Cada cierto tiempo vuelve a saltar el debate. ¿Deben los espectadores que ven películas ideológicamente cuestionables recibir una advertencia que explique el contexto en que se hizo la película? Más allá, ¿deben las personas, jóvenes y mayores, ver obras producidas en regímenes políticos y sociales que despreciamos? ¿Es el arte independiente de sus condiciones de producción o es más importante su capacidad para influir en la mente del espectador?
El último de estos casos fue el de Marina Albiol, eurodiputada española por Izquierda Unida, que denunció formalmente a TVE (en consonancia con la normativa europea) por emitir una película que hacía “apología del franquismo”, Sin novedad en el Alcázar, filme de 1940 con producción italo-española en el que la cámara de Augusto Genina glorificaba el Golpe de Estado de 1936.
En la siguiente lista vamos a mencionar algunas películas de cariz propagandístico y producidas bajo distintos regímenes políticos que, bajo nuestro punto de vista, tienen una calidad cinematográfica que supera con creces los perjuicios que pueda conllevar su condición panfletaria. A discreción del lector dejamos que decida si se anima a separar la ideología del régimen de los valores cinematográficos y humanos que plasmaron en las imágenes sus creadores.
Acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein, 1926)
Es la película revolucionaria por antonomasia. La más popular de esta categoría, pero también una de las más estimulantes a nivel formal. Como algunos sabrán, si el cine soviético de las primeras décadas del siglo hizo avanzar enormemente el lenguaje cinematográfico, Sergei Eisenstein es el mayor inventor en la categoría de montaje, y su influencia posterior es ubicua en la historia del cine. De paso, en el Acorazado Potemkin tenemos el primer ejemplo de “cine de shock” o catastrofista.
Basado en una historia real en la que un motín en la armada naval rusa derivó en protesta y masacre policial, no deberíamos pensar en que por tener casi un siglo o por no tener ningún protagonista principal va a ser aburrida. Esta película es de todo menos eso. Aquí explican sus aportaciones un poco mejor y aquí tienes la famosa secuencia de la escalera de Odessa.
La Diosa (Wu Yonggang, 1934)
La Diosa es una de las películas más celebradas de la época silente del cine oriental, también conocida como la segunda generación. En pleno nacimiento de la industria audiovisual china, un puñado de cineastas cambiaría el estilo fílmico basado en la espectacularidad y la recreación de cuentos populares para pasarse a un realismo social que fomentarían más adelante los países europeos.
Lo que más destaca de La Diosa es Ruan Lingyu, una de las estrellas más queridas del período. El argumento es clásico, una "mujer de mala vida" de Shanghái que con su historia de desgracia personal demostrará la devastación que conlleva el capitalismo (y cómo su única solución pasaba por la revolución social). Pero lo que rapta a sus espectadores, los de ayer y los de hoy, es la actuación de un personaje principal que, en vez de apostar por el histrionismo físico, como tanto prodigaba en el cine mudo, lo hace por unas expresiones contenidas pero llenas de emoción.
Tres cantos para Lenin (Dziga Vertov, 1934)
Un documental con un montaje que retrotrae a la forma en que la música se compone es exactamente lo que proponía el maestro 'kinoki' Dziga Vertov, que siempre se había preocupado por las cuestiones técnicas del cine. Con motivo del décimo aniversario de la muerte de Lenin, la película se estructura alrededor de tres canciones folclóricas que celebran cada uno de los diferentes períodos de influencia del líder soviético en el alma rusa: ascenso, reinado político y muerte.
El argumento principal se disfraza de relato sobre el dirigente bolchevique como todopoderoso protector del pueblo ruso (el cineasta tenía desavenencias con el régimen), pero la mayor parte de los planos remiten al trabajo y el esfuerzo cotidiano de los verdaderos protagonistas de la Revolución, que veían en Lenin un auténtico representante de sus intereses. La técnica y finura rítmica de Tres cantos para Lenin, con ese dominio del montaje, superan con creces los propósitos adoctrinadores.
El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935)
Si sólo se pudiera hablar de una única película hecha bajo un totalitarismo, El triunfo de la voluntad sería la obra más mencionada por la mayoría de aficionados y amantes del cine. Leni Riefenstahl condujo con su cámara una exaltación total de los valores e ideales nacional-socialistas en un contexto crucial en la historia de la humanidad: la Alemania de Hitler de 1934. Unos años después la cineasta elaboraría Olympia, glorificando a la raza aria con motivo de los Juegos Olímpicos de 1936, y en ambos casos la instrumentalización del documental es igual de evidente.
