Dentro de un paquete de medidas de próxima tramitación, el Gobierno acaba de anunciar la prohibición de fumar en todo espacio público cuando no pueda respetarse la distancia de seguridad de dos metros entre personas.
Se hace en el marco de la actual lucha contra el coronavirus, ya que se estima que las bocanadas provocadas para la expulsión del humo del tabaco pueden provocar un “riesgo alto” de transmisión, según adelantaba la Xunta de Galicia, la primera comunidad en anunciar esta nueva norma antes de que se hiciese nacional. Como ya contamos, la capacidad de incidencia que esta prohibición tendrá para restringir la circulación del virus se antoja limitada frente a otras posibles medidas como son la prohibición de las reuniones sociales o el cierre de discotecas.
Pero, obviando las excepcionales circunstancias que nos han llevado a esto, muchos, Illa y Simón incluidos, se han alegrado de la implantación de un veto a una conducta que está social y sanitariamente cada vez más denostada. Por eso mismo hay quien se ha preguntado si tal vez esta dura limitación al consumo de tabaco en los espacios públicos tendrá otras consecuencias imprevistas para la merma del tabaquismo. Si gracias a esto habrá un porcentaje relevante de gente que logre dejar de fumar.
Por eso hemos querido ir a los casos prácticos. Lo primero que hay que señalar es que hay aún pocos países con leyes más estrictas que las de España en cuanto al veto al consumo de tabaco. Hasta hace bien poco en Austria, dentro de Europa, todavía se podía seguir fumando dentro de bares y restaurantes, y los países asiáticos van poco a poco armonizándose a nuestro nivel de celo.
Menos cigarrillos pero mismos fumadores: el éxito parcial de Corea del Sur
Uno de los estudios que mejor nos puede servir para analizar los efectos es este realizado por científicos de la Universidad de Nueva York observando el caso surcoreano. La nación asiática prohibió en 2011 todo uso del tabaco en espacios públicos, desde parques o paradas de autobús hasta áreas escolares. Un panel de estudio y medios oficiales hicieron una serie de encuestas poblacionales entre 2009 y 2017, preguntando a sus encuestados tanto quiénes eran fumadores como quiénes habían dejado de fumar, habían intentado dejar de hacerlo, cuándo y por qué.
El resultado dicta que hay “evidencias sólidas de que esta prohibición aumentó la probabilidad de intentar dejar de fumar en un 16%” entre los fumadores, y que este efecto fue más acentuado entre las personas que pasan más tiempo en la calle, lo que indica que la prohibición y no otra cosa fue el condicionante principal que los animó a ello. Pero este ánimo para dejarlo apareció apenas entró el veto en vigor y duró aproximadamente tres años, luego se volvió a la normalidad.
El resultado final fue que la prevalencia del tabaquismo fue muy similar antes y después de la restricción. Eso no quiere decir que no fuese, en general, algo positivo: hubo más intentos de dejar la adicción, con lo que los usuarios pasaron más tiempo sin consumir, y la cantidad de cigarrillos consumidos por los fumadores también se redujo, especialmente entre los amantes de las actividades al aire libre.
Habrá que estar pendientes también del caso filipino: en el marco de la lucha contra las drogas, su actual presidente, el sanguinario Duterte, implantó en 2017 una prohibición a fumar en espacios públicos so penas que iban desde el pago equivalente a 80 euros o cuatro meses de prisión. Una vez pase un tiempo prudencial se podrán analizar los efectos de tan tajante prohibición.
Pese a todo, son leyes interesantes para nuestra sanidad
La discusión sobre los modos más efectivos de disuadir al público del consumo de tabaco han sido constantes, con un alto grado de agentes apoyando las medidas coercitivas, como son el aumento del precio de las cajetillas, por encima de las restricciones totales que podrían derivar en casos de Ley Seca. Bután, reino budista en el borde oriental del Himalaya de 750.000 ciudadanos, tiene la que será probablemente la legislación menos permisiva del mundo. Si bien llevaban desde los 2000 imponiendo diferentes restricciones, en 2010 se prohibió tanto el consumo como la venta a nivel territorial. Estudios de 2016 indicaban que el 30% de la juventud seguía fumando, siendo de lo más habitual el contrabando.
Todo ello no quiere decir que, aunque los vetos a su consumo en el espacio público no sean la mejor manera de hacer que la nicotina pierda adeptos, no sirvan de nada: multitud de estudios demuestran que las limitaciones a su consumo, aunque sea en zonas concretas como bares, paradas de autobús o puestos de trabajo, tienen una incidencia de variada gradación pero siempre positiva a la hora de reducir los trastornos respiratorios, la morbilidad por enfermedades del corazón y otras dolencias entre la población general. Sí, reducir el consumo en la calle puede ayudar, al menos de forma indirecta, a la salud tanto de los fumadores activos como de los pasivos.