Silos subterráneos, temporales o reciclaje: así solventan otros países sus residuos nucleares

España no contará a corto plazo con un nuevo cementerio nuclear en Villar de Cañas, Cuenca. Lo ha manifestado Teresa Ribero, ministra de Medio Ambiente y Energía, poniendo punto y aparte al largo proceso de aprobación y construcción del silo. Era una posibilidad tangible desde la abierta hostilidad del nuevo gobierno socialista a la energía nuclear, manifestada por la propia Ribero en multitud de ocasiones previas y expresada en su cierre paulatino de todas las centrales para 2028.

¿Pero en qué consistía el cementerio hoy paralizado? Los planes para su levantamiento datan de hace ocho años, cuando Plan General de Residuos Radiactivos anunciaba la existencia de un Almacén Temporal Centralizado. Escogida la localización (un pequeño municipio conquense en un espacio de baja densidad demográfica), los planes jamás se concretaron. Ni los plazos ni la dotación presupuestaria final ni el informe de viabilidad ambiental. Siempre fue un supuesto.

Hoy tan siquiera lo es. La única realidad para la gestión de los residuos radioactivos se encuentra en Córdoba, en el municipio de El Cabril (gestionado por Enresa). Su capacidad es limitada y está cerca de su límite máximo. La circunstancia motivó originalmente la puesta en marcha del cementerio de Villar de Cañas. Ahora, la decisión de Ribera obligará a las centrales nucleares a seguir utilizando sus propios silos al lado de sus instalaciones (ante su cierre previsto y progresivo).

El problema para las centrales nucleares españolas es acuciante: pese a su lenta desaparición, aún tienen hasta diez años por delante de actividad, lo que implica seguir produciendo peligrosos residuos radioactivos que necesitan una salida. Al mismo tiempo, tanto en El Cabril como en la provincia de Cuenca ha habido movimientos contrarios a la ampliación o a la mera existencia de los silos, al considerarse un riesgo para las poblaciones locales. Nadie los quiere, pero son necesarios.

¿Cómo solventan la papeleta en otros países del mundo? Hay ejemplos diversos, especialmente en un tiempo de recelo hacia la energía nuclear motivado por la conciencia medioambiental y, sobre todo, el accidente de Fukushima de 2011. Son pocos los países que aún apuestan decididamente por la energía nuclear de cara al futuro, pero todos, sin excepción, necesitan lidiar con sus recursos. Una gestión compleja para la que España ha optado por una alternativa a corto plazo.

Así operan otros países.

Países Bajos y COVRA

El modelo original que planteaba el PGRR para Villar de Cañas era muy similar al empleado por Países Bajos en Vlissingen, en la región de Zeelanda. Se trata de un espacio de almacenamiento temporal de residuos nucleares. El material radioactivo sobrante producido por la única central nuclear del país (en Borssele, mismo municipio que Vlissingen) se envía primero a La Hague para su reprocesamiento y posteriormente se almacena en un gigantesco silo que ocupa 20 hectáreas.

Su gestión corre a cargo de COVRA, la empresa nacional que también se hace cargo de otros residuos radioactivos menores producidos en la industria o en los hospitales. En teoría, están ahí de paso hasta que el gobierno de Países Bajos tome una determinación concreta. En la práctica, el almacén tiene espacio sobrante para material radioactivo durante los próximos cien años. No es un problema acuciante para las autoridades y no hay plan para construir un cementerio fijo.

Francia y el problema subterráneo

Por sus características, el caso francés es el más interesante. El país produce tres cuartas partes de su electricidad a través de sus seis decenas de centrales nucleares, lo que genera una ingente cantidad de material radioactivo. No hay ningún otro estado que se asemeje a su mix energético. Hasta ahora, Francia ha lidiado con su especial particularidad reciclando el material sobrante en combustible o habilitando espacios de almacenamiento temporales en las centrales.

Desde 1991 el estado francés cuenta con un plan para construir un cementerio subterráneo permanente de residuos nucleares (los más longevos y peligrosos, como el neptunio 237). Se escogió la comuna de Bure, a 300 kilómetros de París, por sus características geológicas. Desde entonces, un laboratorio de investigación bajo tierra ha inspeccionado el terreno, elaborando informes de viabilidad para la futura construcción del silo (compleja y cara).