Volviendo con Triumph des Willens, su principal logro es el de transmitir, gracias a la planificación técnica y a su despliegue de medios, la idea de grandeza del pueblo germano como valor cultural absoluto yendo de lo concreto a lo general. En estas casi dos horas se combinan planos detalle, primeros planos o planos generales, definiendo todas las dimensiones del régimen fascista.
De las banderas, pendones y demás símbolos a rostros de bebés y niños. De los hombres y mujeres de sangre pura jaleando al líder a, finalmente, las inmensas masas arropando a Hitler y demás líderes nazis durante sus discursos. Un coro de 700.000 personas apoyando al unísono un régimen xenófobo, gritándole al mundo entero cuál es esa Alemania a la que tendrán que enfrentarse. Los nazis nunca encontraron mejor publicista que Riefenstahl.
La gran ilusión (Jean Renoir, 1937)
El francés Jean Renoir es uno de los grandes del cine, y La gran ilusión una de sus mayores cimas. Puede que ya hubieras oído hablar antes de esta película: es la que motivó a Joseph Goebbels a nombrarla enemigo número 1 del estado germano y a ordenar que todas sus copias fuesen destruidas antes de entrar en el país, tal era el poder de persuasión que el encargado de propaganda veía en este filme.
Lo que la hacía tan peligrosa era el lirismo de sus imágenes, que se erigían como un incontestable alegato antibelicista. Se identifica en La gran ilusión el estilo de naturalismo poético francés o realismo negro, que defendían Renoir y otros cineastas de la época, donde lo importante es poner el acento en los problemas de las personas.
Así que, más que un relato sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial, se traza un análisis de contenida emotividad (casi no notamos la postura ideológica del creador) sobre la universalidad de los sentimientos y de las afinidades y desavenencias humanas. En ella podrás apreciar su tour de force narrativo o los múltiples méritos técnicos de una película en la que se pone en valor la duración de las tomas y la profundidad de campo.
Sin novedad en el Alcázar (Augusto Genina, 1940)
Producción italiana, pero que contó con algo de participación española tanto en el aspecto técnico como artístico, de Sin novedad en el Alcázar sólo nos ha llegado una de sus múltiples versiones (distintas según el país y el año). Aquí seguimos la historia del asedio al Alcázar de Toledo en el que miles de militares del bando sublevado resistieron durante meses al ataque republicano antes de ser liberados por las tropas de Franco.
La película no se limita a fabricar la clásica película de glorificación de un régimen mediante el mero despliegue de medios (que los tiene), sino que intenta ir un poco más allá. En palabras del equipo, "La historia que se reproduce en este filme no pretende referir ningún contenido ni polémico ni político. En realidad, tan solo desea poner de relieve las acciones y reacciones de asediados y atacantes, que se repiten en todas las épocas, desde las Termópilas, en la Antigua Grecia, hasta las contiendas más modernas de Stalingrado y Corregidor". En el trabajo melodramático y en los planos de la película se percibe cierta habilidad narrativa, y por eso se la ha considerado siempre una de las pocas películas salvables (al menos de las más conocidas) de aquel momento de España.
Listen To Britain (Humphrey Jennings, 1942)
El estilo del Jennings se caracterizaba por esa doble vertiente, la de potenciar el lirismo de las imágenes y poner en valor la poesía de lo cotidiano. Bajo esas mismas características elaboró la que está considerada una de las grandes películas de “información pública” de la Segunda Guerra Mundial, un corto de 18 minutos sin apenas narración o exhibición de intenciones políticas que destilaba y magnificaba las actividades de un mundo asediado.
Gracias a Listen to Britain podemos ver y escuchar cómo es la vida en un país en guerra. Escuchamos a los soldados, al tren y a los campos de sobrevolados por Spitfires, pero también al pueblo en sus momentos de festejo. Múltiples retratos del panorama social de un mundo sumido en la desgracia de la guerra. Las autoridades pensaron que el homenaje a la unidad nacional de Listen to Britain podía quedar oculto bajo el peso de su poesía audiovisual.
El arpa birmana (Kon Ichikawa, 1956)
Lo normal al referirse a las películas antibélicas del Japón de la posguerra es hablar de las películas de la saga La condición humana de Masaki Kobayashi. Pero El arpa birmana, basada en una novela publicada unos años antes, se desmarca de aquellas en su defensa de una melancolía, de un cine que podía hablar de las cuestiones bélicas más allá de la violencia o la épica sin dejar de contar una historia desgarradora.
Los momentos más bellos de esta obra sobre el arrepentimiento y la reconversión religiosa de un soldado están vinculados a la música, como medio de comunicación humana universal y pacifista. En una escena, los soldados japoneses, que creen van a ser atacados en cualquier momento por el ejército británico, canta una canción inglesa para disimular. Entonces los soldados del bando contrario se ponen a cantar con estos, en plena armonía, engañados por el truco. Una hermosa reflexión sobre la construcción que hacemos del enemigo.
