No todas las aventuras tienen que resolverse con éxito para convertirse en épicas. Ocurrió con la conocida como Transantártica Imperial, la expedición que partió de Inglaterra en agosto de 1914 bajo las órdenes del explorador Ernest Shackleton con un propósito descomunal y no apto para corazones débiles: atravesar la Antártida, desde Vahsel, en el Mar de Weddell, hasta la isla de Ross, al otro extremo.
Debido a las duras condiciones del Polo Sur, el buque Endurance acabó atrapado entre el hielo y Shackleton vio cómo sus planes se complicaban hasta arrastrarle a una auténtica gesta que llevó su aguante y el de sus colegas a una cota límite solo alcanzable entre témpanos, temperaturas glaciares y un agotamiento extremo.
La hazaña del explorador sirvió también para algo que él probablemente no sospechaba siquiera: acuñar la expresión "factor o síndrome del tercer hombre". Bien conocida por los alpinistas y que supone, aún hoy, un fenómeno fascinante.
"¿Quién es el tercero que camina a tu lado?"
El fenómeno lo describió Shackleton cuando recordaba los durísimos dos días y medio durante los que avanzó —junto a Frank Worseley y Tom Cream— hacia una estación ballenera situada en la costa norte de Georgia del Sur. El grupo caminó 36 largas horas entre unas condiciones pésimas, sin apenas material y esquivando la muerte. Sobre sus hombros cargaban además la responsabilidad de tener que ayudar al resto de sus compañeros de la malograda Trasantártica Imperial.
Por la desolada Antártida vagaban solo los tres, Ernest, Frank y Tom, aunque si alguien les hubiera preguntado cuántas personas componían aquella desesperada comitiva es probable que respondieran algo distinto: que con ellos iba otra persona, un cuarto integrante, sin nombre, sin rostro... pero innegable.
"Sé que durante esa larga y tormentosa marcha sobre montañas y glaciares sin nombre, a menudo me parecía que éramos cuatro, no tres", escribió el explorador. Aquella sensación común, precisa The Guardian, embargó a los tres hombres que emprendieron el viaje: la presencia de un "cuarto" que los acompañaba.
Semejante expresión debió de sorprender al poeta T.S. Eliot, quien tiempo después, en 1922, tras leer el relato de Shackleton, recogía la idea para plasmarla en su popular poema The Waste Land: "¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado? Cuando cuento, solo estamos tú y yo juntos, pero cuando miro hacia adelante en el camino blanco siempre hay otro caminando a tu lado".
La licencia de Eliot, que cambió "el cuarto" hombre de Shackleton por un "tercero" tuvo éxito y desde entonces solemos hablar del "síndrome del tercer hombre" para referirnos a eso: la sensación de un compañero fantasma, una presencia que en cierto modo reconforta a personas que afrontan una sensación límite.
Shackleton no fue el única en describirla. Varios años después de su muerte, en 1933, Frank Smythe, británico y explorador al igual que él, relataba una vivencia similar mientras intentaba coronar la cima del Monte Everest. "Todo el tiempo que estuve escalando solo tuve la fuerte sensación de que estaba acompañado por una segunda persona. Era tan fuerte que eliminó por completo toda la soledad que de otro modo podría haber sentido”, escribía el explorador en su diario.
Tan vivida era la sensación que, explica Smythe, en un momento del ascenso rebuscó en su bolsillo, sacó un pedazo de Kendal Mint Cake, lo partió y se giró para ofrecerle una de las mitades a aquel compañero que tan próximo sentía.
No vio a nadie, claro.
No hay que remontarse tanto en el tiempo. Ni tan lejos. El montañero madrileño Fernando Garrido escribía en su cuaderno la sensación que le embargó cuando, a principios de 1986, pasó más de dos meses en la solitaria cumbre del Aconcagua, a casi 7.000 metros, para lograr el récord de supervivencia en altitud.
"Hoy, como otras veces, me he despertado con la sensación de que había alguien fuera, junto a la tienda. ¿Ha pasado allí la noche? ¿Por qué no me habrá llamado para que lo dejase entrar? [...] —relataba el montañista en declaraciones recogidas por el El Confindencial— ¡Es mi hermano, mi hermano Javier! ¡Javi, despierta, venga, despierta! Lo vuelvo hacia mí. Está muerto, su cabeza es una calavera".
Sobre el fenómeno se han escrito un buen puñado de artículos y referencias, algunos en medios del alcance de The Guardian o NPR, y en 2008 el escritor John Geiger llegó a dedicarle un libro monográfico, ‘The Third Man Factor: Surviving the Impossible’ tras pasarse un lustro rastreando historias parecidas.
Más complicado que recopilar experiencias resulta sin embargo darles una explicación plausible. Hace años, durante una charla con el periodista Guy Raz, de NPR, Geiger relataba que hay quien recurre a la espiritualidad, si bien él insiste en que el síndrome puede explicarse por "una ciencia sólida". "Muchos escépticos y no creyentes han tenido esta experiencia y la atribuyen a otras causas", reivindica el autor, que en su volumen recoge incluso el caso de un superviviente del 11S.
En 2009 Geiger apuntaba explicaciones como reacciones bioquímicas o simplemente fallas en la actividad cerebral. "Si entendemos que el factor del tercer hombre es parte de nosotros, como lo es la adrenalina... entonces podemos acceder a él más fácilmente. No es una alucinación en el sentido de que las alucinaciones son desordenadas. Esta es una guía muy útil y ordenada", reflexionaba.
Hace años los investigadores Ben Alderson-Day y David Smailes comentaban el fenómeno y explicaban que "los fuertes sentimientos de presencia" no se dan solo en circunstancias dramáticas. Se han registrado casos después del duelo, durante la parálisis del sueño o en casos de trastornos neurológicos, como la enfermedad de Parkinson o cuadros de daño cerebral. "Los diferentes contextos en los que ocurren nos dan algunas pistas sobre qué podría estar sucediendo", zanjan.
"Comprender más acerca de cómo y por qué ocurren las presencias sentidas tiene el potencial de decirnos muchas cosas sobre nosotros mismos: cómo reaccionamos bajo un intenso estrés mental o físico, cómo lidiamos con el peligro y la amenaza, y cómo reconocemos la forma y la posición de nuestro propio cuerpo".
"Una cosa que también puede hacer es arrojar luz sobre otras experiencias inusuales que son difíciles de entender", zanjan los expertos en su artículo de 2015: "El tercer hombre no solo nos habla de nuestras mentes o cuerpos; nos ofrece una forma de ayudar y comprender a los demás, como lo hizo con Shackleton".
El paso del tiempo no ha hecho el fenómeno más fascinante, ni le ha restado interés para los expertos, que trabajan por ejemplo para conocer mejor peligros que acechan a los alpinistas más allá de los glaciares, las ventiscas o las simas, amenazas que están en su propia cabeza, como la psicosis por altura aislada.
Imágenes: Mountainarious (Unsplash), Wikipedia/National Library of New Zealand y Inspire Toud (Unsplash)
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