Pensar en Suecia es pensar inevitablemente en una nación amable para con el medio ambiente. Pese a que siempre hay algo de mito en la benevolencia de los países escandinavos, lo cierto es que el cuadro eléctrico sueco no engaña: en 2015 más del 60% de la electricidad nacional se produjo mediante fuentes verdes (hidroeléctrica, eólica y biomasa). El éxito de Suecia en la materia es tan rotundo que, según su agencia energética, ya ha superado sus objetivos para 2030.
Nueve años antes. Originalmente, el gobierno sueco se marcó como prioridad absoluta producir más de 28,4 TWh (teravatios por hora) renovables antes de 2020. La cifra resultó demasiado escueta, por lo que el ejecutivo sumó 18 TWh al objetivo, aplazando la fecha límite hasta 2030. Pues bien, es probable que Suecia produzca sus 46 TWh verdes tan pronto como 2021. Casi una década antes de lo previsto. Prueba irrefutable del potosí renovable que tiene ante sí la industria energética.
¿Por qué? La respuesta se articula en torno a dos vectores. Por un lado, el extenso sistema hidroeléctrico que aporta la mayor parte de la electricidad sueca. El país, como Finlandia o Noruega, disfruta de enormes recursos hídricos fácilmente explotables. Por otro, el boom de la energía eólica: el número de turbinas de viento ya supera los 3.000, y se han convertido en parte natural del paisaje en las baldías y montañosas tierras del norte del país (hasta el punto de molestar a sus aviones).
El problema. Sucede que tan repentina explosión renovable podría morir de éxito a causa del propio sistema que lo sustenta. En aras de impulsar una descarbonización completa, el gobierno sueco (y el noruego, el sistema es conjunto) emite "certificados energéticos" por cada megavatio/hora producido mediante fuentes renovables. Los certificados van a parar a los productores verdes, que pueden venderlos en el libre mercado con objeto de sufragar el coste de sus inversiones.
¿Quién compra? Los distribuidores de electricidad, obligados por ley a obtener una determinada cuota de "certificados" (es decir, de electricidad verde) que terminan pasando a sus clientes (los hogares suecos y noruegos). El modelo busca apuntalar en lo económico la expansión de las renovables, y obligar de facto al país a consumir más energía sostenible. Ahora bien, el precio de los "certificados" viene determinado por las leyes de la oferta y de la demanda.
La mano invisible. Lo que por lógica lleva a la siguiente paradoja, advertida por la propia agencia energética sueca (SWEA): si aumenta la oferta de electricidad renovable, el precio caerá, limitando los ingresos y los beneficios de los parques eólicos. Inevitablemente. Se calcula que el precio del megavatio/hora para 2021 sea un 70% más barato que el de 2020 gracias a la brutal potencia instalada, previsión que podría espantar a los inversores en busca de negocios escalables.
De ahí que el éxito energético sueco se haya convertido en un (bendito) problema. Suecia necesita ahora reformar el sistema de certificados de tal modo que su viabilidad siga asegurada en el futuro. Entre tanto, seguirá caminando hacia una economía cada día menos dependente de los combustibles fósiles. Un objetivo encomiable aún lleno de retos, como el suyo, impredecibles.
Imagen: Jon Flobrant/Unsplash
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