Te tienes que reír. Hoy nos llegaba un estudio sobre los beneficios funcionales del consumo (moderado) del alcohol. Básicamente defendía que, como ya sabemos, el alcohol es un lubricante social. Es decir, produce cáncer, problemas cardiovasculares y trastornos neurológicos, pero, oye, haces amigos.
En realidad, el estudio, como los monólogos, es gracioso porque es verdad. No en su planteamiento (está financiado por una organización dedicada a promover la cerveza tradicional), pero sí en la pregunta central del problema: si el alcohol es tan malo, ¿por qué seguimos bebiéndolo?
La incógnita del consumo social de alcohol
¿Por qué se bebe en la mayor parte de culturas del mundo esté permitido o no? Y, es más, ahora que sabemos que beber es malo (incluso con moderación), ¿por qué seguimos bebiendo? En eso el artículo, pese a sus claros conflictos de interés. sí que nos da algunas claves interesantes. Pero no sobre los 'beneficios funcionales del alcohol', sino sobre qué nos mantiene enganchados a él.
Los investigadores, además de estudiar los datos de las encuestas nacionales de Reino Unido, se fueron directamente a los pubs para estudiar qué pasaba. La ciencia a veces es sacrificada, ya veis. En algunos pubs hicieron encuestas y en otros se 'camuflaron de civiles' y dedicaron horas a medir las conversaciones entre los parroquianos del lugar.
Las conclusiones (de este estudio y de otros tantos) apuntan a que los bebedores sociales tienen más amigos que los que no beben. Y que precisamente por eso reciben más apoyo emocional y se sienten más comprometidos con su comunidad local.
También proponen un mecanismo psicofisiológico (el alcohol está relacionado con neurotransmisores relacionados con el bienestar y la euforia). Pero lo más interesante es la idea de que como muchas otras actividades sociales como la risa, el canto o el baile, el consumo social de alcohol tiene una función muy importante como reforzador de los lazos sociales de una comunidad.
Beber nos convierte en otros
En general, el alcohol nos hace más empáticos, más confiados y atrevidos. Cualidades que en nuestro contexto cultural suelen actuar como facilitador social, pero que en determinadas situaciones son la receta perfecta para el fracaso. Y eso con moderación, con un par de copitas más es una caja de bombas.
Recuerdo que en 2012 Alastair Campbell hizo un reportaje para Panorama, un famoso programa de documentales de la BBC, en el que hablaba de los 'alcohólicos ocultos' de Gran Bretaña. El alcohol conoce muchos ritos y costumbres, demasiados. En el vídeo de Campbell se podían ver bastantes: desde la cerveza después de los trabajadores al acabar la jornada a los altos ejecutivos que beben vino cono si fuera agua en la soledad de sus apartamentos de lujo.
Aquel documental fue como un jarro de agua fría en medio de una borrachera. Yo estaba en Bedford, una pequeña ciudad al norte de Londres, y puedo dar fe que no se hablaba de otra cosa. Toda conversación acababa tratando sobre cómo era posible que el alcohol fuera casi de la familia. Duró un par de días o tres porque ya sabemos la velocidad con la que se queman los temas en esta época mediática, pero la explicación que más aparecía era que, bueno, era normal. Durante muchos siglos no se podía beber agua (por problemas sanitarios) y la gente tenía que recurrir a las bebidas fermentadas (cerveza, vino o hidromiel) para poder saciar la sed sin morir en el intento.
El alcohol en la Historia
Seguro que habéis escuchado esa historia. De hecho, allí mismo, en Bedford, había un museo que la explicaba de forma muy gráfica. Entre otras pocas cosas, Bedford fue la ciudad donde nació y predicó John Bunyan. En el mundo católico es poco conocido, pero su libro "El progreso del peregrino" ha sido un best-seller histórico en el mundo anglosajón y sus aledaños.
En la iglesia donde predicaba tienen un pequeño museo que recrea como era el Bedford del siglo XVII. Y entre legajos, hornos y copias de 'el Progreso del Peregrino' tenían los aperos antiguos de los maestros cerveceros. Según explicaban, durante muchos años y en muchos lugares, no se podía beber agua. En cada sorbo de agua que no provenía de un yacimiento limpio había suficientes bacterias como para matar a un regimiento.
En aquel pequeño museo inglés, se podía ver una recreación del proceso de fabricación de la cerveza que bebían los hombres, pero también de la cerveza que bebían las mujeres y los niños (más suave y, según me dijeron, aunque no sé cómo lo sabían, más ligera).
O, mejor dicho, en las historias
Es una buena historia y explica por qué el alcohol ha formado parte de nuestra cultura. Una pena que, en fin, sea mentira. Es una historia que nadie sabe muy de donde ha salido y que persiste sin ningún tipo de argumentos historiográficos. Pero, al modo de las novelas de ciencia ficción, nos permite entender el papel que tiene aún hoy el alcohol en nuestra vida.
Porque lo curioso es que, aunque los efectos psicofisiológicos de los que hemos hablado son innegables, sin la cultura no explican prácticamente nada. Nos contamos que el alcohol nos hace perder el control y que está dentro de nuestro mundo porque es una tradición casi milenaria, pero como explica la antropóloga Kate Fox a menudo eso son solo justificaciones.
Bebemos socialmente para permitirnos ser más sociables, más atrevidos, más empáticos. Bebemos socialmente para permitirnos hacer cosas que la norma social no nos dejaría hacer, para desinhibirnos, para huir de la sobriedad de la vida. En el fondo, el alcohol es solo una excusa que usamos para comportarnos de otra manera.
Los bebedores sociales solo se explican por eso, por la sociedad
Hay numerosos experimentos (y, como dice Fox, numerosas evidencias transculturales) que muestran que si la gente piensa que está bebiendo alcohol se "comporta de acuerdo con sus creencias culturales sobre los efectos conductuales del alcohol". Aunque no lo esté haciendo.
La idea es mucho más sutil de lo que podría parecer a simple vista: No bebemos para emborracharnos o, al menos, no sólo para eso. Bebemos para justificar un comportamiento que solo podemos justificar de esa manera.
Eso sí, es algo bastante instalado en nuestra cultura y, por alguna extraña razón, sostiene Fox, la bebida justifica comportamientos que no tienen nada malo, pero que en condiciones normales son sancionados socialmente. Pero la realidad es que ningún "beneficio funcional" explica que seamos bebedores sociales. Lo explica una sociedad que lleva mucho tiempo usando la bebida para llevar una segunda vida.
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