Ha sido cuanto menos irónico: esa misma élite mundial que se reunía en la COP26 de Glasgow para actualizar sus acuerdos de emisiones mundiales e intentar ponerse de acuerdo con los objetivos a seguir cogía hasta 400 jets privados para acudir a la cumbre, según un artículo de The Daily Mail.
Se han difundido estos días bastantes casos particulares, como el de Boris Johnson, que al terminar una de sus conferencias tomó un avión personal para acudir a una cita en Londres para cenar con un negacionista climático. Joe Biden habló de “su intención de recuperar todo el terreno perdido ante el cambio climático por su predecesor Donald Trump” tras llegar él y su séquito en cuatro aviones (entre ellos el Air Force One), un helicóptero y una comitiva de 26 vehículos. "Von der Leyen usó su jet privado para hacer solo 50 kilómetros".
Según las estimaciones a la baja del tabloide británico, los aviones privados en la COP26 podrían haber aportado 13.000 toneladas del CO2, el equivalente a las emisiones de 1.600 británicos en un año, representando el 85% del total de emisiones del evento.
Por todo esto está aumentando el runrún a favor de que los mandamases hagan un gesto que no sólo serviría como un muy necesario ejemplo de compromiso de los superpoderosos con los sacrificios climáticos que tendremos que hacer todos los ciudadanos del mundo en los próximos años, sino también como una medida que, según los expertos, eliminaría el que “probablemente sea el peor gesto que puedas tomar hoy en día por el medio ambiente”: prohibir, sin medias tintas, los vuelos en jets privados. Punto.
Midiendo el impacto que una prohibición de los vuelos privados podría tener al conjunto de emisiones del planeta
Se estima que la aviación comercial produce en torno al 2% de las emisiones globales de CO2 y el 12% del total de la porción de transportes (frente al 74% del tráfico rodado).
Si se producen entre 80.000 y 110.000 vuelos comerciales cada día (ya se sabe, la pandemia ha cambiado mucho la foto), se estima que el número de vuelos en jets privados varía entre 10.000 y 11.500 al día, siendo además en aviones por lo general más viejos (y por tanto menos eficientes), vuelos que en muchos casos van medio vacíos, y si especialmente proclives ha hacer viajes de 500 kilómetros de distancia, el mismo tipo de vuelo que ya se anda tanteando prohibir en media Europa para viajeros corrientes. Así, la contaminación promedio de sus viajeros es entre 5 y 14 veces mayor que la del viajero comercial, y 50 veces la del viajero en tren.
Hay casi tanta flota de aviones comerciales (26.000) como privados (22.000). También sabemos que apenas un 1% de los viajeros de avión son los causantes del 50% de las emisiones de la aviación mundial. Además, ni siquiera todos los ricos caen en estos hábitos: con cifras de EEUU, responsable de la inmensa mayoría de vuelos privados, apenas 100.000 viajeros se decantan por este consumo frente a. 1.5 millón de personas que, dados sus ingresos, podrían permitirse vuelos charter, según McKinsey.
¿Entonces quién es el supercontaminante? Los políticos de primer nivel, sí, pero sobre todo las superestrellas. El “que coman pasteles” del siglo XXI son Alex Rodríguez, Post Malone o Darke en sus juergas en el aire, cuyos asistentes contaminan en un solo vuelo lo mismo que un norteamericano anualmente. Como hemos visto, es muy posible que de ese 2% de emisiones planetarias de CO2 por los aviones un 1% provenga de un puñado escasísimo de personas. Se trata de un lujo no sólo obsceno, sino inadmisible dado el grado de emergencia climática en el que nos encontramos.
¿Y hay planes por hacer algo? Después de cambiar el borrador del último plan de Bruselas, la Comisión Europea ha declarado que la exención del impuesto a los combustibles contaminantes en la aviación privada tiene los días contados. Pero nada de prohibirlos. Por el momento, quien más se ha acercado a plantear este compromiso político es el partido laboralista británico, pues lleva esta propuesta en su programa electoral. Y ya.