Descontando los reductos más inhóspitos de Oriente Medio, superar los 40º C es motivo de asombro en la mayor parte del mundo. Muy en especial si el hito se produce en latitudes asociadas a temperaturas más bien frías. Ha sucedido esta semana: una pequeña localidad siberiana al norte del Círculo Polar Ártico, Verkhojansk, ha registrado 48 ºC. Se trataría del récord histórico del país (Rusia), de la región y, desde nuestra cómoda silla en Europa Occidental, una cifra mareante.
Por el lugar (Siberia) y por la dimensión. Sucede que no es real.
La diferencia. O al menos inexacta. Muchos medios han escamoteado del titular una información crucial: la temperatura fue registrada en el suelo. No en el aire. Esto es infrecuente. Cuando los partes meteorológicos nos hablan de las temperaturas previstas para cada día hacen referencia a la temperatura del aire. Todas las estaciones miden a un puñado de metros sobre la superficie. En la práctica, se trata de la temperatura que nosotros vamos a percibir cuando salimos a la calle.
No del suelo. Hay otras temperaturas medibles en el planeta, como es lógico. Una de ellas es la del suelo, de especial importancia para jardineros, agricultores y otras profesiones. La temperatura registrada en Verkhojansk informaba sobre el suelo, no sobre el aire. Esto explica lo extraordinario de la cifra: en verano y durante las horas diurnas es habitual que el suelo registre hasta diez o veinte grados más que el aire. Por la noche, cuando la tierra libera el calor absorbido durante el día, el registro desciende en ocasiones hasta quedar por debajo del aire.
¿Entonces? Entonces ningún buen ciudadano de Verkhojansk salió a la calle ayer y se topó 48º C . Las estaciones meteorológicas de la zona registraron un pico máximo de 31º C. Es calor para los estándares del Círculo Polar Ártico, pero no es una temperatura que llene titulares. ¿El mapa de Copernicus muy compartido durante las últimas horas y que muestra una Siberia hundida en el fuego del calentamiento global? Muestra cifras de las temperaturas a ras de suelo. Importantes, pero no del todo útiles.
Es grave, no obstante. Lo es por las particularidades del Ártico. Como hemos contado en alguna ocasión, el suelo congelado (permafrost) en las latitudes más septentrionales de Rusia y Canadá contiene infinidad de CO2 y metano acumulado y encapsulado durante milenios. Es una bomba de relojería. Y la cuenta atrás ya ha comenzado. Esos 48º C escasamente terroríficos para nuestra sensación de calor se convierten en una pésima noticia para el futuro del planeta (y por extensión para el nuestro). Temperaturas así son cada vez más frecuentes en Siberia.
Más calor. Que los ciudadanos en los rincones más al norte de Siberia no estén sufriendo temperaturas lindantes en los 50º C no debería minusvalorar que cada vez hace más calor. Europa sabe que los inviernos se están haciendo cada vez más suaves y más cortos (aunque haya tormentas de frío y nieve ocasionales, como siempre); Oriente Medio ya no es ajena a récords de 54º C. Y Siberia sabe muy bien que sus olas de calor son cada vez más frecuentes y más brutales (38º C aéreos el año pasado), tanto en verano como en invierno (28º C en primavera).
No por repetido deja de ser alarmante: 2020 fue el año más cálido de siempre. El anterior, 2016. Los inmediatamente posteriores, 2015, 2017, 2018, 2019. ¿Hay cierto patrón, verdad?
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