El Consejo de Ministros tiene previsto aprobar mañana la comercialización de tests de autodiagnóstico en las farmacias de toda España. Se trata de una novedad largamente debatida por los sectores farmacéuticos y epidemiológicos. Hasta ahora, sólo era posible acceder a una prueba casera mediante receta previa, una "barrera", en palabras de la ministra de Sanidad, Carolina Darias, que impedía extender las posibilidades del autodiagnóstico. Posibilidades ya exploradas por otros países.
¿Qué son? Hay dos tipos: por un lado las pruebas de antígenos, destinadas a analizar si existe infección activa en el cuerpo; y por otro lado las pruebas de anticuerpos, útiles para saber si nuestro organismo ha generado inmunidad contra el covid. Los primeros son los más controvertidos, dado que operan como herramienta de cribado a nivel individual. A partir de ahora cualquier persona podrá acudir a una farmacia, comprar un test, hacerse la prueba y descubrir si está contagiado en 20 minutos.
En teoría.
¿Funcionan? Es aquí donde el debate se vuelve complejo. La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, bajo el paragüas de la Unión Europea, sólo recomienda los tests con una especificad del 97% (es decir, casi infalibles detectando la ausencia de enfermedad) y una sensibilidad del 90% (muy efectivos detectando la presencia de enfermedad). Sabemos sin embargo que su porcentaje de acierto es mucho menor. Este estudio, por ejemplo, cifra en el 72% su porcentaje de "acierto" entre contagiados sintomáticos; y del 58% entre los asintomáticos.
Otros estudios son más optimistas (tasa de acierto del 91%, pero tras haberles enseñado a sus usuarios a utilizarlos). La fiabilidad es aún menor entre los no-contagiados. Un resultado negativo, en especial entre asintomáticos, no ofrece garantías sobre la ausencia del virus ("falso negativo"). De ahí que Sanidad siga recomendando una PCR para confirmar o descartar la enfermedad. En general, son útiles en cribados y allá donde hay sospecha de positivo (síntomas).
El debate. Se trata de una medida polémica. El sector farmacéutico lleva meses reclamando su comercialización. Muchos expertos tienen reservas. Al riesgo de falsos positivos y negativos debemos sumar los fallos en la toma de muestras o en la interpretación del resultado. Gran parte de los recelos surgen del carácter aleatorio de la estrategia. Como explica Julián Domínguez, de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, en este artículo de El País: "Los resultados deben estar integrados en el sistema de vigilancia epidemiológica y actuar en consecuencia a ellos".
¿Lo estarán? Podemos acudir a la experiencia de otros países para saber hasta qué punto los autodiagnósticos son una herramienta real contra el coronavirus. Reino Unido es el mejor ejemplo. El gobierno de Boris Johnson ha sido uno de los más entusiastas en su aplicación, lanzando un programa ("Operation Moonshot") para facilitar los tests de autodiagnósticos masivos en 2021. Hoy Reino Unido entrega pruebas caseras gratuitas a quien lo solicite hasta dos veces a la semana.
Suena muy bien. Pero la práctica ha resultado confusa. Al estar desatados del sistema de vigilancia, el gobierno desconoce el resultado de la mayoría de esos tests. A mediados de junio el parlamento desvelaba que sólo 96 millones de los 691 millones de pruebas repartidas ("lateral fow test") se registraron en el NHS. Un 14%. Ya fuera porque los británicos no los estaban utilizando o porque no estaban compartiendo sus resultados, su efectividad fue baja. Informes internos del gobierno llegaron a rebajar al 10% su tasa de precisión en las regiones con pocos contagios.
Riesgos. ¿Qué pudo suceder? O bien que muchas personas no siguieron el protocolo sanitario en caso de positivo (por una variedad de motivos) o bien que los tests arrojaron resultados equivocados o confusos. Era uno de los temores por parte de los críticos: que los tests aportaran una falsa certidumbre sobre el virus, relajando medidas y duplicando riesgos. La OMS lleva tiempo insistiendo en que las pruebas masivas y de libre acceso estén vinculadas al sistema de vigilancia epidemiológica.
Es decir, que no operen en el vacío.
La tendencia. Otros países también los han acogido con cierto entusiasmo. Estados Unidos y Alemania los ofrecen en los supermercados. En el país germano hubo tal fiebre que se agotaron en cuestión de días. Bélgica sólo los vende en farmacias y sigue recomendando una PCR, al igual que Países Bajos o Suecia. Alemania los incentivó entre las empresas para cribar a sus trabajadores; Francia y Luxemburgo los ha utilizado en profesores. No siempre fueron voluntarios, lo que sumado a su menor precisión neutralizó el impacto teórico de la medida.
El éxito. Hay motivos para defender los tests de autodiagnóstico rápido. Alemania sería el contrapunto de Reino Unido. Su gobierno lleva meses utilizando las pruebas de antígenos gratuitas como "pasaporte social" para un sinfín de actividades. El objetivo es doble: cribar al mayor número de potenciales contagiados posible e incentivar la vacunación (si te vacunas te ahorras el test). Un estudio ha vinculado su desplome de los contagios desde la primavera (del 80%) a la estrategia nacional de pruebas-rápidas.
Eso sí, la clave del éxito habría residido en intervenciones públicas por parte de las autoridades (cribados, centros de pruebas masivos) antes que por la disponibilidad de los tests para uso casero. El hundimiento de los contagios también ha coincidido con el aumento de la tasa de vacunación.
El precedente. España llega así más tarde a una dinámica ya extendida en Europa. Pero sí cuenta con un precedente: Madrid. La comunidad hizo de los tests rápidos en farmacias una de sus banderas a finales del año pasado, frente a la negativa del gobierno central. Los implantó en febrero sólo previo SMS y para los residentes de zonas con una IA muy alta. En mayo, El Confidencial revelaba que sólo el 0,5% de las pruebas de antígenos hechas por Madrid desde entonces se hicieron en farmacias. La mayor parte de la gente optó por los espacios de testeo específicos.
Imagen: Moritz Thibaut/GTRES