Estrella nublada (Ritwik Ghatak, 1960)
Si Satyajit Ray es el cineasta hindú más querido por la cinefilia internacional (fuera del potente foco de Bollywood), Ritwik Ghatak es tal vez el que ocupa el segundo puesto. Estamos ante una película que mantiene sus desafíos y su coraje incluso para el espectador moderno. En la Calcuta de finales de los 50 la hija mayor de una familia intenta librar a sus seres queridos del hambre y la pobreza con su sacrificado trabajo como oficinista en la gran ciudad. Pese a ello, son las mismas personas a las que cuida las que la acaban condenando a la miseria. El karma ha quedado desactivado.
Este melodrama es una mirada a las duras condiciones sociales a las que se sometía al pueblo mientras tenía lugar la Partición de la India (que, como se transmite en la película, fue física y espiritual, política en esencia). Gathak, además de un simpatizante marxista, era un maestro de la composición visual y un heredero de las teorías de montaje de Eisenstein.
Soy Cuba (Mijáil Kalatasow, 1964)
Puedes encontrarte esta película en multitud de listas no ya de mejor cine propagandístico, sino de mejores películas a secas, ya que después de su fracaso entre audiencias cubano-soviéticas fue rescatada por los intelectuales norteamericanos 30 años tras su estreno. Muchos de los aficionados al cine quedaron abrumados por la vanguardia técnica de Kalatasow. Por ejemplo, Martin Scorsese nunca ha ocultado la influencia de esta película en su cine.
La obra se centra en cuatro pequeñas historias que exponen las motivaciones del rechazo popular por la dictadura de Fulgencio Batista. La cámara recoge escenas de la isla justo antes de esta importante transición a una sociedad post-revolucionaria. Vagando entre la ciudad y las comunidades campesinas, unas historias de gran expresividad visual recogidas en planos secuencia costumbristas van desvelando las dificultades políticas, ideológicas y económicas (sobre todo económicas) provocadas por la dictadura.
Salmo Rojo (Miklós Jancsó, 1971)
26 planos para este pseudo musical de casi hora y media en la que cada secuencia es una brillante coreografía visual y sonora, como evocando un ritual que exalta el folclore húngaro y la belleza de la región. Considerada por muchos la mejor película de Miklós Jancsó, la obra cuenta con un fuerte aliento poético la rebelión de los campesinos húngaros de fines del siglo XIX contra los terratenientes que los explotan.
La bellísima fotografía y la atenta realización subliman el retrato de los cuerpos enérgicos y sus coros libertarios. En dos palabras, podríamos catalogar Salmo Rojo como la película cumbre del ballet comunista.
La chica de las flores (Pak Hak y Ik Gyu Choi, 1972)
Nada menos que una película adaptada de una obra de Kim Il-Sung, una popular ópera homónima de 1930. La chica de las flores es también importante por ilustrar algunos de los billetes del régimen norcoreano. Es una recreación histórica sobre la ocupación japonesa de y de cómo el ejército humillaba y agredía sistemáticamente al pueblo coreano, motivo que, como vemos en el filme, sólo podía tener como respuesta un estallido social contra los colonizadores que marcara el inicio de la revolución socialista.
Esta es una de las películas más importantes y épicas de la filmografía norcoreana, pero su mérito panfletario se debe también a las capacidades de los realizadores de expresar con enorme emotividad y belleza el contexto de asfixia nacional al que se expusieron durante la ocupación. Como apuntan aquí, no hay tanta distancia como podría creerse entre la Kotpun de La chica de las flores y la Katniss Everdeen de Los juegos del hambre.
How Yukong Moved the Mountains (Joris Ivens, 1976)
Vaya por delante: estamos hablando de 13 horas de documental. Eso es lo que destilaron Joris Ivens y Marceline Loridan junto a su equipo chino entre el 72 y el 74 mientras registraban los últimos días de la Revolución Cultural. La obra está fragmentada en 12 episodios de diversa duración. Se centraron en el pueblo y sus costumbres pasando por decenas de sitios de la geografía nacional, plasmando infinidad de aspectos de la cultura maoísta.
El resultado es una elegía muy realista de un régimen con más luces que sombras (siempre según lo retratado por directores) con una profundidad de detalles que convierte en superficial cualquier otro estudio sobre la cultura comunista. Y lo más importante, las personas. Cómo comen, beben, trabajan, caminan, hablan, vuelve a trabajar, reflexionan, disfrutan… puro materialismo histórico que se confirma como auténtico por la verdad que emana de las imágenes, más allá de las palabras y los discursos.
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