Soy gris sexual: la identidad que está contribuyendo a difundir una nueva escala en nuestra sexualidad

Carne o pescado. No hace tantas décadas esta era la forma de definir tus apetencias sexuales, dependiendo de si te gustaba uno u otro género. Esto es lo que se conoce en teoría sexual como marco binario. El no-binario llegó cuando aparecieron los bisexuales, personas atraídas por ambos géneros.

Escala de Kinsey: el conocido biólogo norteamericano que revolucionó la sexualidad y la moral de la sociedad de los años 50 hizo un famoso cuadro por el que defendía que las personas se encuentran en algún punto de un espectro de la dualidad heterosexualidad-homosexualidad. Alguien al 50% de esa escala sería un bisexual puro. Una mujer que, por ejemplo, se sintiese habitualmente atraída por los hombres y esporádicamente por las mujeres, sería una heterosexual con una ligera tendencia a la homosexualidad. Una forma de definir que la orientación va por grados y que podemos estar más cerca o más lejos del gris.

La asexualidad: imagina que esa escala de Kinsey estaba en dos dimensiones. Ahora añade una tercera en la que, además de lo que hemos visto antes, se amplía lo visto con un eje en lo referente a la cantidad de atracción sexual que sientes hacia otros. Así, hay gente que puede ser asexual, que nunca se sienten atraídos físicamente por nadie, o personas “grises”, que sienten excitación en momentos muy concretos y bajo determinadas circunstancias. La red AVEN (Asexual Visibility and Education Network) lleva décadas visibilizando la condición de personas asexuales o con distintos grados de intensidad sexual a los que no estamos acostumbrados.

Los nuevos bichos raros: esta sexualidad, por supuesto, tiene sus propios problemas para ser aceptada, por ejemplo, que muchas personas asumen que no tener apetencia sexual es debido a frigidez (es decir, una patología). Tampoco son célibes, o no su mayoría. Además, no es lo mismo no sentir atracción por nadie que no tener apetito sexual (véase, muchos de ellos se masturban con normalidad). No son gente enferma o incompleta, sólo son distintos a la mayoría.

Alosexual: como hemos explicado, el descubrimiento de los asexuales permite ver una nueva dimensión de la sexualidad de todo el mundo. Es un nuevo eje. Así que, así como somos homosexuales, heteros, bi o algo cercano a cada uno de estos compartimentos, también nosotros estamos en algún punto en la escala de atracción sexual. Si sientes una atracción común, eres alosexual. Si sientes poca, asexual.

Sexualidad no es género: con estas cuestiones nunca viene mal recordar que no es lo mismo la expresión de género (cómo te identificas a ti mismo en función del género, hombre, mujer, transgénero, fluido…) que tu deseo sexual (el tipo de personas que te atraen y lo que hemos visto arriba). Tu orientación sexual, como le ocurre a los asexuales, no define tu identidad de género.

Demasiadas etiquetas: así ven muchos la situación actual, en la que proliferan personas que se presentan con distintas y novedosas fórmulas en muchos casos de sexualidades que (creemos) han existido toda la vida. Los científicos aún no se han puesto de acuerdo con la lógica de todas estas etiquetas, dado que, sobre la sexualidad y el género, se entremezclan componentes de biología y construcción social. Desde el punto de vista semiótico, estas etiquetas son terriblemente útiles: reconocemos y le damos más valor simbólico a aquello que tiene nombre, y los nombres ayudan a la supervivencia de la idea misma.

No a lo viejo: por otra parte, algunos analistas consideran que estas etiquetas son un apelativo moderno de autoexpresión. “Vivimos en una cultura donde, cada vez con más fuerza, el sexo se ve como algo menos vinculado al parentesco y a la reproducción y más a la expresión individual y la formación de vínculos íntimos con más de un compañero". Es, de alguna forma, el rechazo de millones de individuos al orden reproductivo y social por el que nos hemos regido durante siglos.

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