Fumar es de pobres, y puede que hayamos llegado a un punto en el que los impuestos directos al tabaco sean casi en su totalidad, y de forma involuntaria, una sanción indirecta a vivir en la pobreza.
Este estudio realizado mediante encuestas por las consecuencias del incremento de un 66% de los impuestos al tabaco en Francia entre 2000 y 2008 demuestra que, aunque se redujo la tasa de tabaquismo del 33% al 30% de la población general, fue en las clases más altas a nivel económico donde más se logró el abandono del tabaco, pese a que es a ellos a quienes impactan menos en sus bolsillos estos impuestos.
Según relata The Washington Post, algo similar sucedió en Estados Unidos cuando en 1964 dio comienzo la primera gran campaña antitabaco vía subida de impuestos. Aunque en las siguientes tres décadas y media el ratio de fumadores cayó entre todos los grupos sociales, fue entre las familias de mayor renta donde su uso más descendió: hasta un 62%. En las familias de clases bajas, por contra, sólo cayó un 8%. Similares conclusiones halló un estudio británico de los años '70, en el que los directivos y profesionales de cuello alto dejaron de fumar más que los operarios no cualificados.
Y otros trabajos europeos con datos de los países escandinavos, Alemania, Italia o España han encontrado similares resultados.
La coartada sanitaria al impuesto
Estos tributos suelen justificarse como medida sanitaria disuasoria, no como mera herramienta recaudatoria. La idea es que, a más impuestos, no sólo más adultos con el hábito se animarán a dejarlo, sino que se crearán menos nuevos aficionados, evitando que los jóvenes de hoy adquieran una costumbre que les vuelva adictos el día de mañana.
Algo que hay que tener en cuenta es que subir impuestos funciona a la hora de lograr este objetivo. No hay ninguna duda sobre esto. Pero otra de las revelaciones del estudio francés mencionado es que quienes consiguieron abandonar el tabaco tras la subida de impuestos fueron mayormente fumadores casuales. Los fumadores empedernidos no van a abandonar la práctica por mucho que subas su precio, "morirán" en esa trinchera.
Además hay ensayos que apuntan a que habría un límite económico a partir del cual no puedes mermar la cantidad de jóvenes disuadidos de adquirir la costumbre en un país desarrollado. Entonces, ¿por qué hablamos de un impuesto a los pobres? Porque también hay un número importante de estudios que concluyen que hay una correlación fuerte entre gente de bajo nivel socioeconómico y prevalencia del tabaquismo dentro de los países desarrollados. Que no eres pobre porque fumas, sino que fumas porque eres pobre.
Del trabajo francés:
Los fumadores pobres eran más propensos a considerar el tabaquismo como una actividad automática o como un medio para reducir los sentimientos negativos (alivio del estrés, distraerse de las preocupaciones y preocupaciones). Por el contrario, otros fumadores eran más propensos a fumar para socializar o para mejorar su concentración.
La pobreza genera ansiedad y la ansiedad hace que necesitemos válvulas de escape. Por esto mismo también se ha visto que, aunque los fumadores de más bajos ingresos llevan a cabo tantos intentos de dejarlo como los fumadores más ricos, consiguen tener éxito con mucha menos frecuencia. Por eso y por su entorno, también. La gente tiende a llevarse con gente de su misma clase socioeconómica, y dado que hay más fumadores entre los pobres, alguien de este grupo tendrá más posibilidades de acabar con un cigarrillo en la boca.
A día de hoy la OMS asegura que encarecer el tabaco mediante una subida de impuestos sigue siendo la medida más eficaz para combatir el tabaquismo, y sigue recomendando que sus tasas se acerquen al 75% en todos los países, ricos o pobres. En España los impuestos ya representan el 80% del precio final del tabaco, pero en los países pobres, donde la industria tabaquera ha movido sus objetivos, todavía hay un enorme margen de maniobra.
De lo que se trataría entonces para bajar los niveles del tabaquismo sería ir a la raíz del problema, esto es, tener menos población que sea pobre o al menos que sea vulnerable a la ansiedad. Un trabajo para los representantes políticos mucho más complejo que subir la tarifa de un bien consumible.
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