Unos de los sucesos más destacados de la actualidad informativa de la semana pasada fue el caso de Juan Luis de Soto, el hombre que perdió su DNI en 2019 y al cabo de dos meses unos ladrones usaron su documento para comprar tres coches y pedir ocho créditos al banco. Le costó Dios y ayuda demostrar que estaban suplantando su identidad. Tras los ladrones se destapó toda una mafia especializada en este tipo de delitos. Como demuestran los frecuentes avisos de la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD), es un tipo de estafa nada extraña, ni en nuestro país ni en otros países de todo el mundo.
Ello ha llevado a estudiosos como el psicólogo Guido Corradi, a decir que “la identificación por foto es una medida del siglo pasado”, una afirmación que respalda con una batería de estudios revisados por pares de los últimos años que corroboran que, a pesar de que lo vemos como un proceso inocuo, dada su ubicuidad y la naturalidad con que lo aplicamos en nuestro día a día, es un importante agujero de seguridad ciudadana y financiera: “Tenemos pruebas experimentales de que a) somos malos reconociendo fotos y caras; b) creemos que no lo somos; c) la práctica habitual (aduaneros, bancos, etc) empeora nuestro reconocimiento”, cuenta Corradi.
Un trabajo de la Universidad de Louisiana muestra que la comparación de caras para pasaportes y DNIs es altamente falible, con “tasas de error de entre el 10 y el 20% en condiciones ideales de replicabilidad”, cosa que, advierten, no se da en el mundo real cuando hay que hacer este tipo de revisiones faciales, cuando puedes tener enormes colas de gente y procesas 200 o 300 rostros en un día.
Además, según sus pruebas, si se intentaba casar la foto de alguien con otra foto (por ejemplo, la de un DNI con la imagen digital de una cámara de seguridad) repetidas veces, los encuestados eran más proclives a ser suspicaces con la imagen y a reportar en mayor grado la no coincidencia. Pero si el objetivo a analizar era infrecuente y no pasaba muchas veces por el sistema, los encuestados obtenían mayores tasas de error, en torno al 40%, incluso aunque los encuestadores les repreguntasen si estaban seguros de su elección.
Un trabajo posterior de la misma Universidad fue un poco más allá: se analizó el desempeño de tres grupos: 800 notarios colegiados, 70 empleados de la caja del banco y 35 estudiantes universitarios. El plan era comprobar qué efectos podía tener la veteranía. Spoiler: ninguno, o mejor dicho, ninguno bueno. La mayor correlación de éxito no la obtuvieron los que tenían más experiencia, al revés: la única correlación relevante que se produjo en todas las pruebas fue que, cuanto más joven fuese el sujeto encuestado, mayor porcentaje de éxito, según los investigadores tal vez porque la disminución cognitiva sí sea un factor determinante ante esta tarea.
Esto quiere decir que la experiencia laboral en el campo del reconocimiento facial no ayuda a reconocer mejor los casos de robo de identidad. Los de Louisiana reconocen que en trabajos previos se ha demostrado un campo donde sí servía la experiencia: los examinadores forenses al parecer sí lo hacen mejor que los novatos, pero esto es así porque estos trabajadores sí reciben una formación satisfactoria en la comparación de imágenes y tienen mejores condiciones para analizar las caras de los sujetos, mientras que en empleos como notaría, vigilantes de seguridad y aduanas, que trabajan en entornos rápidamente cambiantes, la única formación que se da es la de la experiencia vital (que, como hemos visto, no es de ninguna ayuda).
De hecho, podría suceder que esta práctica laboral sea contraproducente: cuando hay una fraudulenta suplantación de identidad por un erróneo reconocimiento facial, el empleado no se entera nunca o casi nunca de que ha cometido ese error (el estafador no va a advertirle de su equívoco), y por eso no recibe nunca señales de que esta es una tarea complicada ni de que la está desempeñando mal, lo que puede llevarle a confiarse.
En casi todos los estudios los científicos reconocen que hay un tipo de persona, los “superidentificadores”, que son muy buenos evaluando caras y lo son de manera constante a lo largo de sus vidas. Es gente que tiene ese talento, pero ese talento muchas veces no forma parte de las aptitudes evaluadas para acceder a esos puestos donde tanto han de practicarla.
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