¿Trabajadores autónomos o empleados? Nunca antes una pregunta de apariencia tan roma había ocupado tantos titulares en los medios de comunicación. El modelo de negocio de Glovo y otras aplicaciones de reparto así lo quiso. Las aplicaciones, tan exitosas, dependían de riders que operaban o bien como falsos autónomos o bien como colaboradores y trabajadores por cuenta propia, en función del tribunal al que preguntáramos.
El Supremo ha zanjado la cuestión esta semana.
Son trabajadores. El tribunal, al que se remitían tanto empresas como trabajadores, ha sido muy claro al respecto. Glovo no es "no es una mera intermediaria en la contratación de servicios entre comercios y repartidores", el argumento esgrimido durante años por la empresa, sino una empleadora con trabajadores a su cargo. Es una distinción crucial. Glovo debe contratar a sus repartidores, asalariados en toda regla, tras haberlos utilizado como falsos autónomos.
Los sueldos. No se trata de un tecnicismo. Glovo, UberEats y Deliveroo asentaban gran parte de su éxito en este esquema de contratación. En diciembre, UGT cifraba en 170 millones de euros el ahorro para todas ellas. Sus cálculos eran simples. Por un lado, esquivaban el sueldo fijado por el convenio sectorial, de unos 17.200€ al año. Los ingresos brutos de los 14.000 riders empleados por el sector no superan hoy los 10.800€. En lugar de pagar 247 millones al año, estaban pagando 154,8 millones.
Ahí van 92,2 millones de ahorro.
Las cotizaciones. Y por otro, cargaban el peso de las cotizaciones sociales íntegramente en sus trabajadores. Ahí van otros 76,8 millones de ahorro, para una suma total de 168 millones. El modelo de contratación no sólo hipotecaba las ganancias de los riders (a razón de casi 300€ de cuota de autónomos al mes), sino que también privaba de entre 50 y 74 millones de euros a la Seguridad Social, fruto de las cotizaciones más bajas y de los salarios más modestos percibidos por los falsos autónomos.
Provechoso. Se trataba de un sistema rentable para Glovo y otras compañías. No lo decimos nosotros, sino ellas. "Sería una buena faena, pero nos adaptaríamos, veríamos la manera", explicaba hace dos años el CEO de Glovo, Oscar Pierre, cuestionado por una resolución del Supremo desfavorable a sus intereses. El día ha llegado. En su momento, Pierre afirmó lo siguiente: "Sí, lo haríamos [contratar a sus riders]. Pero con un modelo que no nos gustaría porque perderían la flexibilidad".
Resultados. Para hacernos una idea del agujero que la sentencia del Supremo plantea a todas las aplicaciones de reparto: Glovo facturó unos 52 millones de euros en 2018, un 268% más que el año anterior que todavía no le ha permitido entrar en beneficios; Deliveroo cerró 2018 facturando más de 500 millones de euros en todo el mundo, pero con pérdidas de 261 millones; y pese a que UberEats sí declaró beneficios, no superaron el millón de euros (para una facturación de 16 millones).
Reto. Si las cuentas de UGT eran correctas, no hace falta ser un gran matemático para prever el enorme obstáculo que la sentencia del Supremo planteará a todas las aplicaciones. Hasta ahora, su modelo de negocio había dependido de generosas rondas de financiación (Glovo ha recaudado hasta 300 millones), pero en base a un crecimiento y unos beneficios estimados... Que dependían de los falsos autónomos.
Aquel modelo pertenece ya al pasado. Glovo, uno de los unicornios españoles más notorios, necesita un nuevo camino.
Imagen: GTRES
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