A mediados de la pasada década se dio el visto bueno definitivo para el inicio de las obras. Originalmente previstas para este mismo año, se aplazaron a 2025. Conocido como Cigéo, el proyecto enterraría de un plumazo los numerosos residuos de Francia.

El modelo de Suecia

Desde principios de los ochenta el gobierno sueco obliga a las propias concesionarias de las centrales nucleares (Vattenfall, la operadora pública, y otras tres privadas) a gestionar sus propios residuos. Lo hacen a tres niveles. El primero en las propias instalaciones, donde los restos quedan almacenados por un año; el segundo, en un barco, el MS Sigyn, que los transporta para su posterior reciclaje o destrucción; y el tercero en dos almacenes distintos.

El más importante es Forsmark, y está gestionado por el conglomerado de compañías energéticas suecas (Svensk Kärnbränslehantering Aktiebolag). Lleva en funcionamiento desde 1988 y se encarga de los materiales de baja o media radioactividad que no son destruidos en y reciclados en la central de Studsvik. El otro está en Oskarshamn, y sirve de mediador temporal (por un plazo máximo de treinta años) a la espera de que el gobierno sueco construya otros silos permanentes.

Japón post-Fukushima

Tradicionalmente, Japón había sido una de las grandes potencias nucleares del planeta. El accidente de Fukushima lo cambió todo y provocó el apagón nuclear generalizado en el país. Hasta entonces, Japón había optado por el reprocesamiento de su combustible nuclear, una técnica que ahorraba enterrar y almacenar los residuos nucleares y que permitía recuperar parte de los residuos para su futura utilización. El principal problema era la inversión: es una práctica muy cara.

Fukushima en 2007. (iaea/Flickr)

Desde principios de la década pasada Japón ha intentado diseñar un silo subterráneo que reúna las condiciones necesarias para enterrar y guardar sus residuos nucleares. Para ello creó NUMO, una agencia estatal destinada a encontrar un lugar idóneo. Envió la información del posible cementerio nuclear a más de 3.000 prefecturas pero no obtuvo respuesta alguna (en 2006). Fukushima lo empeoró todo, y para 2013 el gobierno asumió que tendría que elegir un punto de forma unilateral.

¿El problema? El escaso entusiasmo popular. Un informe posterior desvelaría la imposibilidad de encontrar un punto geológico realmente seguro en alrededor de 100.000 años por las particularidades sísmicas de Japón, muy inestables. Entre tanto, el país sigue reprocesando residuos nucleares a precio de oro.

Finlandia y su silo de 100.000 años

Japón aún no ha hallado una localización; Países Bajos no espera iniciar las obras hasta dentro de un siglo; Francia cuenta con el proyecto aprobado, pero aún no ha comenzado a cavar; y Suecia disfruta de alternativas viables a medio plazo. La nación que más lejos ha llegado en la búsqueda de un silo subterráneo que encapsule el material radioactivo durante varios milenios es Finlandia. Los trabajos llevan varios años en marcha y se espera que finalicen alrededor de 2020.

Las obras en Onkalo. (Kallerna/Commons)

La localización es próxima a una de las cuatro centrales nucleares del país (Finlandia produce un tercio de su energía por esta vía), en Onkalo, tras una ley aprobada por el parlamento finlandés en 1987. La legislación sigue la vía sueca, obligando a las dos empresas nucleares nacionales (Fortum y Teollisuuden Voima) a buscar un almacén permanente sin la posibilidad de importar o exportar residuos nucleares (para su reprocesamiento). Resolvieron el dilema pronto.

El silo de Onkalo se incrusta en roca ígnea a más de 500 metros de profundidad y las más de 6.500 toneladas de residuos. Casualmente, el plan finlandés se vale de la tecnología ya empleada en Suecia para enterrar los residuos de forma permanente, consistente en varias cápsulas cilíndricas compuestas por cobre y bentonita. Estas sí deberían durar 100.000 años.

Imagen: Gérald Buthaud/Sunset/GTRES

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