estimada de seis millones de bichos salvajes, y creciendo, diversos estudios han calculado que las invasiones ferales se duplicaron por dos entre 1982 y 2012. El 86% de los condados (municipalidades) del país ha registrado algún tipo de invasión durante los últimos años. En el sur, son un paisaje urbano más.

¿Por qué? La plaga obedece a diversas causas, aunque la principal es simple: el jabalí es un animal que puede comer prácticamente de todo. Sin una dieta especializada, los basureros abundantes de las grandes ciudades, lugares donde los seres humanos producen y desechan alimentos por doquier, representan una atracción natural. Dado que no es un animal temeroso del ser humano, las familias porcinas se han convertido en el nuevo vecino a tener en cuenta, una suerte de mapache 2.0 más grande y más peligroso.

Pero más allá de su dieta, la cuestión rota en torno al progresivo abandono del ser humano de los espacios rurales. Como ya vimos en su momento a cuenta de los bosques, ecosistemas que cada día ganaban más terreno al ser humano ante su dejación de funciones en el campo, la decadencia de la agricultura y de la ganadería en los países civilizados ha fomentado un rebrote verde. Una resurrección de la naturaleza, durante siglos amaestrada, que recupera por derecho propio lo que es suyo.

Sucede no sólo con el jabalí, sino con el ciervo, el lobo o incluso el oso. Cada uno cuenta son sus problemas particulares (y de ahí los renovados conflictos de la ganadería con el lobo). El caso del jabalí es muy llamativo porque, sin cortapisas, se planta en las ciudades.

Un problema que cuesta mucho dinero

Pasear por Google es toparse con noticias similares cada semana. En la Comunidad Valenciana, escenario protagonista de la última aparición del jabalí urbanita, las cifras son tan demoledoras como preocupantes: durante los tres últimos años, la población del animal ha crecido un 112%. En general, la fauna salvaje valenciana se ha disparado a una tasa de crecimiento del 30%, generando pérdidas (son bichos que se topan con un cultivo y se lo comen, como cabe esperar) de hasta 26 millones de euros. No cuesta entender por qué representa un problema de escala nacional.

En todas las comunidades autónomas españolas está sucediendo algo parecido. Madrid, por ejemplo, tiene una plaga de más de 40.000 ejemplares, muchos de ellos infectados por tuberculosis. Las manadas de jabalíes ya son una estampa habitual en los suburbios de la gran capital, especialmente en las macrourbanizaciones de las clases acomodadas tan pegadas al monte y a la sierra. Por allí, en una fusión armónica del campo y la urbanidad, el jabalí se cuela como Pedro por su casa.

A las características propias del jabalí y del abandonado campo occidental hay que sumar un factor determinante en España: la sequía. Con las cuencas principales de la península en estado ruinoso (los embalses del Duero no han llegado al 40% de su capacidad en todo el verano y otoño) y en un contexto de histórica carestía de agua, los animales salvajes se han dirigido a los lugares donde aún se pueden refrescar: las ciudades. Atraídos por la necesidad (y porque nosotros sí tenemos agua), han hecho de las calles su reino. Y es probable que se queden por un tiempo.

En Madrid, una de las alternativas ha sido la caza. Al haber superpoblación, no hay demasiados reparos. Al igual que en Estados Unidos (donde en estados como Alabama, Dios los tenga en su gloria, los cazan con drones), el revival urbano del cerdo salvaje representa una oportunidad sin igual para los cazadores. La administración ha permitido batidas en su búsqueda, lo que ha provocado que organizaciones animalistas como PACMA monten en cólera (optan por capturarlos y esterilizarlos).

La tónica es común y homogénea en la geografía española. En Avilés, por ejemplo, se tiene constancia de que alguans familias de jabalíes (con sus monos rayones) se han instalado en bosques y parques cercanos a la periferia urbana. Pese al carácter fuertemente industrial y escasamente armónico de la comarca asturiana, tan minera y siderúrgica, el jabalí prospera gracias a la cercanía de todo núcleo habitado norteño a los bosques regionales.

Amén del problema que puede representar en caso de contacto con humanos (de sentirse amenazados, pueden responder), la abundancia de jabalíes es también un problema en las carreteras. En provincias como Huesca es común toparse con pequeñas manadas a paseo nocturno por la A-23, la autovía que conecta Zaragoza con el Pirineo. La vía atraviesa barrancos naturales que sirven de paso natural para los animales. Y han provocado algunos accidentes.

Galicia, Oviedo, Euskadi, Andalucía, Cataluña. En fin, los avistamientos de jabalíes urbanos son innumerables. ¿Pero cuántos hay, exactamente? Se calcula que alrededor de los dos millones y medio. Si a todos los factores anteriores le sumamos la desaparición parcial (o al menos desproporcionada) de sus predadores naturales, el resultado es la omnipresencia porcina. La caza es inútil para atajar la dinámica: los cazadores avistan anualmente a un tercio del total, y sólo cazan a un tercio de lo avistado.

De modo que si en 1980 se cazaron 30.000 ejemplares, el año pasado fueron 300.000, un crecimiento vertiginoso y exponencial que, aún así, ha sido incapaz de mermar el crecimiento de la población.

"Hola, verás, ¿no tendrás algo de azúcar? Es que andaba haciendo un bizcocho y...".

En fin, nuestros nuevos amigos son un problema porque no sabemos, aún, negociar con ellos en los espacios urbanos. Al margen de los destrozos en cultivos y zonas ajardinadas, su particular recreo, el jabalí es la primera causa de accidentes de tráfico en las carreteras regionales: en 2015, la DGT calculó que el 30% de los choques se debieron a su presencia. Todo esto genera gastos e indeminzaciones que, en el caso de Asturias asciende al medio millón de euros en un año. En otros lugares del mundo, como en Texas, se gastan 50 millones de dólares anualmente.

La connivencia de muchos humanos, que los alimentan y los reciben con simpatía, afianza sus posiciones y les incita a acudir a más centros urbanos. Y entre tanto, la administración libra una guerrilla permanente. La guerrilla del jabalí, tu nuevo vecino.

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