"Meteorito". La mera palabra evoca catástrofes pasadas, y se asocia a eventos excepcionales relacionados con la exploración especial y la ciencia ficción. En realidad no nos son tan ajenos. Miles de meteoritos cruzan la atmósfera terrestre todos los años, y algunos de ellos son tan grandes y poderosos que, al chocar contra ella, se transforman en enormes bolas de fuego. Es un fenómeno no común, pero tampoco extraordinario, que los vecinos de Valencia, Cuenca y Madrid, entre otras localidades, pudieron observar esta semana. Sí, los meteoritos tienden a pasar por nuestras cabezas, también en España.
Por lo general, no sucede nada. Los impactos son ocasionales, y la mayor parte de ellos son muy pequeños. Sin embargo, de vez en cuando objetos más grandes se introducen en la atmósfera, precipitándose de forma rápida hacia la superficie. Algunos estallan antes, a escasos kilómetros de la superficie. Esos fenómenos, conocidos como bólidos, sí son peligrosos, como los vecinos de Chelyabinsk pudieron experimentar en 2013: el estallido de una enorme bola de fuego provocó más de mil heridos, por su onda expansiva.
Ayer supimos que otra bola de fuego (y explosión) similar tuvo lugar en la Tierra. Nadie la vio, sin embargo, de modo que no hubo que lamentar heridos ni pérdidas materiales. ¿Por qué? El evento ocurrió varios miles de kilómetros océano Atlántico adentro. La NASA lo ha reportado hoy. Pese a que ha sido inocuo y tan sólo percibido gracias a las estaciones de seguimiento de la agencia, el estallido, a 31 kilómetros del mar, habría liberado una energía comparable a la detonación de 500.000 tonaladas de TNT. Es mucho.
Los superbólidos son fenómenos ocasionales y muy interesantes que llevan siendo investigados y trazados por los científicos desde hace décadas. No están registrados todos, porque no todos se ven, pero sí una gran mayoría de ellos. Desde hace un tiempo, la NASA recopila sistemáticamente las bolas de fuego más importantes que entran en la atmósfera todos los meses. Se puede observar aquí. Sólo en 2016 llevamos cuatro, aunque de desigual importancia. Al fin y al cabo, no todos los días se repiten los sucesos de Tunguska.
En Rusia tú te estrellas contra los bólidos
Aún hoy es un hecho fascinante. Tuvo lugar a finales de junio de 1908, en una remota región siberiana tan sólo habitada por pastores tungus. Nada que nadie hubiera podido percibir, al fin y al cabo, de no ser por las dimensiones del bólido y de la explosión: con 80 metros de diámetro, no se empotró contra los bosques de la tundra, sino que estalló a sólo 8 kilómetros de altitud. La deflagración fue tal que dejó desolado el paisaje a 60 kilómetros a la redonda. Pese a las técnicas primitivas, se dejó sentir en diversas estaciones meteorológicas y sísmicas de Europa y de Estados Unidos.
Cuando años después se investigaron los hechos, el equipo allí enviado se encontró el escenario de la explosión más o menos tal y como el superbólido la había dejado. Se tomaron fotografías que, pese a su pobre calidad, dan pistas:
Durante casi un siglo, los científicos han debatido sobre las causas del evento de Tunguska. Tras diversas investigaciones, se ha llegado a la teoría actual, esbozada más arriba. Sin embargo, continúa siendo objeto de polémica y de preguntas que aún no tienen respuesta. En 2008, un grupo de investigadores de la Universidad de Bolonia afirmó haber descubierto un lago, el lago Cheko, cuyos orígenes debían trazarse a partir del bólido de Tunguska. Esto implicaría que el meteorito sí habría chocado contra la superficie, creando primero un cráter y luego un lago. No es una teoría que goce de unanimidad.
Las dimensiones del bólido de Tunguska no se han repetido. Si los acontecimientos hubieran sucedido en alguna región muy poblada, las consecuencias habrían sido trágicas. Para el caso que nos ocupa, la concentración poblacional de la humanidad favorece que los bólidos exploten en territorios remotos y poco habitados. No siempre es así. Como hemos visto, también en Rusia, aunque al sur de los Urales, otro bólido cruzó los cielos para evaporarse poco antes, dejando un brillante rastro tan luminoso como el sol.
Hablamos, de nuevo, del bólido de Chelyabinsk. Es la segunda bola de fuego más importante de la que tenemos registro desde el evento de Tunguska. En ambos casos, estalló antes de tocar suelo, aunque sí se lograron recuperar pedazos del objeto de Chelyabinsk que llegaron a los alrededores del lugar de los hechos. Su energía liberada fue menor a la de Tunguska (cien veces Hiroshima), pero la suficiente como para romper los cristales de miles de edificios y paralizar la región y la ciudad homónima, de un millón de habitantes.
De Chelyabinsk hay fotografías:
Y vídeos:
Cuesta hacerse una idea de lo que debió suceder en Tunguska. Asusta hacérsela, en realidad.
Otros bólidos de nuestra historia reciente
En España, como ya hemos visto, hemos tenido varios durante los últimos días. La ha detectado el Observatorio de La Hita, en la provincia de Toledo. Al parecer, el bólido en cuestión era más brillante que la propia luna, y cruzó la península a alrededor de las 06:45 del 23 de febrero. Con anterioridad, otras bolas de fuego se habían paseado ufanas por nuestros cielos tanto el día 19 como el día 21. Aunque de menor tamaño, algunas de ellas explotaron a alturas tan bajas como 30 kilómetros, generando notables llamaradas.
Han sido eventos de menor calado.
Avistamientos semejantes y más importantes son tan antiguos como el propio evento de Tunguska. En 1919, por ejemplo, The Washington Times escribía sobre una impresionante bola de fuego desarrollada sobre las cabezas de los habitantes del sur de Michigan y el norte de Indiana. La crónica habla de toda clase de inconvenientes: brillantes destellos, ruidos tan esordecedores como un trueno e incluso templores en la superficie, lo que indica que impactó. Causó bastantes daños a diversas propiedades de la región.
En Brasil tuvieron su propio Tunguska. Sucedió en 1930, en Curuçá. La fuerza de la explosión de la bola de fuego, sin embargo, fue bastante menor. Se cree que pudo haber creado un cráter de un kilómetro de largo, aunque no está definido. Al igual que el caso de Tunguska, el evento de Curuçá sucedió en lo más profundo de una región remota, la selva amazónica, y no fue estudiado, y aún escasamente comprendido, hasta varias décadas más tarde. Aquí se puede leer un detallado relato sobre lo sucedido y lo que se sabe.
Por último, dos ejemplos que se cuentan entre los más violentos registrados hasta la fecha. El primero tuvo lugar en el Mediterráneo oriental, en 2002, entre Libia y Creta. No se pudo recuperar ningún fragmento, pero la explosión fue poderosísima, semejante a la de una bomba nuclear. ¿Problema? Que las relaciones entre Pakistán y la India, siempre conflictivas, estaban entonces al borde de la tragedia. Tanto fue así que un general del ejército estadounidense escribió poco después que, de haberse producido la deflagración de la bola de fuego en los alrededores de ambos, podría haber sucedido lo peor.
El segundo, y último en nuestro particular repaso, tuvo lugar en Indonesia, en la isla de Sulawesi. Fue en 2009, y hasta la llegada de Chelyabinsk, el superbólido más cercano a nuestro tiempo. Pero Rusia, aquí, ostenta todos los récords.
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