Durante toda la tarde y la noche de ayer, mientras iba conociéndose más información sobre el atentado terrorista en las Ramblas de Barcelona, las redes sociales se llenaron de peticiones de que no se compartieran imágenes y vídeos de las víctimas, y también se sucedieron las críticas a los medios de comunicación que estaban contando la noticia, precisamente, con esas imágenes. En parte para contrarrestarlas, Twitter se llenó en su lugar de fotos y gifs de gatos, y se planteó de nuevo un debate que nunca se resuelve sobre si es ético mostrar fotos y vídeos de las víctimas.
¿Tiene valor informativo que las portadas de los diarios españoles de hoy tengan una foto de las Ramblas en la que se ve a varias víctimas en el suelo, con los servicios de emergencias atendiéndolas? ¿Es importante mostrar los actos del terrorismo para crear conciencia social? ¿Es cierto que si no vemos las consecuencias de esa violencia no terminamos de verla como real?
Las dos posturas del debate
En las redes sociales surgieron, en realidad, varios debates diferentes alrededor de esta cuestión, desde la responsabilidad de los medios de comunicación al difundir las imágenes del atentado tal cual les llegaban, a la de los ciudadanos presentes en el lugar que se dedicaban a grabar esas imágenes con sus teléfonos móviles. En el primer caso, hay dos posturas que difieren en el valor informativo que esas fotos o esos vídeos puedan tener.
Miguel Ángel Quintana Paz, profesor de Ética Periodística en la Universidad Europea de Miguel de Cervantes de Valladolid, sostenía en Twitter que había que publicar esas imágenes para mostrar el horror del terrorismo.
Añadía que debía hacerse respetando a las víctimas concretas, sin humillarlas, y que "tengo derecho a la verdad del terrorismo: a saber que es sangriento y sobrecogedor. Y a verlo para saber que desearía no tener que verlo".
Por otro lado, Sonia Blanco, profesora en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga, y experta en el uso de los nuevos medios sociales en la información, afirma que "no se deben publicar nunca. Hay que preguntarse qué valor informativo tienen y no hay mucho valor en ver a las víctimas sangrando, se les está perdiendo el respeto y la dignidad". Entiende el deber de los medios de dejar constancia e informar, pero también afirma que hay que ser conscientes de que ahora mismo hay un acceso inmediato a un torrente de información sin filtrar, en crudo, y que medios y público deberían estar más educados en cómo reaccionar ante ella.
"Necesitamos una muy buena educación en todos los sentidos, tanto los profesionales de los medios como el público", señala Blanco: "Tenemos que aprender que ahora tenemos la información instantáneamente. Ya no es como antes, que a lo mejor un turista que pasaba por allí sacaba un par de fotos con su cámara analógica y luego las mandaba a los medios. Tardaban unos días en llegar y había tiempo de plantearse qué hacer con ellas, pero ahora la información te está llegando al momento, sin filtro". Ofrece, además, una última idea sobre por qué cree que no deben publicarse esas imágenes de las víctimas: "Eso es lo que los terroristas quieren ver, el espanto que han causado. Ni siquiera es inteligente hacerlo".
Los defensores de mostrar esas fotos, por su parte, señalaban también en Twitter que, históricamente, el registro gráfico de actos de violencia había servido para concienciar a la sociedad de lo que estaba ocurriendo, para convertirlo en realidad.
Es la "necesidad" de ver todas esas imágenes en directo, tal y como llegan a las redacciones o las suben los usuarios de redes sociales, donde está el debate más complejo, y donde surgió la comparación con las fotos de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial que revelaron al mundo el Holocausto.
Desde la ética periodística
El dilema entre mostrar imágenes de las víctimas de atentados terroristas y no hacerlo no es nuevo. Ya durante el 11-S se sucedieron las críticas por las publicaciones iniciales de fotos de personas que saltaban desde las Torres Gemelas, unas fotos que para algunos mostraban la enormidad de lo que acababa de suceder y, para otros, no eran más que morbo.
Richard Griffiths, director editorial de CNN aquel día en Atlanta, explicaba en 2011 a The Telegraph que "hubo una fuerte discusión, e incluimos algunas de aquellas imágenes esa noche en un informativo especial, un vídeo de cuatro segundos de alguien saltando, pero no los veías caer al suelo. Tenías una idea clara del horror del ataque".
Es el otro debate en estos casos, el de los fotógrafos y los cámaras que están en el lugar de los hechos y que documentan lo que está pasando a su alrededor. En el mismo reportaje del Telegraph por el décimo aniversario del 11-S, Thomas Dallal, que llevaba 14 años cubriendo zonas de guerra, contaba sus impresiones cuando se aproximó a la Torre Norte mcon sus cámaras: "cuando cubres un conflicto como periopdista vas más o menos preparado psicológicamente. Eres muy consciente de que estás arriesgándote. Pero esto pasó en una parte de la ciudad que me era tan conocida como el patio de mi casa. Sentía que estaba viendo a gente con la que me montaba en el metro todos los días vivir un infierno. ¿Comprendía que estaba fotografiando algo increíble? Ni siquiera lo estaba pensando. Estaba en piloto automático y estaba asustado de lo que estaba viendo". Dallal, de hecho, abandonó el fotoperiodismo justo después del 11-S.
"La ética en fotoperiodismo debe ser el timón que dirige la cámara", explicaba la fotógrafa Maysun, especializada en cubrir zonas en guerra, a nuestros compañeros de Xataka Foto, que añadía que "había muchas historias que contar además de la guerra, algunas pese a tener todo, decidí no publicarlas por ética, pese a que eran muy vendibles".
Hay una imagen del suceso que ha copado las portadas de buena parte de los diarios tanto nacionales como internacionales. Su autor es David Armengou, fotógrafo profesional.
Armengou se encontraba durante la tarde de ayer en Las Ramblas, haciendo una sesión de fotos, cuando de repente ocurrió la tragedia. “Salí del hotel y me encontré con todo”, relata todavía conmocionado. “Mi mente se quedó en blanco, pero con cámara en mano y algo de mente fría, quise plasmar lo que creía que era información a nivel mundial”.
Esta es quizás una de las vivencias más duras para un fotógrafo. Retratar como profesional la barbarie que ocurre ante sus ojos, un acontecimiento tal y como define Armengou “desagradable y terrorífico”. Aunque si bien es cierto que en un principio tuvo dudas y no supo cómo reaccionar, finalmente “cogió encuadre” y terminó por plasmar uno de los momentos, sino el que más, más terrible que ha vivido la ciudad condal. “Documentamos esos momentos como fotógrafos, con mucha tristeza e impotencia ante tanta crueldad”, explica su compañera Marcela, que eso sí añade: “Otras imágenes desgarradoras no verán la luz”.
Aunque si bien es cierto que en un principio Armengou tuvo dudas y no supo cómo reaccionar, finalmente “cogió encuadre” y terminó ejerciendo su profesión. por plasmar uno de los momentos, sino el que más, más terrible que ha vivido la ciudad condal.
Foto: GeekIndignado
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