Para explicarlo tendremos que echar mano de un interesante análisis de la Universidad de Glasgow publicado ayer mismo. Matt Brennan y Kyle Devine han analizado el consumo y la producción de música grabada en Estados Unidos desde sus inicios, partiendo del fonógrafo y llegando a los formatos de nuestros días.
Para medir el impacto medioambiental, divisible en plástico generado y gases de efecto invernadero, han tenido en cuenta el volumen de gastos acumulados por producción. Es decir, tanto se produjo en copias en el año de máximo apogeo de cada formato, tanto contaminaron en su año dorado.
Así, por ejemplo, en 1977 se vendieron en Estados Unidos 344 millones de unidades de vinilos, con un coste medioambiental de 58.000 toneladas de plástico y 140.000 toneladas de emisiones de gases contaminantes. Avanzamos hasta el año 2000, en pleno apogeo de los CDs, y tenemos que ellos se llevaron 61.000 toneladas de plástico y 157.000 de gases. Eso sí, habiendo vendido la friolera de 942 millones de copias. Casi el triple.
Sale el plástico, entra el CO2: las consecuencias del streaming
Y llegamos a la era de las descargas digitales y los servicios en la nube. La métrica de unidades vendidas ya no funciona como antes, ya que apenas se vendieron 118 millones de copias digitales, pero sabemos que es mucho más lo que consumimos en red. Pues bien: ponderando la media entre 2013 y 2016, el streaming es responsable de apenas 8.000 toneladas de plástico anuales, pero a cambio generamos entre 200.000 y 350.000 toneladas de gases de efecto invernadero.
Así que, aunque hemos reducido enormemente la producción de plástico, ahora gastamos el doble de energía de la que gastábamos en la época del CD.
Los académicos reconocen las limitaciones del estudio, “porque, para comparar de forma justa el pasado y el presente, tendríamos que incluir las emisiones involucradas en la fabricación de los dispositivos de reproducción de diferentes épocas […] las emisiones de los estudios de grabación y las emisiones involucradas en la fabricación de los instrumentos musicales”. Comparar tocadiscos y discmans con móviles y ordenadores es complicado.
A eso habría que añadir también el coste asociado por transporte de las mercancías, que tampoco aparece recogido en el estudio.
Más emisiones, más música y una nueva forma de relacionarnos con ella
Y a esos peros que le encuentran los investigadores a su propio análisis, nosotros añadimos otro para poder recoger mejor la visión de conjunto, el coste medioambiental unitario por hora de música: estamos escuchando mucha más música (y mucho más variada) que antes.
Nielsen recogía sólo la evolución en horas de escucha por cada estadounidense en los últimos años, pero el incremento exponencial nos da una idea de lo mucho que hemos ganado: en 2015, ya con la música en streaming bien arraigada, el norteamericano medio pasaba 23.5 horas a la semana escuchando música. En 2016 la cifra se iba a 26.6 horas, y en 2017 a 32 horas.
No son horas de escucha activa, por supuesto: otra de las tendencias que han aumentado enormemente gracias a servicios como Spotify es la escucha pasiva. El streaming es la nueva radio, es un sonido que te pones de fondo. Habría que analizar entonces si ese tiempo que nos enchufamos a esta nueva radio digital es tiempo que quitamos de hacer otras actividades igual o más contaminantes, si es tiempo que nuestros dispositivos ya están accediendo a la nube, etc.
En cualquier caso, este trabajo sí sirve como tabla bíblica en discusiones argumentales para aquellos que se dejan llevar por su intuición: si la música digital es inmaterial, será mucho más respetuosa con el medio ambiente que el CD, ¿no? Pues no necesariamente.
Nada es gratis, aunque lo parezca
Y he aquí el último ángulo del trabajo: el streaming está externalizando costes. Costes medioambientales, pero también económicos. Es evidente que la música online es mucho más barata y que por eso mismo estamos ampliando nuestro repertorio musical, pero “el precio que los consumidores están dispuestos a pagar por escuchar música grabada nunca ha sido más bajo que hoy”.
Si en 1997 los consumidores estadounidenses estaban dispuestos a pagar el 4.83% de su salario semanal, en 2013 el porcentaje disminuyó al 1.22%, y tras 2016 cayó a menos del 1%, cifras que se pueden contraponer al escaso dinero que los músicos están recibiendo ahora en compensación.
Todo esto abre la opción de un debate por una música con un precio más responsable, que tome en cuenta tanto el derecho a una mejor remuneración de los artistas como de los costes medioambientales que, hasta ahora, hemos ignorado.
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario